Evelio Rosero, escritor. | Foto: Leon Darío Peláez

LITERATURA

Evelio Rosero y 'Los ejércitos'

Aquí, un fragmento de ‘Los ejércitos’, la novela de Evelio Rosero ganadora del II Premio Tusquets Editores de Novela en 2006. Una obra de imprescindible lectura para los colombianos.

Evelio Rosero*
3 de mayo de 2018

En un lugar de Colombia llamado San José, en una de esas montañas verdes comunes en su paisaje, transcurre la historia de Ismael y Otilia. Dos campesinos que han vivido la violencia del campo, la misma que debería quedar atrás con el acuerdo de paz. Este es un fragmento de la novela Los ejércitos, de Evelio Rosero, ganadora del II Premio Tusquets Editores de Novela en 2007. Una obra de imprescindible lectura para los colombianos.

“Rodrigo Pinto, que me acompañó y ayudó a enterrar al maestro Claudino, una semana después que yo lo encontrara decapitado, muerto en compañía de su perro, en la montaña azul, donde todavía se ven círculos de gallinazos alrededor, me jura que a pesar de los pesares no va a abandonar la montaña, y que su mujer está de acuerdo. “Allá seguiremos”, dice. Hablamos al borde del acantilado, en las afueras del pueblo, donde Rodrigo escogerá el desecho que lo llevará a su montaña. Me repite que no se va, como si quisiera convencerse de eso, o como pretendiendo que yo lo reafirme en ese propósito, en la posible mortal terquedad de quedarse. “Otra montaña sería mejor”, dice, “todavía lejos, más lejos, mucho más lejos”. Sacó de su mochila un frasco de aguardiente y me ofreció. Atardecía. “¿Sí ve esa montaña?”, me preguntó, señalando el pico lejano de otra montaña, en mitad de las demás, pero mucho más lejos, tierradentro: “Allá voy a irme. Es lejos. Pues mejor. Me voy hasta su cima, y nadie me vuelve a ver, jueputa. Tengo un buen machete. Solo necesito llevar una marrana preñada, un gallo y una gallina, como Noé. Y mi mujer quiere acompañarme, la yuca no faltará. ¿Sí ve la montaña, profesor, sí la distingue? Montaña bella, productiva. Esa montaña puede ser mi vida. Es que mi padre nos levantó en las montañas. Por ahora seguiré en la montaña vecina, profesor. Usted la conoce, usted ha ido, usted sabe que allá vivo con mi mujer y mis hijos; ya nos nació el otro, ya somos siete, pero así sea con yuca y cacao vamos a sobrevivir. Allá lo espero, cuando tenga a su Otilia con usted. Después nos iremos todos, ¿por qué no nos vamos todos?”. Bebemos de nuevo, hasta el fin, y Rodrigo arroja el frasco vacío por la cañada. Pero todavía no se va: pétreo, los ojos puestos en la montaña distante. Oprime con fuerza su sombrero blanco entre los dedos, lo retuerce: es su gesto característico. Al fin se rasca la cabeza, y su voz cambia: “Soñar no cuesta nada” dice, y, casi de inmediato: “Despertar”, y nos echamos a reír, los dos. Fue en ese momento cuando se apareció el soldadito; era, en efecto, un muchacho, casi un niño uniformado. Seguramente había estado todo ese tiempo al lado nuestro, sin que nosotros reparáramos en él. Pero se veía ofuscado, y tenía el dedo en el gatillo, aunque la boca del fusil apuntaba a tierra. “¿De qué se ríen?” nos preguntó, “¿por qué se ríen? ¿Tengo cara de chistoso?” Rodrigo y yo nos miramos boquiabiertos. Y volvimos a reír. Inevitable. “Amigo”, le dije al soldado, y sufrí, en mis ojos, sus ojos opacos, afilados, “ahora no nos vaya a decir que no podemos reír”. Le di un fuerte apretón de manos a Rodrigo, despidiéndome. Rodrigo se caló el sombrero blanco y enfiló por el desecho, sin volverse a mirar. Un largo camino le aguardaba. Yo regresé a mi casa, con el soldado detrás, en silencio. Sentí que vigilaban a Rodrigo, y, de paso, me vigilaban a mí. A solo una cuadra de mi casa otro grupo de soldados salió a mi encuentro, ¿volverían a detenerme, como la vez que madrugué demasiado?

–Déjenlo seguir –oí la voz del capitán Berrío”.

‘Los ejércitos‘

Tusquets Editores, 2007

*Escritor.