C&C Casteblanco genera 400 empleos directos y 200 indirectos a nivel nacional. | Foto: iStock

ANTETITULO

Los hermanos Castelblanco, una historia de éxito

El país logró, con una riqueza petrolera bien administrada, superar enormes brechas sociales, la dura caída de los precios del crudo y evitar una crisis como la de Venezuela. Nuestro columnista nos cuenta la fórmula.

10 de diciembre de 2017

Los principales productos colombianos de exportación en el siglo XX fueron el café, hasta los años ochenta; y la cocaína, el carbón y el petróleo, desde entonces. El primero integró al país y construyó un núcleo próspero entre Medellín, Cali, Bogotá y Bucaramanga, en donde se contribuyó al desarrollo de la clase media, la manufactura, los servicios y la capacidad de los gobiernos.

Los beneficios de esa bonanza, sin embargo, no llegaron a la costa Pacífica, el Caribe, la frontera oriental, ni al sur, desde el Cesar hasta los Llanos Orientales, el Amazonas, el Putumayo y Nariño. En estas regiones la riqueza correría por cuenta de la producción, el intercambio y la exportación de sustancias ilícitas. Las vocaciones productivas y comerciales aflorarían gracias a estas actividades ilegales que también generaron desgobierno, crimen y corrupción. Aquí imperaba una ley abusiva y despiadada impuesta por las Farc, el ELN, los paramilitares, y los carteles de la droga.

A este escenario complejo se sumarían los nuevos desafíos que trajeron el carbón y el petróleo, que también brotan en estas zonas periféricas: la enfermedad holandesa, la maldición de los recursos naturales, los riesgos para el medioambiente y las bonanzas regionales con efectos nocivos como la inflación de los precios, la prostitución y una pérdida del atractivo de las actividades agropecuarias.

El Estado luchó y ganó algunas guerras. Las Farc, los carteles de los noventa y los paramilitares fueron combatidos por una fuerza pública que duplicó su tamaño a más de 400.000 efectivos bien dotados y con el monopolio del aire. Eso cambió para siempre el equilibrio, aunque todavía hoy aparecen violentos en esas zonas periféricas.

Pero el petróleo y la minería aportaron recursos para rescatar de la pobreza a millones de colombianos de estas y otras regiones del país. Esta cayó de manera impresionante, del 60 al 24 por ciento de la población. Cada mes, 2,5 millones de familias pobres reciben transferencias del gobierno. La educación escolar y secundaria ya es universal, y la impartida por el Estado, gratuita. La salud llega a casi todos los colombianos. Su calidad es insuficiente, pero el primer paso era su universalización.

Esos logros sociales y en materia de seguridad habrían sido imposibles sin el petróleo, que ha llegado a generar una cuarta parte de los ingresos del Estado, y 2 de cada 3 pesos de inversión pública. La desastrosa experiencia de Venezuela hace palpables los riesgos de darles un mal manejo a estos recursos; pero, desde el otro lado del mundo, Noruega, Canadá, Inglaterra y Australia muestran que sí es posible manejar adecuadamente una riqueza minera y petrolera.

¿Qué hace la diferencia? Instituciones que impongan orden a las finanzas públicas, que generen equidad entre las regiones, que fuercen a ahorrar en las bonanzas, castiguen a los corruptos, mantengan una eficiente empresa estatal petrolera y promuevan una buena y rentable explotación privada. Aprender todo esto es lento y doloroso. Y Colombia lo ha logrado con un sinnúmero de instituciones fiscales que van desde la Ley de semáforos de 1997, la Ley 617 de responsabilidad fiscal municipal y departamental de 2000 y el Sistema General de Participaciones de 2001, hasta la reforma de las regalías de 2011 y las frecuentes reformas tributarias (16 en 25 años), entre muchas otras. Así evitamos el desastre que acabó con Venezuela.

Cincuenta millones de colombianos podemos vivir mucho mejor con un petróleo y gas bien explotados, rentables y gobernados por instituciones serias. Colombia es una historia de éxito, que se ha construido con esfuerzo y mucha claridad.