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Amor eterno

Los brillantes trucos visuales del director de Amélie consiguen esta vez que no nos importe la suerte de sus personajes.

20 de marzo de 2005

Titulo original:Un Long Dimanche de Fiancailles
Año de producción:2004


Director:Jean-Pierre Jeunet
Actores:Audrey Tautou, Gaspard Ulliel.

No se debe descalificar así como así ninguna obra dirigida por Jean-Pierre Jeunet. Estamos hablando de ese realizador de cortos, videos y comerciales que en los años 90 (en ese entonces trabajaba con el ingenioso Marc Caro) nos dejó sin habla por culpa de dos elaboradísimos largometrajes de ciencia ficción Delicatessen (1991) y La ciudad de los niños perdidos (1995). Estamos hablando de aquel director que, gracias a la maravillosa Amélie (yo, para decir verdad, no he querido volver a verla por puro temor a que ya no me guste tanto), nos recordó que el cine francés nos ha dado algunas de las mejores películas que existen. O sea: decir que Amor eterno se alarga sin justificación, se extravía en sus malabarismos técnicos y fracasa en la repetición de la fórmula mágica del éxito es en el fondo lamentar que un tipo tan talentoso como Jeunet nos haya conducido al aburrimiento.

Se puede ver Amor eterno para apreciar la extraordinaria música de Angelo Badalamenti, para reconocer una vez más el ingenio visual de Jeunet o para recoger más pruebas (nunca serán suficientes) de que la guerra es el infierno. Pero no se encontrará una historia de amor convincente en sus más de dos horas de duración. Ni un personaje con un destino que nos duela. Ni siquiera sus trincheras pasarán de ser otro decorado atractivo dentro de un mundo compuesto por decorados atractivos. Cuando llegue a su fin la investigación de la afligida Mathilde, que se resiste a creer que su Manech haya muerto en el campo de batalla, sólo sentiremos que un juego se ha acabado.