Goyo, cantante | Foto: Agencia Decimal Corp

REGIONES

El Pacífico de Goyo

La voz líder de la banda ChocQuibTown recuerda su infancia en Condoto, cerca del río, la música y la melancolía; y hace un retrato escrito del Chocó que se imagina: próspero y lleno de oportunidades.

Goyo*
14 de junio de 2020

El río siempre ha sido parte de mi vida, podía verlo todos los días desde la escuela. Ese río, el Condoto, nos trajo muchas alegrías y también tristezas. En verano, cuando no había operación en las minas y se veía verdecito y transparente, teníamos permiso para ir a nadar. ¡Cómo nos divertíamos! Pero un día cualquiera, el caudal subía y lo inundaba todo. Dejábamos de ir al colegio y debíamos limpiar lo que había hecho el agua. Quizá por eso la palabra que mejor define al Pacífico es “contraste”.

Seguramente muchos de los que leen esta revista, usted, incluso; y la mayoría de mis amigos artistas, no conocen este lugar. Por eso quise presentarlo a través de mis recuerdos y los de mi familia. Se llama Condoto.

Ahí crecí, en un ambiente donde la información llegaba en forma de música, de comida, de bulla. En el que cada tanto se colaba la melancolía. No sé cómo explicarla. Aparecía en las noches de luna llena, cuando terminaban los quehaceres y los vecinos se juntaban para cantar sus tristezas: las diferencias con el alcalde, los daños en el acueducto, el bienestar que debía traer el oro y que nunca llegaba.

El Pacífico huele a selva húmeda y fresca, a agua, a árbol de montaña, a neblina y a brisa. Es oscuro porque está repleto de comida, de vida. Pero desde niños crecimos escuchando que “aquí se lo roban todo”. Que la gente no tiene luz ni agua potable, que solo tiene hambre. Que en esta región se encuentran algunos de los pueblos más pobres del mundo, como Andagoya; que comemos pollo –y bien caro– aunque tenemos una despensa natural de mariscos y peces, que dejamos de sembrar porque no hay a quién venderle, que no hay, que no hay… que no hay. Es como si estuviéramos parados sobre un tesoro y no nos dejaran tomar ni una moneda de su oro.

Pero no escribo este texto para quejarme. Creo y sé que es posible prosperar, yo lo hice. La transformación está cerca y la tiene en sus manos esta nueva generación. Últimamente he participado en grupos de WhatsApp en los que se discuten, comparten y se proponen interesantes alternativas. Y aunque en muchos espacios no se puede hablar porque te callan, hay gente brillante, preparada, que se ha formado en contra de todos los pronósticos y está dispuesta a denunciar y a trabajar para que en el Pacífico se pueda creer en el futuro.

¿Y cómo sería ese futuro? En estos días, que tenemos tiempo de escucharnos y de vernos al espejo, voy a responder esa pregunta pensando en Condoto, el pueblo chocoano donde nací, pero lo haré desde Bogotá, donde vivo. Porque aunque amo el Pacífico y estoy orgullosa de su gente y de su historia, quedarse allí, esperando un trabajo y una vida próspera, es un acto de fe. Sin embargo, la distancia no me impide soñar.

En el Pacífico de mis sueños la gente podrá pensar en quedarse, en estudiar, en gozar de una salud digna, en trabajar por su pueblo. Dejará de hacer cuentas para venirse a Bogotá en busca de oportunidades. Podrá emprender y vivir tranquilamente. Las carreteras finalmente se terminarán, no serán solamente el pedazo asfaltado que se toma para una foto. Será posible hablar en voz alta y denunciar sin temer por la vida. Los artistas, que son tantos, bailarán, cantarán, leerán y se inspirarán sin preocuparse por los políticos, sin pensar en el despilfarro de los recursos públicos y el irrespeto por los derechos de los ciudadanos. En el Pacífico del futuro el hijo del ‘barequero’, del pescador o del tendero será juez, fiscal, astronauta, cantante o físico. Llegará a donde quiera por sus méritos. ¡Nada podrá detenerlo! Nadie tendrá hambre. El Pacífico que sueño no crecerá ni vivirá al 20 por ciento de su potencial, lo hará como debe ser: al ciento por ciento.

*Cantante.

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