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Bogotá en la memoria

Bogotá vista a través de los recuerdos de algunos personajes de la vida nacional.

Luis Fernando Afanador
7 de marzo de 2003

Bogota de memoria
Carlos Gustavo Alvarez
Empresas Publicas de Medellin, 2002 -135 paginas

Recuerdo a mi padre hablándome de Bogotá. De aquella ciudad legendaria de los tranvías y el 'Tout Va Bien'. Aunque él no era bogotano, aquí había vivido su infancia y su juventud. Su trabajo lo llevó por varias ciudades de Colombia y, finalmente, se radicó en Ibagué. Decía que alguna vez iba a regresar, pero los dos sabíamos que mentía. Sólo quería hablar de su pasado, contagiarme de sus nostalgias. Y lo consiguió. Su nostalgia se sumó a la mía: por un accidente, a los 6 años, estuve un año en Bogotá. El frío, el verde intenso, el olor de los prados después de la lluvia, los rostros delicados y blanquísimos de sus niñas, hacen parte de mis primeros recuerdos conscientes.

Esta impertinente digresión personal es culpa de Bogotá de Memoria, del periodista Carlos Gustavo Alvarez. Cada uno de los personajes entrevistados, al hablar de su Bogotá, inevitablemente activan la memoria o, como diría el tango, "encadenan mi soñar". No se trata, entonces, de un libro histórico sino de un libro de recuerdos, de opiniones, de emociones, que busca "aumentar el conocimiento de nuestra ciudad para amarla cada día, porque lo que no se conoce no se ama de verdad".

Alfonso López Michelsen recuerda una ciudad de 200.000 ó 250.000 habitantes en la que la actual Avenida Jiménez era el río San Francisco, que descendía de los cerros y atravesaba la ciudad por el centro. Las orillas del río formaban los jardines de las casas de la calle 14 y de la calle 15. "En esos patios traseros se lavaba sobre piedras la ropa blanca de las casas, como en todos los ríos de Colombia". Jorge Zalamea recuerda a los míticos hoteles Granada y Regina y cómo era la bohemia de los políticos y los intelectuales en los años 40.

Aída Martínez Carreño, una santandereana que se quedó para siempre en Bogotá -al igual que millones de provincianos que hoy en día somos sus habitantes- en forma apasionante nos cuenta de qué manera al encargarse de la restauración de una casa del centro fue interesándose más por las personas y la forma en que allí se vivía -por la historia de la casa- y poco a poco terminó convertida en una experta en el siglo XIX bogotano: "Ese anecdotario que fui recogiendo, reconociendo, descubriendo, me introdujo en el estudio de la historia desde el punto de vista de la cotidianidad. No de la batalla, no del gran enredo político, sino de la vida diaria alrededor de la casa".

Muchos coinciden en que la historia de Bogotá se divide en antes y después del 9 de abril. Para Elvira Cuervo ahí se rompió la historia del país: una capital provinciana se transformó -porque todo lo que se construyó sobre las ruinas del 9 de abril le parece espantoso- en un desastre de arquitectura, en una arquitectura de afán, de emergencia, en la cual esas maravillosas casas de estilo republicano que se incendiaron fueron reconstruidas como diciendo "hagamos unas cositas mediocres que esto lo vamos a reconstruir después". Y lo grave fue que así se quedó. Para Arturo Alape, hay que ir más allá del desastre y de la arquitectura, de los clichés de "turba gaitanista". Entender lo que ocurrió el 9 de abril es la clave para desentrañar el ser colectivo que es la ciudad: "Y descubrí que la relación entre la voz y el llanto tenía que ver con la historia del país y la historia de Bogotá. Y que esa relación entre el sonido de la voz de Gaitán y el llanto tenía que ver con el ritual. Ellos iban a llorar lo que fueron o lo que pudieron ser".

Otro hito es el antes y después de la revolución Castro-Mockus-Peñalosa. De una ciudad terminal pasamos a vislumbrar la posibilidad de una bella ciudad cosmopolita y a tener, por primera vez, un sentido de orgullo y de pertenencia sin el cual no es posible construir nada. Si no nacimos en Bogotá, aquí encontramos el trabajo, aquí nos enamoramos y tuvimos hijos. Estas calles, como dice María Mercedes Carranza, son el laberinto que hemos de andar y desandar: todos los pasos que al final serán nuestras vidas.