Christopher Batista y Javier Lemus son dos venezolanos que encontraron en las calles de Ciudad Bolívar un trabajo digno y un motivo para volver a soñar. | Foto: Iván Valencia

HISTORIAS

Ciudad Bolívar: un buen refugio para los inmigrantes de Venezuela

En las calles de los barrios Potosí, Tres Esquinas y Caracolí, de esta localidad de Bogotá, conviven en armonía migrantes venezolanos y desplazados de varias regiones de Colombia. Christopher Batista y Javier Lemus trabajan en una barbería. En esta localidad viven muchos de sus compatriotas.

Mauricio Cárdenas*
25 de septiembre de 2018

Jandier Lemus recorrió para llegar a Colombia un camino muy difícil. Sufrió, lloró y en muchos momentos se sintió sin ganas de seguir adelante. Pero desde hace más de cuatro meses su vida cambió. Hoy sonríe mientras recuerda su historia.

Tiene 23 años y forma parte del más de 1 millón de venezolanos que, según Migración Colombia, han llegado al país desde que se agudizó la crisis en la nación vecina. Jandier se marchó en diciembre de 2017 de Ciudad Guayana, estado Bolívar –al sureste de Venezuela– para intentar cumplir sus sueños: tener casa propia, un buen trabajo y estabilidad económica. Ahora vive en las montañas del sur de Bogotá, en la localidad de Ciudad Bolívar, un territorio habitado por gente sencilla y amable.

En las calles de los barrios Potosí, Tres Esquinas y Caracolí –empinadas y cubiertas por una tierra amarillenta desprendida de las montañas– se escuchan distintos acentos. Algunos provienen de los inmigrantes venezolanos, pero también se oyen las voces de los desplazados de varias regiones de Colombia.

Esta zona tiene un paisaje humilde y colorido. Hay casas hechas de bloque que carecen de enchape y pintura, algunas están a medio construir y mal encajadas en la tierra. Por eso los arriendos son baratos y nadie exige documentos. Forasteros que buscan, como Jandier, una oportunidad para empezar de nuevo, habitan la mayoría de los hogares.

Lemus recuerda lo difícil que fue dejar a su hija, a su esposa y a su mamá. Estuvo varios meses pensando la decisión. Después de las fiestas navideñas del año pasado se decidió a tomar una mochila en la que empacó algunas prendas, sus máquinas de barbería, reunió unos cuantos bolívares y emprendió el camino hacia Cúcuta.

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“Pensé que sería fácil conseguir trabajo de barbero y que en pocos días le estaría enviando dinero a mi familia. Pero no fue así”. Jandier recorrió las peluquerías del centro de la ciudad pero en ninguna encontró una vacante. Vendió agua, limonada y tinto en las calles, sin embargo, no le fue bien porque había muchos paisanos haciendo lo mismo.

Durante días durmió en el piso de la casa de unos compatriotas, no desayunaba ni almorzaba porque no le alcanzaba el dinero, solo podía cenar y siempre era lo mismo: espagueti y un huevo. Así duró unos meses, hasta que no soportó más. Sin dinero, sintiéndose fracasado y sin zapatos, porque los que tenía se le habían roto en la travesía, pensó en volver a casa.

Zapatos nuevos

Cuando iba a emprender el regreso, Christopher Batista, un barbero venezolano y su amigo de la infancia, lo llamó y le ofreció trabajo en Bogotá. Con miedo de repetir el fracaso que vivió en Cúcuta, Jandier lo dudó, pero Batista le aseguró que contaría con techo y comida mientras se acomodaba. Al no tener muchas opciones, Lemus aceptó.

Batista lleva dos años en nuestro país, es uno de los más de 200.000 venezolanos que habitan en Bogotá. Cuando llegó a la gran ciudad trabajó como albañil en las mañanas y como barbero en las tardes. Tuvo muchas necesidades, pero aún así no gastaba ni un centavo de lo que ganaba, pues quería arrendar una barbería. Después de varios meses lo consiguió e incluso llegó a montar una segunda. Ha tenido tan buenas utilidades que poco a poco ha traído a sus familiares y amigos de Ciudad Guayana.

A todos les da techo, comida y les ayuda a conseguir trabajo. “A mí me tendieron la mano para arrancar y devolveré esa buena obra mientras pueda”, dice Batista en la casa que tiene arrendada en el barrio Caracolí.

Aunque no existen datos exactos de cuántos venezolanos y desplazados viven hoy en Ciudad Bolívar, lo cierto es que esta localidad acoge a diario a aquel extraño que busca un lugar para darles vida a sus sueños.

Mientras Jandier luce orgulloso sus zapatos nuevos frente a la barbería donde trabaja, pasa un vendedor de tintos. Lemus lo llama, le compra un café y, mientras se guarda las vueltas en el bolsillo, sonríe y dice: “Ese niño es venezolano. Aunque no tenga ganas de tomar café le ayudo porque sé lo difícil que es vender en las calles”.

*Periodista.