Home

Portada

Artículo

PORTADA

Colombia de luto

El accidente de Bogotá en el que murieron 21 niños conmueve al mundo y evidencia la inseguridad en las grandes obras que se construyen en el país.

2 de mayo de 2004

Entonces Carlos Andrés Barrera Díaz volvió a intentarlo. Respiró profundo y caminó hacia el bus aplastado por la máquina trituradora de asfalto. Escuchó los débiles gemidos, los angustiosos gritos y posó la mirada en el interior de la escena. Alcanzó a dar cinco pasos pero de nuevo se sintió sin fuerzas y decidió dar marcha atrás. "Me sentí mareado, me dio vértigo", explicó este hombre de 35 años y con dos décadas de experiencia como socorrista voluntario de la Cruz Roja. Pasaban las 4 de la tarde del miércoles 28 de abril. Él estaba en la calle 138 con avenida Suba, en el noroccidente de Bogotá, y sus ojos observaban el accidente más conmovedor de la historia del país y en el que murieron 21 niños del Colegio Agustiniano Norte. Perdieron la vida en el interior del bus que los iba a llevar a casa. Aprisionados por la máquina de 50 toneladas de peso que les cayó encima cuando ésta se dirigía a la construcción de una troncal de TransMilenio, la obra de ingeniería más grande que se realiza en la actualidad en Colombia. El hecho ocurrió a las 3:15 de la tarde. Minutos antes, al bus escolar habían subido 46 estudiantes y dos adultos: el conductor Jaime Solano Solano, de 38 años, y la monitora Marlene Jaimes, de 26. Ella hacía un reemplazo porque la monitora titular, y quien también se desempeña como profesora de inglés, Hilda Aura Ortiz, tuvo que quedarse a una reunión académica. Ella, sin embargo, fue hasta la puerta del bus para despedirse de su hijo Óscar Danilo Espinosa Ortiz, de 16 años. Él le dio un último beso y abordó la ruta número 12 de las 15 que transportan a los estudiantes. El bus salió a las 3 en punto del colegio fundado en 1968 por la comunidad de padres agustinos recoletos que llegaron a América procedentes de España hace 400 años. La comunidad tiene cuatro colegios en Bogotá, uno en Medellín, otro en Palmira, también en Manizales y Bucaramanga y además atiende niños de escasos recursos a través de un convenio con el Ministerio de Educación en Casanare. Son una gran hermandad que se extiende a puntos remotos: tiene, por ejemplo, casas provinciales que van desde Ecuador, Panamá y Perú hasta Filipinas. La sede del norte es acogedora y amplia: 36.000 metros cuadrados. Le brinda educación a 2.800 estudiantes, la mayoría de clase media. Aunque es masculino, la presencia de niñas es frecuente porque los padres aplican una educación abierta y fraternal con los demás colegios de esta zona de Bogotá. Suba es una de las localidades más pobladas de la capital con 805.245 habitantes. "La educación allí es muy buena. Impera la disciplina: cabello corto, alumnos impecables, nada de tatuajes, pero eso sí muy liberal en valores, en solidaridad y en trabajos con la sociedad", explicó uno de los padres de familia. Estos conceptos son los que más le gustan al socorrista de la Cruz Roja Barrera Díaz. Por eso matriculó allí a su niño Juan Diego, de 5 años. "Un hombrecito que está en el curso de transición". En la ruta no hubo nunca un mal presagio. Al contrario, se respiraba alegría. "Segundos antes del accidente yo escuchaba la risa de los niños que jugaban", recuerda el conductor Solano Solano. En ese mismo instante en dirección hacia el centro bajaba la trituradora de asfalto conducida por Reynaldo Blanco, de 55 años. La llevaba por autopropulsión. No iba cargada en una camabaja (una tractomula usada para transportar maquinaria pesada). Además se desplazaba por el carril izquierdo, el de alta velocidad. Al llegar a la curva el conductor perdió el control y se fue por la pendiente de 10 metros y aplastó el bus que ascendía. Una versión dice que al parecer a la máquina se le acabó el combustible, se apagó y se quedó sin frenos porque ésta tiene un sistema hidráulico. De inmediato, las emisoras de radio dieron la noticia. La información preliminar hablaba de un grave accidente de tránsito en la avenida Suba. El socorrista Barrera Díaz estaba en su trabajo, pendiente de la llegada de su hijo. El niño no llegaba a la hora cotidiana, por lo que su padre se inquietó y empezó a mirar el reloj, una y otra vez. Se sacudió porque en ese momento sonó su beeper, aparato que solo se activa en casos de emergencia, con un mensaje de la Cruz Roja en el que pedía que todos los socorristas se desplazaran con urgencia a la avenida Suba con calle 138. Casi de inmediato escuchó en la radio que el vehículo involucrado en el accidente era del Colegio Agustiniano. Salió