¿Si a usted se le queda la billetera en la casa al salir al trabajo, se devuelve por ella? ¿Y si se le queda el celular? La respuesta a esta pregunta revela hasta qué punto nos hemos vuelto dependientes de las empresas de telecomunicaciones y del papel central que estas juegan en nuestra vida diaria.
A pesar de esa dependencia, a nivel mundial este sector no ha tenido el mejor desempeño financiero. En los últimos veinte años, el índice Dow Jones de acciones de telecomunicaciones —que refleja el comportamiento global del sector— se ha mantenido en torno a los 170 dólares, sin presentar valorización alguna. Hoy, la mayoría de analistas de Wall Street recomienda vender estas acciones.
La raíz de este pobre desempeño radica en que las empresas de telecomunicaciones, más que compañías de tecnología, son empresas de atención masiva de clientes. Su producto principal, la banda ancha, es prácticamente imposible de diferenciar: un giga de datos es un giga de datos, independientemente del operador. Y cuando la cobertura de todos es suficientemente buena, el único factor que queda para competir es el precio.
Las empresas del sector, antes fuente de empleos altamente remunerados, se han visto obligadas a racionalizar sus costos. En Colombia, esta presión ha sido aún mayor debido a una regulación que ha logrado que la banda ancha sea una de las diez más baratas del mundo, a pesar de la compleja geografía que encarece su despliegue.
Como consecuencia, para seguir siendo competitivos, los operadores han recurrido a estrategias inorgánicas como fusiones, adquisiciones, alianzas y compartición de infraestructura. Claro y UNE, para llegar al liderazgo del mercado, adquirieron múltiples operadores de cable. Telecom —luego Movistar— integró diversas empresas públicas de telefonía, conocidas como teleasociadas. UNE terminó fusionándose con Tigo, dando origen a Tigo UNE. Movistar compartió espectro e infraestructura con ETB y Tigo UNE. Y recientemente, Claro busca migrar sus redes a fibra sobre infraestructuras ya desplegadas por Tigo UNE y Movistar.
Estas movidas han permitido ofrecer mejores precios. Y cuando parecía que ya no había espacio para mayor consolidación, estamos ad portas de presenciar la integración de Tigo UNE y Movistar, esta última en una situación financiera límite tras años de no lograr sostenerse en el mercado.
Algunos opinadores (no necesariamente periodistas informados) y la propia Comisión de Regulación de Comunicaciones han encendido alarmas sobre esta posible transacción, alegando que una integración operativa podría elevar los precios de los servicios. Si bien teóricamente este riesgo ha existido en un sector que ha pasado por varias olas de consolidación, en la práctica nunca se ha materializado. Por el contrario, en términos reales, los precios de los planes de banda ancha fija y móvil continúan cayendo.
Quienes sí enfrentan un riesgo real son las empresas que se rehusaron a seguir la senda de la consolidación, como la ETB. Al limitarse a operar en sus mercados naturales, mantienen una posición estratégica débil: sin presencia nacional y sin alcanzar las economías de escala que otros lograron mediante fusiones y adquisiciones.
Bajo el entorno actual, las lecciones de la historia y las realidades estratégicas del sector, no queda sino aplaudir la intención de Tigo UNE de adquirir Movistar. Las transacciones recientes demuestran que este tipo de movimientos no solo son lo mejor para las compañías, sino también para los usuarios, que reciben servicios cada vez mejores y más competitivos. Ojalá el Estado no intervenga con medidas irracionales y permita que la estructura del sector evolucione hacia un modelo más eficiente, capaz de ofrecer servicios de calidad al alcance de todos los colombianos.