César López cantando durante la ceremonia de la dejación de armas de las Farc, en 2017. | Foto: AFP

POSCONFLICTO

¿Cómo se creó la canción que se volvería el emblema de la dejación de armas?

El creador de la ¨escopetarra¨, César López, narra su visita a varios municipios del Meta en 2017, en donde conversó con excombatientes para componer una canción que marcaría el proceso de implementación de la paz.

César López*
30 de septiembre de 2019

En 2016 recorrí el Meta para entregar instrumentos musicales a varios colectivos y casas de cultura con un proyecto al que llamamos Banco de Instrumentos Musicales (BIM). La idea era dotar a los artistas de la región para cantar y soñar un escenario distinto a la violencia. Fuente de Oro, Granada y Puerto López nos dejaron escuchar el inmenso talento de sus niños, niñas y jóvenes cuyos padres han resistido a la más cruel de las violencias, pero que hoy encuentran en el arte la posibilidad de contar una historia diferente.

Apenas unos meses después fui contactado en simultánea por la oficina de la Presidencia de la República y por el equipo organizador de las Farc, proponiéndome participar con una canción en el evento en el que se entregarían formalmente las armas para ser fundidas después de ser recogidas por todo el territorio nacional. 

Era inevitable pensar que este era el momento por el cual habíamos trabajado cientos de organizaciones sociales en el país por más de 10, 20 o 30 años, pidiendo el cese del fuego, el desarme, reclamando el respeto por la vida y que la única arma que existiera fuera la palabra. 

Así fue como el 26 de junio de 2017 entramos a la zona veredal –hoy ETCR Mariana Páez–, en Mesetas. Tuvimos que caminar unos kilómetros bajo un aguacero. Recuerdo avanzar mientras tocaba la guitarra completamente emparamada y llegar a la puerta del campamento con la certeza de estar asistiendo a un momento histórico. 

La violencia juega con la velocidad, su efectividad para imponer una manera de pensar y de actuar radica en la trágica posibilidad de encarar y resolver con la rapidez de un disparo o un golpe, una situación a favor del victimario. Contrasta plenamente con los demorados procesos de creación que conlleva hacer un disco, una canción, una película, una obra que pretende contrarrestar la violencia o denunciar una realidad de injusticia.

Intentando leer el momento, la decisión fue crear con los protagonistas de esta historia una canción nueva que naciera apenas unas horas antes del evento del que todo el país estaba pendiente. La dejación de las más de 6.000 armas que se usaron para esta guerra de más de 50 años.

Toda la noche sostuvimos conversaciones muy sinceras y francas con quienes hoy son excombatientes, que nos contaban sus historias y sobre todo, sus miedos y preguntas más urgentes sobre este proceso. Ese tiempo nos permitió un reconocimiento amable y sincero de seres humanos con las mismas contradicciones de cualquiera de nosotros además, con el enorme reto de rehacer una vida enfrentando obstáculos enormes: desde escoger libremente su ropa, hasta lidiar con la estigmatización, los dolores de la gente perdida y el complejo proceso de desmontar de su piel y de su mente la lógica de la guerra.

Esta guerra nuestra es un escenario completamente incomprensible para quienes solo la ven por televisión, para quienes desde la comodidad de su casa o en la burbuja de su ciudad opinan y deciden sobre la vida de miles de personas, cuyo asunto cada día es estar entre la vida y la muerte. Solo allí uno puede realmente darse cuenta de que lo que nos ha tocado vivir en este conflicto está muy lejos de ser comprendido y sentido por ese país de los escritorios y los centros comerciales; cuando para dar cada paso tienes que desenterrar una bota del profundo pantano y así, una y otra vez, por cuadras y cuadras a pleno sol. Por ello, y por el principio de realidad que suponía el encuentro de tantas miradas del país, todos los asistentes ese 26 de junio sentíamos que era, verdaderamente, poner los pies en la tierra.

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El primer relato que me contó un joven, que además interpretaba un cuatro llanero, hablaba de la emoción del reencuentro con su madre y de cómo él le estaba cumpliendo la promesa que un día le hizo cuando se fue con las Farc: volver sano y salvo. De allí salió la primera frase de la canción, amarrada a la idea de que aquel niño que tocaba los primeros acordes del cuatro, aun hoy, después de tantas balas, lo seguía tocando como ejercicio de sanación. Minutos después me veo envuelto en un hermoso momento en el que me presentan una bebé recién nacida y su madre, curtida de tantos combates; me cuenta que ha pensado en que un día le explicará a su hija todo lo que ha vivido y la razón de esta decisión de parar la guerra, dejar las armas e intentar con todas las complejidades hacer una vida distinta.

Este ejercicio de composición se extendió hasta la madrugada en medio de cantos, coplas, fogata y la tensión propia de un momento que remodelaba la idea de la lucha armada y retiraba de las manos de miles de seres humanos, lo que, por muchos años, no solo fue su herramienta de trabajo sino lo que validaba e imponía una manera de hacer las cosas.

¿Cuál es el verdadero sentido de la vida? Ante una pregunta así, bajo una carpa hecha con un par de lonas y con los pies metidos en el barro, la conclusión era maravillosa: la vida es para amar, servir y perdonar, hacer el bien a la gente y tratar de caminar con esa consigna como única victoria de una batalla personal en medio de un mundo lleno de intereses y desigualdades. ?Así fue como juntando frases y reflexiones, poniendo y quitando acordes en la mañana, mientras ya se agolpaban en las puertas del campamento las cámaras de cientos de medios nacionales e internacionales, vimos aterrizar los helicópteros con las personalidades y entonamos nuestra canción para el fin de la guerra, que no era otra cosa que las sencillas frases recogidas del sentir casi en vivo y en directo de un puñado de hombres y mujeres que le apostaron a la paz en medio de esas llanuras del departamento del Meta.

Por el dolor intenso de tantos pueblos martirizados, de tanta gente a la que la guerra le ha arrancado la posibilidad de escoger una vida, por las comunidades indígenas menospreciadas y atacadas sin misericordia, por las mujeres usadas como botín de una guerra donde los héroes al final serán los hombres, por los niños y niñas que deberían estar aprendiendo sus cantos de vaquería o a tocar la bandola y hoy corren el riesgo de ser reclutados de nuevo. Por eso yo volvería una y mil veces a recorrer las carreteras del Meta, intentado una y otra vez llevar la esperanza, cantar a tiempo y amorosamente continuar clamando por el fin de nuestra trágica guerra.

*Músico.