Home

Cultura

Artículo

CARTA BLANCA

Amarguras, frustraciones y alegrías en la correspondencia de la poetisa Sylvia Plath.

26 de marzo de 1990


El 12 de febrero de 1963 Sylvia Plath se levantó a la hora acostumbrada, aún un poco embotada por la acción de los somniferos que desde meses atrás venía utilizando. Aquel día aparentaba ser uno más en esa época de desolación y de gran tensión. La inesperada separación de su esposo, el activo, el encantador, el admirado poeta Ted Hughes la había sumido en una de las peores crisis de su vida. Muy temprano preparó el desayuno para sus hijos --tenía la obsesión de ser una buena madre-- y como de costumbre subió a su habitación para que, antes del alboroto matinal, tomaran en la cama su desayuno. Luego bajó y se encerró en la cocina. Escribió una nota apresurada y tapó los resquicios de puertas y ventanas. Entonces se dirigió a la estufa, dio vuelta a la llave del gas y metió la cabeza dentro del horno. Sylvia Plath moría aquella fría mañana de febrero en Londres, dejando una intensa vida en suspenso y tras ella, como una estela luminosa, una inquietante obra literaria y una novela, "La campana de cristal". Desde entonces su obra se ha impuesto con vigor, como el testimonio apasionado de una vida llena de promesas y de fracasos íntimos. Tras su muerte, la vida de la escritora norteamericana se proyectó a la luz pública como una leyenda. La figura de Sylvia Plath, su figura trágica, representó un ejemplo de lo que significó el esfuerzo por asumir el riesgo de la honradez consigo misma.

Se ha señalado con gran insistencia el papel que la figura del padre representó en su vida. Su padre, el doctor Otto Plath, entomólogo, que de alguna manera se dejó morir, aparece bajo diversas apariencias en su obra. Su imagen identificable, pero también la imagen del vacío que dejó al morir. La prueba, por decir así, que hace palpable la huella de esta ausencia estalla en el poema "Daddy", sobre el cual el crítico A. Alvarez escribió:
"Daddy es una especie de canción infantil compuesta por el Bosco, el circulo vicioso de la melancolía que se quita la vida para expiar la culpa que cree tener por la muerte de una persona amada y también, en parte, porque siente al muerto dentro de sí pidiendo venganza, como el padre de Hamlet". Aquí ya estamos a las puertas de la interpretación psicoanalítica.

Un documento fundamental, que jugó un papel testimonial único, lo constituyen las cartas que Sylvia Plath envió a su madre, desde aquella fechada el 27 de septiembre de 1950 en el Smith College de Northampton hasta la escrita en Londres el 4 de febrero de 1963, ocho días antes de su muerte. Este conjunto de cartas reproduce forzosamente el itinerario de esa vida, en un tono íntimo, confesional, que da cuenta, paso a paso, de los procesos emocionales, de su mundo afectivo y de las circunstancias por las cuales atravesó la vida anímica y también la escritura de Sylvia Plath.

Aunque Cioran, con toda la autoridad de su escepticismo, tiene en una alta opinión el valor de las cartas de los escritores, pues cree que "los libros en el fondo son accidentes, las cartas acontecimientos" y que "la verdad sobre un autor debe buscarse en su correspondencia y no en su obra" ya que "la obra con frecuencia es una mascarada", en el caso de Sylvia Plath las cosas pueden suceder al revés. Sus libros de poesía parecen más acontecimientos que accidentes y las cartas bien pueden ser "una mascarada". Esto no disminuye el interés de su correspondencia, diríase más bien que la sitúa en su verdadera y reveladora dimensión. Tantas veces la correspondencia de los escritores resulta irritante tanto por esa vacía insistencia en abundar en detalles domésticos, como por el lugar que el dinero llega a desempeñar en sus preocupaciones. Detalles que nos revelan ciertas facetas del autor. En Sylvia Plath esos detalles son como bastidores que encubren otros motivos.

Alice Miller ha propuesto una interpretación psicoanalítica --no artistica-- de esta correspondencia. En pocas palabras Miller afirma que en las cartas de Sylvia Plath está la prolongación y el testimonio de la imposibilidad que ella siempre encontró para manifestar a su madre el dolor y el sufrimiento, desde su infancia hasta su edad adulta. De allí, asegura Miller, proviene el desequilibrio emocional que culminará en el suicidio. Miller entiende la enfermedad psiquica no como causada por el sufrimiento vivido, sino como el efecto de la prohibición para vivir, articular y manifestar ese sufrimiento. En opinión de Alice Miller estas "Cartas a mi padre" son el testimonio de un falso yo que Sylvia Plath se fue inventando para ocultar sus verdaderos padecimientos y librar asi a su madre del sentimiento de culpabilidad que implicaba reconocer su incapacidad para comprender el abismo que se abría a los pies de su hija.

En estas cartas está, pues, el registro de esos doce años de producción poética de incesante búsqueda de la felicidad, de su encuentro y de su pérdida, de sus grandes expectativas y el extraordinario despliegue de su talento. Que esta correspondencia, en opinión de Alice Miller al ser llevada a la imprenta, no hace otra cosa más que "levantar un imponente monumento a su falso yo" es secundario. Allí está el testimonio de una vida en donde podemos encontrar valiosos datos biográficos, hacer balances, establecer análisis psicológicos, valoraciones míticas, en suma, la única biografía con que contamos de Sylvia Plath para mejor comprender su vida.--