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Alonso Garcés: 40 años de un templo dedicado al arte

La galería está cumpliendo su cuadragésimo aniversario y lo celebrará con una serie de exposiciones llamada Templos, en alusión a la Iglesia que alguna vez ocupó sus instalaciones.

13 de julio de 2017

Cada vez que llega un visitante a la galería Alonso Garcés (Garcés Velásquez) suena el rechinar de las tablas de aquella casa que alguna vez fue una Iglesia Católica liberal. La sala principal conserva, en la parte alta de sus paredes laterales, relieves de las antiguas ventanas que allí estuvieron cuando el edificio albergaba la oración y la celebración religiosa. 

A finales de la década de los sesenta Asenet Velásquez y Alonso Garcés deciden formar una sociedad de palabra, "porque trabajábamos antes en la galería Belarca". En 1974 salieron de allí y comenzaron todos los trámites para crear un nuevo espacio en la ciudad. Ambos le compraron la sede al obispo encargado, que para entonces era solo una casona vieja y descuidada, abandonada y sin aura.

Con todo el entusiasmo se hizo un proceso de restauración y adecuación para la gran apertura. Hace 40 años, bajo el nombre de Garcés Velásquez, abrió sus puertas este espacio, vitrina de grandes artistas colombianos. El primer honor lo tuvo Edgar Negret, vecino del sector, quien ocupó los tres pisos de la galería con sus esculturas.

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No existía nada referente al arte en el barrio la Macarena, donde está ubicada. No era el barrio actual donde abundan galerías y librerías. Garcés recuerda que muchos le decían que ambos estaban locos, cómo iban a abrir una galería en un espacio donde no pasaba nada. Pero el tiempo terminó por darles la razón a Alonso y a Asenet. 

La historia ya es conocida, pero no sobra recordarla: En 1990, Álvaro Medina dijo "escribo sobre una pintura cuyo autor, Luis Caballero, no ha realizado aún". La idea consistía en que el primer día de exposición el pintor bogotano se enfrentaría a un enorme telón, que cubría toda la pared del fondo de la sala principal, y el día de cierre presentaría la obra terminada. Garcés recuerda la fila de personas llenas de curiosidad que se formaba a las afueras de la galería para ver el avance de Caballero, quien dedicaba horas y trasnochadas a la obra. La cuarta ambición del artista.

Mientras pintaba el gran telón, Caballero hacia dibujos de estudio de 20 x 30 centímetros que se enmarcaban al día siguiente y se colgaban en las paredes laterales, como acompañamiento a la enorme tela. Cuando se acabó la exposición los muros quedaron llenos de estos estudios. Uno de esos dibujos fue escogido para las impresiones de invitación. La señora del aseo se dio cuenta que uno de esos cuadros estaba un centímetro más abajo que el resto, llamó a Alonso y se dieron cuenta que una persona había enmarcado la invitación, la trajo y la remplazó por el estudio original de Caballero. Luis quedó sorprendido de la genialidad de esa persona.

Momentos difíciles también se vivieron. Como el robo a los inicios de los noventa, donde se llevaron un valioso Obregón, un Santamaría y un Roda. Una tortura de ocho meses, en los que paulatinamente fueron apareciendo las obras. 

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Templos, así se llamará una serie de exposiciones parea evocar el pasado de la galería. Varios artistas se enfrentarán cada mes a esa enorme pared. "Por eso esta etapa tiene que iniciar con Luis, con ese gran telón por ser una obra emblemática, importante para Colombia y para el artista", dice Garcés.

"Ahora intento, una vez más, crear esa imagen necesaria, intento hacerla real y, más aun, sagrada. Y la pinto en esta galería, que fue una Iglesia, es decir, un lugar consagrado", decía Luis Caballero, cuando se encaramaba en el andamio para alcanzar los puntos medios y altos de su telón, de 470 x 580 centímetros.

Francisco Fernández, Jaime Franco, Luis Morales y Carlos Jacanamijoy serán los artistas encargados de enfrentarse, como lo hiciera Caballero en 1990, a la enorme pared. Templos culminará con un homenaje a Asenet Velásquez. 

A Alonso Garcés le sobran anécdotas. Como cuando se hicieron los ‘Diez metros de Renoir‘, un óleo sobre papel donde se vendió un centímetro lineal, o veinte, o un metro o dos metros. Y allí estaba Garcés echando tijera, al lado de su amiga Beatriz González, cortando la obra hasta que solo quedaron cincuenta centímetros de papel.

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O como cuando Manolo Vellojín se resistía a que se vendieran sus obras “5.000 USD por mi obra, ¡eso no vale ni un vestido de puta en Miami!”. Garcés recuerda que las trataba como a sus hijos, porque seguro lo eran. 

Y una muy original, como cuando Feliza Bursztyn, en la época de la exposición de la ‘Baila mecánica‘ le trajo una esculturita a Garcés, quien bajó las escaleras ansioso a recibirla en la quinta. En cuanto Feliza se bajó del carro, por accidente, la pequeña escultura se le salió de las manos, se estrelló contra el suelo y se desbarató. Lo que Garcés nunca olvidará fue lo que Feliza le dijo cuando vio su obra en el suelo: ¡Ay mi amor, quedó mejor!