presuroso en el carro. Iba muy nervioso por la suerte de su hijo. Por fortuna cuando iba en camino vio en dirección contraria al bus de otra ruta y que traía a su hijo. Le hizo cambio de luces y alcanzó a ver a su pequeño por la ventanilla, quien lo saludó. Él siguió su camino a prestar sus servicios de voluntario, llegó y se encontró con un escenario de dolor. No obstante, se sorprendió del nivel de solidaridad y de civismo de los habitantes de la capital en este caso. "Muchas personas daban sus celulares a otras para que llamaran a avisar a sus casas, muchos civiles se bajaron de sus carros para ayudar a organizar el tráfico, conductores de ejecutivos se subieron a los andenes para darles prioridad a las ambulancias", recuerda. Por ejemplo, Jaime Silva, gerente de Vidrios Murán, la industria situada al frente del sitio del accidente, quitó con rapidez sus mercancías y organizó una improvisada enfermería para atender a los pequeños heridos. Recogió morrales, llamó a sus padres, entregó seguetas, maderas y alambres a los cuerpos de socorro para ayudar a quitar la pesada máquina del bus. Barrera Díaz se conmovió de la evolución de la sociedad de la capital en ayuda humanitaria. Un enjambre de anónimos ciudadanos se arremangó las camisas para ayudar. Él, con numerosos cursos en el exterior y amplia formación para reaccionar en este tipo de situaciones, se puso su casco y sus chalecos con los logos de la Cruz Roja. "Estoy listo, vamos", le dijo al coordinador de la operación de rescate, quien le señaló que había que ayudar a evacuar a las víctimas. Pero por primera vez en su larga trayectoria como voluntario sintió que las piernas le flaqueaban. Este hombre que ha estado en desastres aéreos como los del cerro del Cable o del avión de American Airlines o el terremoto de Armenia y el atentado del club El Nogal no resistió. Ver los cuerpos de los niños aplastados lo sacudió. Por eso, tomó aire e intentó acercarse pero no pudo y dio marcha atrás. La escena lo impactó profundamente como a todo el país. Fue una reacción general. Un país donde las noticias trágicas se suceden con frecuencia y en el que pocas veces toda la sociedad se une colectivamente ante el dolor había entrado en semejante estado de desconsuelo. El miércoles nadie hablaba de otro tema en Colombia. El dolor creció el jueves y el viernes, por lo que fueron declarados oficialmente días de duelo nacional en homenaje a los 21 niños muertos: 13 de primaria y ocho de bachillerato. La tragedia tocó a todos por tratarse de niños, por la situación tan absurda de encontrar la muerte de esa forma. Y tocó hasta experimentados hombres como al socorrista de la Cruz Roja, quien ese miércoles prefirió quedarse a ayudar en la distancia. A organizar las listas de las víctimas. Y lloró cuando supo que entre los muertos estaban Andrés Felipe, de 9 años, y Juan Sebastián Reyes Beltrán, de 4 años. Lloró no sólo porque eran dos hermanos, los únicos hijos de los esposos William y Esperanza, sino porque el más pequeño estudiaba con su hijo. E igual eran "tan solo unos hombrecitos". Como Jorge Eduardo Rueda, de 12 años, quien también murió para tristeza de sus padres y de su hermano John Jairo, de 16 años, quien iba con él en el bus y sobrevivió. La familia Moreno vivió el mismo drama: Sebastián, de 9 años, falleció, y su hermano, Carlos, de 6 años, sobrevivió entre los fierros aplastados. Y la familia Ortiz: Juan Vicente, de 12 años, murió, y su hermano, Juan José, de 7 años, sobrevivió. Para desgracia de la profesora de inglés y monitora de la ruta 12, su hijo Óscar Danilo también pereció. Su caso es aún más infortunado porque él no usa habitualmente la ruta. Ese día lo hizo porque tenía el uniforme de gala de la banda marcial. Su madre le dijo que no se fuera en transporte público sino que usara la ruta. Semejantes historias conmovieron al mundo y a los más curtidos dirigentes políticos. Así, por ejemplo, Vladimir Putin, presidente de Rusia, envió desde el Kremlin un mensaje de condolencia y el presidente Álvaro Uribe y el alcalde Luis Eduardo Garzón lloraron desconsolados. "Esto es muy difícil, uno llega desgarrado por el dolor y además por la vergüenza de que esto suceda", dijo Uribe con los ojos humedecidos y el rostro desencajado. "Perdonen, perdonen", pidió Lucho a los periodistas cuando hablaba de la situación ante las cámaras, se hizo a un lado y lloró. Su dolor era desgarrador porque cuando fue presidente de la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, sus hijos estudiaron en el colegio, en la sede del centro. Él acostumbraba a ir a reuniones de padres de familia. Por eso, el día de la