La cuestión sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria ha sido uno de los debates intelectuales más importantes. Pues bien, una de las formas de comprender mejor la profundidad del debate es caracterizando dos grandes modelos de universidad que, a su vez, agrupan muchos otros: el modelo sapiencial —universidades confesionales, cristianas y humanísticas— y el modelo tendencial —universidades tecnocráticas, posmodernas y seculares—.

Me limito, entonces, a presentar los rasgos esenciales de una y otra concepción universitaria, con el siguiente apunte introductorio: “No existe comunidad educativa neutral. No lo es la confesional, pero tampoco lo es la laica. En ambas se seleccionan unos conocimientos que se seleccionan previamente y, en ambas, se priorizan unos determinados valores y criterios éticos” (Torralba, p. 37). En resumen, no existe la neutralidad educativa.

Misión de la universidad: la pregunta que caracteriza la misión de la universidad sapiencial expresa el fin formativo integral. Su formulación es: ¿qué tipo de persona se debe llegar a ser para vivir una vida buena y verdadera, y qué conocimientos y virtudes se necesitan cultivar para ello? Su misión es enseñar el arte de vivir, a través del estudio riguroso del pensamiento tradicional.

La pregunta que caracteriza la misión de la universidad tendencial se orienta hacia la empleabilidad y las modas ideológicas. Su formulación es: ¿qué necesita el sistema? Su misión es ajustarse a las tendencias académicas y de mercado. Así, la pregunta sobre cómo vivir queda disuelta en recetas metodológicas estructuradas para producir, o bien capital humano, o bien militantes adoctrinados en causas políticas. En el primer caso, la universidad se torna en fábrica; en el segundo, en aparato ideológico.

El estudiante: para la universidad sapiencial la concepción del estudiante está informada por la antropología cristiana. El estudiante es, ante todo, una persona que posee una dignidad intrínseca y participada, dotada con una serie de capacidades que son conformes a su naturaleza y que esperan ser despertadas y cultivadas, con el fin de poder vivir en la Verdad, el Bien y la Belleza.

Para la universidad tendencial, el estudiante es o bien un individuo autónomo que se autoconstruye, o bien un producto que debe ajustarse a las demandas del mercado. Luego, el estudiante no posee unas características intrínsecas, sino que es alguien definido por su contexto social: su clase, su identidad grupal, sus circunstancias. Es, sin más, un ser maleable según las necesidades del momento.

La verdad: la universidad sapiencial busca la verdad, independientemente de que tal búsqueda sea redituable o se ajuste a los estilos educativos y a los tonos culturales de ocasión. Lo que sucede es que para la universidad sapiencial la verdad es el horizonte último que orienta todo acto educativo, porque entiende que su hallazgo es el culmen de la felicidad humana. Por lo tanto, asume el esfuerzo de presentar el conocimiento de la verdad con una luz tal que tantas personas como sea posible experimenten su llamado.

La universidad tendencial, en cambio, no se interesa por la verdad, a menos que le signifique conseguir recursos o le permita ubicarse en algún “ecosistema” educativo de tendencia. En consecuencia, la verdad pierde su carácter de fin y se convierte en un producto relativo a las necesidades del entorno, porque el criterio rector de funcionamiento universitario es la utilidad.

Actitud frente al legado cristiano: la universidad sapiencial entiende la identidad cristiana como fundamento de la excelencia, y no como un oneroso lastre. Por ende, concibe su identidad como una fortaleza que le concede una visión de mundo coherente, una antropología definida y una finalidad clara, con base en las cuales la institución afirma qué es y para qué existe. La fe, entonces, no excluye el rigor, sino que lo fundamenta.

La universidad tendencial, en cambio, opera desde el prejuicio: considera que toda identidad confesional es anacronismo, y argumenta una falsa dicotomía: fe o modernidad, tradición o excelencia, confesión o inclusión. Confunde secularización con progreso y neutralidad ideológica con objetividad. Pero su propia “neutralidad” es ya una ideología encubierta: la del relativismo como dogma y la corrección política como ortodoxia.

La universidad tendencial tiene fe: fe en el mercado y en las tendencias. ¿Su dogma? Nada permanente tiene valor. Nada tradicional debe conservarse. ¿El resultado? Instituciones sin identidad definida, que fingen valores según conveniencia. Olvidan que la ausencia de confesionalidad no garantiza excelencia, sino vacío antropológico, deriva ideológica y simulacro de pluralismo.