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ANTOLOGIA Y ESCANDALO

Una recopilación de textos de Cepeda Samudio y el último escándalo de Alvarez Gardeazábal, dos libros colombianos del momento.

5 de mayo de 1986

La antología que hace Jacques Gilard de los textos escritos por Alvaro Cepeda Samudio entre 1944 y 1955 es un aporte positivo al periodismo colombiano, teniendo en cuenta que muchos de esos artículos se hallaban diseminados entre viejos archivos o en medio de los recuerdos personales de su madre. El investigador garcíamarquiano rescató además una serie de textos que Cepeda escribió cuando todavía estaba en el colegio, antes de vincularse a ningún medio, lo cual marca la pauta para poder hacer un seguimiento de su evolución durante los primeros once años de dedicación periodística. Esta época es vital porque Cepeda se define como escritor y como periodista.
Cuando empieza a colaborar en El Nacional, a los dieciocho años, todavía no había terminado su bachillerato. Desde un principio, es característico en él un estilo claro que corresponde a la definición que da Gilard: "La voz de Cepeda, más que la de un joven irreverente o de un liberal izquierdizante, era la de alguien que no quería quedarse en los anacrónicos antagonismos nacionales y pretendía ser contemporáneo del resto de la humanidad... Por eso, más que por escribir en un periódico, fue un verdadero periodista, y un intelectual...".
El Heraldo y El Nacional fueron los dos diarios de Barranquilla, su ciudad natal, en los que escribió fielmente. Pero las columnas que más reconocimiento le dieron fueron "Brújula de la cultura", "Séptimo circulo" y "Al margen de la ruta", nombre este último retomado por Gilard (modificándolo en "Al margen de la ruta") como título de la antología.
A pesar de ser un escritor muy polifacético, Cepeda Samudio concentró siempre su interés en la cultura. Cuando entrevistó al futbolista brasilero Garrincha, sorprendió al público por el estilo refrescante, basado en el comentario. Escribía sobre las calles los pueblos, el carnaval, la gente, y en forma simultánea podía chiviar a todos los periódicos del país, publicando por ejemplo un comentario sobre la última novela de Cortázar en ese entonces, "Bestiario", en 1951, cuando el libro acababa de ser editado.
En cuanto a las influencias, Cepeda siempre se declaró un apasionado lector de Azorin, y como lo explica Gilard, "la incidencia de éste, sobre todo en los aspectos descriptivos del mundo infantil" es notoria. Aunque, continúa el crítico francés, "el origen estudiantil de su actividad periodística, prolongada en su labor de columnista-estudiante, lo lleva a evocar con frecuencia el mundo de los niños, con una ternura que más de una vez cae en la cursilería".
Como escritor, Cepeda Samudio también incursionó y sus libros "La casa grande" y "Los cuentos de Juana" son ejemplo de ello. Otra parte muy importante de su vida fue la vinculación con el cine, el cual siempre le interesó como expresión artística. Sus críticas a Hollywood fueron asiduas. Más tarde, su participación en el cine se totalizó al ser guionista, director y actor en "La langosta azul" con la asesoría del catalán Luis Vicens.
La versatilidad y su manera de tratar los temas en su primera época periodística confirman a Cepeda Samudio como un gran periodista.

Más que relatar una historia ilustrar al lector o reconstruir un mundo particular, el objetivo principal de esta nueva novela de Gustavo Alvarez Gardeazábal es impresionar, asustar e impactar a quienes, gracias a antecedentes literarios y personales del escritor, esperaban precisamente eso, que los impresionaran, asustaran e impactaran con una crónica que mezcla hábilmente dos de los temas que más preocupan a los colombianos y sobre los cuales, pocos se atreven a escribir y hablar: el narcotráfico y el homosexualismo.
Nadie puede negar la habilidad artesanal del escritor para ir tejiendo esa trama que, gracias a los excesos tropicales de costumbre, el editor ha calificado como la novela hispanoamericana de éste y muchos años más, olvidando que también existen obras maestras como "Gringo viejo" de Carlos Fuentes, "El patio de los vientos perdidos" de Roberto Burgos Cantor y algún cuento menor de Borges. Pero, en medio de esa habilidad que alcanzó su meior momento con "Cóndores no entierran todos los días", hay un olor a chisme, a rumores de sirvientas, a comentarios de alcoba, a susurros encerrados que producen fastidio y reducen el alcance de la novela al contorno parroquial que la sostiene. En un medio literario como el colombiano donde los elogios se van retroalimentando, es un rito esperar el nuevo libro de Alvarez Gardeazábal para saber contra quién está escrito. El locutor cubano arribista ha sido remplazado ahora por un narcotraficante que también es homosexual, El blanco es obvio y sobre todo, si se le despoja de la aureola machista y valiente que rodea al típico narcotraficante y se le convierte en un hermoso animal lleno de impulsos, entonces el golpe es más directo. Quizás el gesto de algunos lectores que han devuelto sus ejemplares de "El divino" en una librería de la carrera quince en Bogotá sea un reflejo de esa sensación de morbo-chisme, suciedad y provincianismo barato que alimenta estas páginas que, por supuesto, se venden bien, lo cual no tiene nada que ver con la calidad del libro, escrito sólo para satisfacer a quienes gozan siendo impresionados, asustados e impactados, aunque después se arrepientan.