Ilustraciones de Gabriel Henao.

SABANETA

Lo más criollo de Sabaneta

El periodista Santiago Rivas visitó el municipio. Vio lo típico, lo auténtico, lo cotidiano y lo que representa el alma de este territorio y su gente.

Santiago Rivas*
24 de abril de 2019

La palabra Sabaneta describe a una sabana pequeña. Es posible que ahí donde ahora reposa un parque central diminuto que va en bajada buscando la avenida, un circuito de restaurantes y un bosque entero de edificios multifamiliares de ladrillo, hubiera alguna vez una pequeña sabana. Pero es imposible saberlo ahora, porque este municipio joven, creado como tal en 1967 dentro del Área Metropolitana de Medellín (del Valle de Aburrá, que es lo mismo), tiene que estar entre los más densamente poblados del país, puesto que se trata del más pequeño de todos los municipios colombianos, con apenas 15 kilómetros cuadrados.

Durante mucho tiempo lo más conocido de este ‘micromunicipio’ fue su iglesia, más exactamente su imagen de la Virgen. O bueno, la peregrinación de la que era objeto, y la advocación no oficial, el apodo que se le dio. Se trata de una bonita imagen de María Auxiliadora, que se hizo más conocida en Colombia y el mundo entero como la ‘Virgen de los sicarios’.

No había malandro en Antioquia, incluyendo al mismísimo Pablo Escobar, que no hubiera ido a rogarle a la pobre María, primera víctima de nuestro complejo de Edipo, por el buen trasegar de alguna fechoría. Ya no es así. La Virgen aún es famosa, pero Sabaneta es ahora un lugar tranquilo. Ahora va gente menos poseída por la violencia a presentar sus respetos. Pero no podemos negar que se trata de un lugar especial, así traiga un recuerdo tan agridulce.

Al lado de El Viejo John, local al que fui a comer con mi suegro para que me mostrara Sabaneta, se encuentra La Herrería, un local que recoge imágenes clásicas del kitsch paisa (los carrieles, las fotos de cabalgatas, los ponchos, un gramófono, etcétera) y les suma los retratos de los personajes emblemáticos del municipio. Cuando me dijeron eso yo me imaginé que se trataba de una compilación de gente famosa que había nacido allá, pero los nombres me sorprendieron: Patebola, Puñaleto, La Chana, Juan Ramón, el Loco Gabriel, Gallo, Chipala, Laura, el Bisco (sic), Tanana, Lala, Tortilla, Julia Talegos y otros nombres más que ya no puedo recordar. Las porciones de comida –cualquier cosa– en El Viejo John, el restaurante más conocido del municipio, son enormes. Deliciosas, además. No se gana uno el derecho a autodenominarse “el viejo tal” así como así.

Tal vez estén compensando por el pequeño tamaño de su municipio, pues al salir hacia la iglesia, doblando la esquina del parque, se encuentra uno con los archifamosos buñuelos gigantes de Sabaneta, los más grandes del mundo. Eso dicen ellos, pero se les cree. Con uno solo de los que venden (porque tienen unos de exhibición, del tamaño de huevos de terodáctilo), comimos tres personas, y no quiero buñuelo en un buen rato. Junto a esas hermosas “frutas de sartén” (no les miento, así se les denomina), se hace natilla todo el año en Sabaneta. No será el único lugar, pero sí fijo es el único en el que yo haya ido a comprar.

Ustedes dirán que solo hablo de comida, pero fui al medio día. A los buñuelos, que son más grandes que un puño grande, se suma la fama, aparentemente de alcances nacionales, del chorizo de Sabaneta. Rojos, como los hacen en Antioquia, se venden como pan todo el día. No los probé, porque estaba repleto, pero todo el que sabe que uno estuvo por allá pregunta, antes que cualquier otra cosa, si uno comió chorizo de Sabaneta. Lamento decepcionarlos, pero ya les tocó ir a conocerlos.

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Mientras la avenida ruge apenas a unas cuadras y los edificios siguen creciendo, el parque y las calles que lo rodean guardan un aire familiar de tradición y de pueblo pequeño, que parece congelado en el tiempo. La gente se sienta a pasar sin afán la tarde del sábado, comiéndose cualquier cosita, tomándose unas cervezas o un tinto. Podía seguir allá todo el día sin darme cuenta. Incluso podría seguir allá, pero tenía que entregar el artículo.

Lejos de la zona de comidas, que une la iglesia con los cafés y los restaurantes con los puestos de solteritas en el parque y los negocios “tranquilos”, en los que ya suena como antesala de la noche una andanada de música popular, se encuentran las fondas. Hay que subir la loma hacia el oriente y llega uno a rumbeaderos y bebederos, que quedan todos muy convenientemente al lado de miradores, para que la gente ambiente sus guaros con la bonita luz del atardecer sobre el sur del Valle de Aburrá.

El más interesante de todos estos sitios es el más viejo, por supuesto. La fonda La Yoconda es un gran sitio para sentarse a arreglar el mundo, pero su principal atractivo son los billetes de todas las épocas, de denominaciones y monedas distintas, que están pegadas forrando las paredes, los objetos, las mesas. La gente iba en pareja y declaraban su amor en el billete o dejaba un saludo, incluso una reflexión. El sitio es como un museo de pequeños momentos, representados en billetes de 1, 2, 5, 100, 200 e incluso 5.000 pesos (hay uno de 100.000, pero ya comprobé que es falso), y también de dólares, pesos mexicanos, bolívares, lo que haya. El dueño logró, literalmente, forrarse en plata. Espero que lo esté disfrutando.

No quiere uno irse de Sabaneta, pero en realidad es muy difícil mantenerse quieto en ese rincón que se estrella con La Estrella, un poco más aquí de Itagüí, arrejuntado con Envigado. No es porque no se amañe uno, es porque al cabo de unas cuadras ya está uno en otro municipio. Cuando el sol empieza a pegar de lleno en los multifamiliares de ladrillo es hora de abandonar Sabaneta. Pero como dicen los paisas, si algo volvemos.

*Periodista.