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De Guillermo Perry

Ernesto Samper insiste en atribuir motivos imaginarios a mi renuncia al Ministerio de Hacienda. Ello me obliga a reiterar porqué y cómo tomé esa decisión.

Guillermo Perry
8 de mayo de 2000

Ernesto Samper insiste en atribuir motivos imaginarios a mi renuncia al Ministerio de Hacienda. Ello me obliga a reiterar porqué y cómo tomé esa decisión.

Fue difícil para mí aceptar que su campaña presidencial hubiese recibido sumas cuantiosas de origen ilegal. Sus antecedentes familiares y personales, que yo conocía bien, me llevaron a desestimar las acusaciones en ese sentido, hasta cuando la confesión de Fernando Botero las hizo incontrovertibles. A partir de ese momento recomendé a Ernesto Samper que renunciara a la presidencia a favor del vicepresidente, previo un acuerdo político, o que propusiera anticipar las elecciones —posibilidad que él llegó a plantear públicamente—, ya que juzgaba que no podría seguir gobernando con eficacia cuando la mitad del país consideraba ilegítimo su gobierno. Por ello, cuando optó por quedarse a cualquier costo, le notifiqué que no lo seguiría acompañando, puesto que consideré que el país —y por supuesto su economía, que aun entonces andaba viento en popa— sufrirían enormemente como consecuencia de esa decisión. Desafortunadamente así ocurrió.

En las semanas siguientes discutimos varias veces mi deseo de retirarme. No es cierto, por tanto, que la carta de renuncia que le llevé personalmente un domingo en la mañana a Hatogrande lo hubiese sorprendido. Si es verdad que acepté modificar los términos de mi carta para incluir la frase de que “saldría a defender la obra de gobierno” (lo cual infortunadamente generó cierta confusión sobre los motivos de mi renuncia). Convinimos también que yo llamaría al director de Planeación, José Antonio Ocampo, a Londres para persuadirlo de que me reemplazara —ya que él estaba pensando dejar el gobierno— de modo que se garantizara la continuidad en el manejo económico y se evitaran posibles traumatismos. Con ese mismo propósito viajamos juntos con Ocampo a Nueva York a hablar ante la banca internacional para que no quedaran dudas sobre esa continuidad. Y nunca dejé de apoyarlo en los momentos difíciles que afrontó en su gestión, a pesar de los esfuerzos del gobierno por propiciar un enfrentamiento entre los dos.

El recuento anterior debe dejar en claro que no “dejé el barco cuando comenzaba la tormenta” por no querer enfrentarla, sino por razones de principio, y que Samper no tiene fundamento alguno para “pensar” que mi decisión de renunciar “se precipitó porque... mordió ingenuamente el anzuelo que le tendieron algunos conspiradores para recoger una supuesta tercería entre Humberto de la Calle y yo”. Siempre supe que mi renuncia marcaba un alejamiento definitivo con Samper y sus colaboradores políticos más cercanos. En lo que sí fui ingenuo fue en suponer que esa separación amigable se manejaría con caballerosidad por ambas partes, habida cuenta de los muchos años de amistad y trabajo en equipo que mediaban entre nosotros.

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