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El renacer de las barberías en Colombia

Aunque muchos las creían muertas, las barberías renacen por la cultura hípster, el reguetón y las migraciones desde el Pacífico. Hasta jugadores como James, Cristiano y Arturo Vidal sirven de inspiración.

22 de julio de 2017

Hace dos décadas eran pocas y casi siempre estaban relegadas a zonas específicas, como los centros históricos de las ciudades. Pero hoy en muchos locales sobresale el típico poste de color blanco, azul y rojo, la señal tradicional para anunciar la presencia de una barbería.

“Las barberías siempre han existido, pero hace un tiempo empezó a gestarse un movimiento mayor –cuenta Javier Humberto Díaz, director de Mad Men, ubicada en el norte de Bogotá–. Todo por la necesidad de abrir negocios para corte de pelo y barba exclusivos para los hombres”.

En Bogotá, por ejemplo, están tanto en zonas exclusivas como en populares: en el norte, en Chapinero, a lo largo de la Caracas y en localidades como Bosa o Kennedy. Las otras ciudades no se quedan atrás. En Medellín, por ejemplo, se realiza anualmente una competencia llamada la Batalla de los Barberos y también existe un grupo llamado la Asociación de Barberos de Colombia (ABC Barbers), que cada año organiza Expo Barber Shop, un encuentro para aficionados al oficio. Y en Barranquilla, los medios locales registran periódicamente que las barberías llenaron los barrios del sur.

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Aunque no hay cifras exactas -las estadísticas incluyen a las barberías en la categoría de las peluquerías-, un informe publicado en mayo de 2016 por Servinformación, que recoge datos sobre establecimientos comerciales en diferentes ciudades del país, muestra que en Bogotá hay más peluquerías que tiendas de barrio por manzanas. Y el auge de las barberías podría explicar esa cifra.

Vieja tradición

Los barberos hacen parte de una tradición milenaria: en la antigua Grecia, por ejemplo, era un oficio tan popular que los caballeros se reunían en sus locales a conversar sobre la política, la cultura y la vida social. Y en la Edad Media ya no solo se dedicaban a cortar el pelo o a arreglar la barba, sino que también eran cirujanos: sacaban muelas, blanqueaban dientes, hacían pequeñas curaciones, cortaban huesos y, sobre todo, hacían la sangría anual, que los hombres se practicaban en primavera para, supuestamente, mejorar el ánimo y fortalecer las defensas.

De allí, de hecho, viene el simbólico poste o barber pole: luego de efectuar las sangrías, los barberos ponían afuera de sus negocios un palo para secar las vendas manchadas de sangre y eso evolucionó a un madero pintado de blanco y rojo. Más adelante se le agregó el azul, algunos dicen que por cuestiones nacionalistas (para homenajear a las banderas de Estados Unidos o Francia) y otros que para diferenciarse de los cirujanos.

Con el paso de los siglos la profesión se decantó y quedaron los barberos clásicos, aquellos vestidos de bata blanca, que usaban toallas calientes, aplicaban espuma con una brocha, tenían una cuchilla –la barbera– que pulían en un pedazo de cuero -llamado asentador o suavizante-, y en muchos casos servían de confidentes a sus clientes. Pero la aparición de las peluquerías unisex, el crecimiento de los estilistas y el auge de la belleza femenina las dejaron en un segundo plano. Hasta ahora.

El regreso tiene varias razones. Por un lado está la moda hípster, como se le conoce al estilo urbano conformado por jóvenes que en materia cultural prefieren lo alternativo, como la música y el cine independiente, la comida orgánica o los productos artesanales. Hacia 2010 ese estilo se popularizó en todo el mundo y la barba –que había pasado de moda–, símbolo de esa forma de vida, volvió al primer plano gracias a deportistas, artistas, actores y figuras de la farándula. Hoy lo normal es que los jóvenes la dejen crecer y eso ha creado una necesidad que cubren las barberías.

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Pero en el caso colombiano también tiene que ver la migración de personas del Pacífico (Chocó, Buenaventura o Cauca) o de países como Venezuela, que llegan a las ciudades a montar su negocio y a buscar mejores oportunidades. Varias de las barberías, sobre todo en zonas populares, tienen un estilo urbano influenciado por el reguetón, el rap, el hip hop y los peinados de futbolistas como Arturo Vidal, James Rodríguez o Cristiano Ronaldo. No son iguales a las tradicionales, sino que los barberos se dedican también a hacer peinados raros, que en algunos casos incluyen figuras en la cabeza. Para Jasson Mejía, presidente de la Asociación de Barberos de Colombia, este estilo de barberías urbanas llegó al país a mediados de los años ochenta: “Los peinados rocosos, el punk y la variedad de cortes para hombres inspirados en los grupos de pop, ‘hip hop’ y ‘rock’ de la década marcaron una tendencia. Desde entonces, las barberías comenzaron a recuperar espacio como cultura urbana, sobre todo entrando por las costas de Colombia”.

Esa tendencia poco a poco fue llegando al interior del país y se amplió. Según el sociólogo Armando Silva, encontró un terreno fértil porque de un tiempo para acá muchos comenzaron a ver el cuerpo como la marca propia de una persona: “Si en los setenta era el pelo largo o en los noventa eran el ‘body art’ y los tatuajes, ahora la cabeza es el lugar del cuerpo para poner una firma personal. Esto le ha dado nuevos quehaceres a los viejos peluqueros que ahora son ‘innovadores’ ‘diseñadores’, ‘tatuadores’ o ‘barberos’”.

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En medio de estos locales urbanos, algunos de los tradicionales aún sobreviven. En el centro de Bogotá, por ejemplo, aún hay negocios atendidos por peluqueros (o ‘barberos’) experimentados, que tienen las sillas clásicas de cuero y que siguen usando las barberas, aunque ya no las pueden frotar sobre el pedazo de cuero por cuestiones de salubridad.

Pero son pocas. La mayoría de las nuevas ya no solo ofrecen cortes de pelo, arreglo de barba o manicure y pedicure, sino que también incluyen otros servicios: venden bebidas alcohólicas, tienen futbolines o mesas de póquer, en sus televisores pasan partidos de fútbol o deportes, llevan música en vivo y, en algunos casos, tienen máquinas de videojuegos. “Son guaridas para los hombres que van más allá de la tradición de las barberías antiguas. Que hacen de un corte de pelo una experiencia diferente a la de antes. Por eso, lo que nació como un esfuerzo para revivir la historia, se convirtió en un negocio, que está en furor”, cuenta Javier Humberto Díaz.

Y todo parece indicar que no hacen parte de una moda pasajera, sino de una tradición que evolucionó, que actualmente crece y que cada vez se nota más.