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El heroísmo inesperado de ‘Más fuerte que el destino’

La película abarca preguntas de largo alcance, pero a la vez entrega una historia dramática muy natural que involucra al espectador desde el primer instante.

Nicolás Mejía
16 de marzo de 2018

Más fuerte que el destino Stronger es su nombre original– es un drama íntimo sobre la ruptura que generó el atentado de la maratón de Boston en 2013 en la vida de Jeff Bauman. La cinta es una adaptación del libro del mismo nombre que escribió Bauman junto al autor de bestsellers Bret Witter. Su narración logra ser lo suficientemente personal como para hacer que el espectador experimente en primera persona las múltiples dimensiones de las consecuencias de la tragedia y perciba con naturalidad las distintas miradas del momento. Así la película no emite juicios de valor y permite que surjan cuestionamientos igualmente naturales sobre el comportamiento de la población estadounidense frente a los actos terroristas, la forma de asumir el dolor y la dependencia y el valor de los símbolos y la familia.

Jake Gyllenhaal, nominado al Óscar en 2006 por su papel en Brokeback Mountain, encarna con carisma y humor a Jeff Bauman, un empleado de Costco fanático de los Red Sox. La tragedia lo golpea mientras espera a su ex novia Erin en la línea de llegada del maratón, con un cartel hecho a mano y la esperanza de volver a estar a su lado. Es entonces que parece empezar su verdadero desarrollo como personaje, como si después de la bomba volviera a nacer. El ataque lo deja sin piernas y es así que debe enfrentar de nuevo la vida, superando sus obstáculos físicos pero sobretodo las barreras psicológicas construidas alrededor de los conceptos de amor, dependencia, heroísmo y patriotismo. Es un crecimiento conjunto y complementario, un fortalecimiento en todas las dimensiones, para recuperar el sentido integral de individualidad y dignidad humana.

Al personaje de Bauman lo rodean en todo momento sus amigos y su familia. La historia de esta película es también la de la construcción de lazos permanentes en este núcleo y la del desarrollo de una amistad y una relación de apoyo incondicional con Erin. Con todas estas interacciones se potencializa la naturalidad de Más fuerte que el destino, con diálogos cotidianos y con acciones humanas donde no caben juicios estrictos sobre lo bueno y lo malo. Y entre este círculo y la realidad mediática surge una relación donde se confunden los límites entre lo público y lo privado, entre el patriotismo y la superación personal, donde los actos de Bauman toman dimensiones políticas inesperadamente y sus gestos se vuelven heroicos para un conglomerado ciudadano acostumbrado a mirar al otro con desconfianza, sin querer comprenderlo mientras se mira a sí mismo con una mezcla extraña de compasión y orgullo.

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La recreación de los detalles del proceso que se dio después de la tragedia es extremadamente nítida. La expresividad de Gyllenhaal aporta una fuerza adicional a la credibilidad de la cinta. Las escenas de Bauman en los procedimientos médicos, en su habitación y en el baño generan tanto incomodidad como identificación en la audiencia. Entre las actuaciones y los ángulos de cámara se abre un espacio de reflexión sobre la fortaleza interior que se necesita para poder enfrentar el dolor y la ausencia física.

Hay muchos por qués en una tragedia y hay visiones personales que categorizan entre malos y buenos, entre víctimas y victimarios. Más fuerte que el destino muestra una realidad en la que las víctimas se vuelven un símbolo como la bandera y el himno para el deporte y el ejército que pelea en el extranjero guerras cuestionables. Pero el poder reflexivo está en que en su narrativa no se deja invadir por esto, sino que deja surgir las preguntas al air que nacen en las dimensiones de una tragedia, preguntas que los espectadores pueden ponderar o dejar pasar.

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Más fuerte que el destino es una película de muchas dimensiones y conflictos que se entrelazan y mantienen distancias en un marco de naturalidad humana. La redención no es definitiva en ninguna etapa, así como tampoco lo son los juicios de valor. No hay perfección en los individuos, sino constante evolución. Jeff Bauman es un símbolo de esto, más que de bondad y patriotismo. Su historia es un recuerdo de que hay que cuestionarse continuamente sobre ciertos preceptos, no es únicamente un incentivo para que los marines sigan invadiendo países propagando una idea estatal rígida de buena ciudadanía. Hay símbolos con muchas caras, que construyen barreras o alargan fronteras. Más fuerte que el destino, a partir de la intimidad de un hombre, alcanza a abarcar preguntas de largo alcance, a la vez que entrega una historia dramática muy natural que involucra al espectador desde el primer instante.