tragedia se hizo presente con sus hijos, Eduardo Andrés y Ricardo, ambos ex alumnos, quienes también lloraron. Inseguridad Pero, ¿por qué pasó esto? La respuesta produce más indignación. Por falta de prevención. Y es que por falta de prevención, cualquier bogotano que viva o camine cerca de una obra de gran magnitud está en riesgo de perder su vida. Esta hipótesis la comprueban los dos accidentes que en menos de un mes han ocurrido en la ciudad. El pasado 2 de abril, Humberto Carvajal murió cuando acataba las normas de civismo, al cruzar la avenida Suba por el puente peatonal. En esa oportunidad, una retroexcavadora que superaba la altura permitida se llevó por delante el puente. A escasas cuadras del primer accidente, un mes después, ocurrió la tragedia que mató a los niños y dejó heridos a otros 29 . Esta vez fue una máquina trituradora de cemento que -desacatando todas las normas de tránsito y del sentido común- se volcó sobre el bus. La retroexcavadora y la trituradora trabajaban para el Consorcio Alianza Suba, contratado por el Instituto de Desarrollo Urbano, IDU, para adecuar las vías de TransMilenio entre la calle 127 y la avenida Ciudad de Cali. La pregunta que dejan los hechos recientes es por qué la realización de una obra que no es de alto riesgo ha estado acompañada de tan altos niveles de accidentalidad. Los responsables En septiembre de 2003, la obra fue adjudicada al Consorcio Alianza Suba, que aglutina a las empresas Arquitectos e Ingenieros Asociados S.A. Constructora Ineconte Ltda., Concay S.A. y Estima Estudios y Manejos S.A. El compromiso estableció que en año y medio se entregaría la vía. Los más de 220.000 millones de pesos que cobraría el consorcio incluyen la construcción de las calzadas de TransMilenio, la elaboración de un plan de emergencias que contara con dos brigadas especializadas en primeros auxilios y en atención a accidentes, así como con equipos de comunicación, ambulancias y grúas para retirar vehículos, entre otros. Aunque el contratista cumplió con estas exigencias, el problema de fondo en el accidente fue la falta de prevención y el incumplimiento de normas explícitas de transporte. En el país está prohibido que máquinas consideradas herramientas de trabajo y no vehículos, como la que causó el accidente, circulen por su propia cuenta. Esta es la razón por la cual estos aparatos no llevan placas y los que los manejan son considerados operarios, no conductores. Por eso, ni siquiera se les exige licencia de conducción. El Código Nacional de Tránsito define como maquinaria rodante de construcción todo "vehículo automotor destinado exclusivamente a obras industriales, incluidas las de minería, construcción y conservación de obras, que por sus características técnicas y físicas no pueden transitar por las vías de uso público o privadas abiertas al público". En consecuencia, cuando se quiera transportar estas máquinas, debe hacerse sobre un camión. En el caso del accidente del puente peatonal ocurrido hace un mes, los encargados de la obra cumplieron con el requisito. Lo que no calcularon era que la altura del camión, sumada a la de la grúa, superaba la del puente. En la catástrofe de los niños del Agustiniano, el aparato se movilizaba por sus propios medios, manejado por su operario. Aunque los vecinos del sector ya habían interpuesto una acción popular por el mal estado de la vía, ni siquiera un muro de contención de una autopista perfecta habría evitado que al perder el control en la curva, la trituradora rodara y aplastara el bus. De otra parte, el mismo código establece normas para efectuar trabajos en vías públicas al señalar que siempre que deban realizarse obras que alteren la circulación vehicular, los constructores deben obtener la autorización correspondiente y poner señales preventivas e informativas. Según esto, el contratista ha debido reportar a la Policía de Tránsito el traslado de la máquina para que la escoltara y adoptara las medidas especiales que requería su movilización. Por todas las omisiones que cometió, el principal responsable del accidente es el Consorcio Alianza Suba Tramo II. Sin embargo, en la primera rueda de prensa que citó esta firma el pasado jueves, el gerente del proyecto, Martín Rendón, se limitó a dar la cara para dar las condolencias a los familiares de las víctimas, y a evadir cualquier explicación sobre lo sucedido. Un segundo nivel de responsabilidad recae sobre la firma interventora, Interdiseños Ponce de León. Con los altísimos costos que para el Distrito tienen los contratos de interventoría, las empresas encargadas de su ejecución deben trascender la vigilancia de los cronogramas