La protección de los cerros orientales es fundamental para el recurso hídrico de Bogotá. | Foto: Julián Galán

MEDIOAMBIENTE

Por qué debemos proteger los cerros orientales

Más allá del paisaje y de ser reserva forestal, son garantía de salud física y mental para los bogotanos.

Carolina Urrutia*
17 de noviembre de 2017

Viví por fuera de Bogotá casi 20 años. Cuando me preguntaban qué era lo que más extrañaba siempre respondía lo mismo: “Los cerros”. Como muchos capitalinos, tuve la fortuna de haber pasado los primeros años de mi vida con el verde de la cordillera Oriental como principal punto de referencia. No tenerla cerca implicaba una especie de orfandad. ¿Cómo se explica el trazado de las calles y carreras bogotanas sin los cerros orientales? ¿Qué otro elemento le da significado a las instrucciones de un cachaco para subir (hacia el cerro, siempre) o bajar (lejos del cerro, siempre)?

Además de la referencia geográfica, pocos habitantes de la capital comprendemos la profunda importancia que esas montañas tienen para nuestra salud física y mental. Su valor paisajístico es enorme. Pero los cerros también son el camino principal por donde llega el agua que consumimos y uno de los principales espacios en los que prosperan la flora y la fauna que hacen funcionar los ecosistemas que nos dan oxígeno y alimentos a toda la sabana. Según Andrés Plazas, presidente de la Asociación Amigos de la Montaña, si les damos el uso adecuado serían “el principal puesto de salud preventiva de la ciudad”, precisamente por lo saludable que es para las personas la recreación en contacto con la naturaleza.

Así como son de bonitos a la vista, los cerros son tremendamente apetecidos para distintos procesos de intervención. Permitir su urbanización equivaldría a quitarle un tesoro a la sociedad para otorgárselo a inversionistas privados con base en el único criterio de su capacidad de compra. Por eso, una resolución de 1977 convirtió a los cerros orientales en una reserva forestal. Aunque la burocracia tardó décadas en aterrizar las formas de protección adecuadas, hoy estos se encuentran divididos en zonas de conservación, rehabilitación ecológica, recuperación paisajística, recuperación ambiental y una franja de adecuación de 500 hectáreas que funciona como un espacio de transición.

La principal amenaza para los cerros es la ilegalidad. La ocupación de tierras, incluyendo flagrantes procesos de corrupción, ha tenido impactos considerables y visibles. Ahora, no todo es ilegalidad: hay barrios, urbanizaciones y construcciones solitarias que tienen un derecho adquirido por el momento en el que fueron aprobadas sus licencias de construcción.

No correr el riesgo

Dos iniciativas específicas de la actual administración han causado entre los conocedores de los cerros una sensación de amenaza: la propuesta de la construcción del sendero turístico, panorámico y cortafuegos de Las Mariposas, y el cambio de uso de suelo en la franja de adecuación de los cerros para dejar de ser rural (administrado por la CAR) y convertirse en urbano (administrado por la Secretaría de Ambiente del Distrito). La primera es una propuesta de campaña sobre la cual no se tienen mayores detalles, y la segunda, según la administración, corresponde a una lógica de ejecución más que a un objetivo de urbanizar.

La motivación de la Alcaldía para sus dos principales propuestas en los cerros es sanear el déficit de espacio público de Bogotá: de los 15 metros cuadrados por persona recomendados por la Organización Mundial de la Salud, tenemos menos de cuatro por capitalino. Los más afortunados son los habitantes de Usaquén, que en promedio tienen acceso a nueve metros cuadrados de espacio público por persona, un lujo comparado con los 1,3 de un habitante del centro de la ciudad.

Para la administración, la mejor forma de proteger los cerros es poner las áreas verdes, incluyendo a los cerros, a disposición de los ciudadanos: ampliando el acceso a espacios públicos. Para las organizaciones protectoras esas intervenciones podrían afectar la flora y la fauna de la reserva forestal, así como las más de 196 quebradas que atraviesan los cerros y alimentan las cuatro cuencas principales de la ciudad. Un riesgo que, en su opinión, no vale la pena correr.

No hay una visión única para asegurar que los cerros orientales continúen siendo una fuente de salud para Bogotá. La ciudad tiene una profunda deuda de espacio público con los sectores y localidades menos favorecidas. Saldarla no puede pasar por amenazar su propia viabilidad al poner en riesgo las fuentes de aire, agua y paisaje que quedan. Por donde sí puede y debe pasar, es por el diálogo.

*Directora de Semana Sostenible.