y la calidad de las obras. En este caso y sobre todo después de un precedente tan cercano, Interdiseños ha debido concentrarse más en hacer cumplir las mínimas normas de seguridad estipuladas en el contrato firmado por el consorcio y el IDU. No hay que esperar a que ocurran nuevas tragedias para que el IDU y la Secretaría de Tránsito fortalezcan el control sobre las grandes obras de Bogotá a través de visitas a las construcciones y seguimiento a la señalización. Aunque para esto se les paga a los interventores, no está de más recordar que la ciudad viene construyendo infraestructura que exige mano de obra altamente calificada. Lo que demuestran ambos accidentes es que algunos de los trabajadores no tienen el perfil requerido para realizar esta labor. La catástrofe de la semana pasada no es un hecho aislado. Lo que sí evidencia es un problema de buena parte de las obras públicas que se adelantan en el país, y que se refieren al manejo poco profesional de sus gestores. Aunque el accidente no es responsabilidad alguna de TransMilenio, es claro que en la construcción de otras troncales se repiten las mismas deficiencias que en Suba. Así, por ejemplo, en la carrera 30 es común ver personas dirigiendo el tráfico sin los uniformes adecuados, que un día están y al otro no. También en esta troncal, la señalización se limita a poner cintas difíciles de ver de noche y mallas que no son capaces de contener ninguna colisión. Pero los mismos obreros encargados de picar, excavar y alinear el concreto no deben tener entre sus funciones el manejo del tráfico y de la señalización. Estas son acciones igual o más importantes que la misma construcción de las vías y que no deben ceder a la improvisación. La aplicación de medidas no deben limitarse a Bogotá. En las principales ciudades del país están en proceso las adjudicaciones de las obras que requieren los sistemas de transporte masivo. Por eso, la Defensoría del Pueblo ya propuso medidas para todo el país como la adopción de un manual de medidas preventivas para las obras de gran envergadura y los cierres parciales en las vías donde estas se realicen, sobre todo en aquellas cercanas a zonas residenciales y escolares. Más allá de la coyuntura, es necesario reflexionar sobre los recientes hechos para evitar que se repitan en otros lugares. En materia de seguridad ciudadana es aún más importante prevenir que curar. "Imagínese, si esto pasa en Bogotá, donde hay un mayor nivel de desarrollo, cómo será la construcción de grandes obras en puntos lejanos del país", dijo un experto que estudia el tema. Horas de angustia En un acertado manejo de la situación, el alcalde Luis Eduardo Garzón se puso al frente de la tragedia. Además de cancelar su visita a Europa, lideró las acciones de rescate y atención de los heridos y familiares. Al mismo tiempo, fue ágil tomando decisiones sobre los responsables, sin interferir en las medidas judiciales que se avecinan contra ellos. En sus primeras declaraciones, suspendió el contrato con el Consorcio Alianza Suba, mientras no se establezcan las responsabilidades penales. Además atinó al convocar la acción de diferentes instituciones del Distrito y al subrayar que detrás de la tragedia se esconde un problema de interés nacional. Por eso, en colaboración con el ministro de Transporte, Andrés Uriel Gallego, se comprometió a diseñar nuevos planes de seguridad vial. Junto a ello, ambas partes coincidieron en la importancia de hacer más exigentes las normas de transporte escolar. En el Concejo de Bogotá tampoco se hicieron esperar las reacciones. Los concejales Alfonso Prada, Jorge Durán y Mario Suárez tienen listo un debate al que asistirán el Alcalde y los secretarios de despacho, para que informen acerca de las políticas de seguridad ciudadana que tiene la administración distrital durante la construcción de las obras. A corto plazo, las autoridades distritales deben cerciorarse de que se lleven a cabo lo antes posible los procesos de reparación económica y moral de las víctimas. Para ello deben hacerles seguimiento a los procesos de responsabilidad que se avecinan. Como lo afirma el concejal Prada, "si la determinación de las responsabilidades queda exclusivamente en manos de los jueces, pueden pasar cinco años antes de que al menos se sepa qué fue lo que pasó ". Mientras tanto, en el Colegio Agustiniano este lunes, cuando los estudiantes vuelvan a clase, encontrarán 21 sillas vacías. Sus compañeritos, como el hijo del socorrista de la Cruz Roja, seguirán su formación académica tras haber sido testigos de uno de los hechos más dolorosos de la historia del país causados por la improvisación.