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Letras prohibidas: la censura de libros en Colombia

Recientemente un escritor argentino aseguró haber sido censurado en el país. A propósito, SEMANA hace un recuento de los vetos literarios en el mercado nacional.

3 de octubre de 2016

La novela Luna caliente (1984), del argentino Mempo Giardinelli, no estuvo mucho tiempo en las librerías del país. Aunque la editorial Norma tenía los derechos y alcanzó a imprimir varias versiones del libro –que contenía escenas de tinte sexual y era una crítica a la dictadura Argentina– desapareció misteriosamente. En una entrevista con Semana.com, durante su visita a la Fiesta del Libro y la Cultura en Medellín, el escritor dio a entender que se había tratado de un caso de censura: “Solo circuló una semana y la sacaron de librerías, la mandaron a picar. Y nunca más, no sé por qué, hubo una edición colombiana”.

Dos semanas después Moisés Melo, en esa época editor de Norma, le aseguró a SEMANA que todo fue un malentendido: “En ese momento, la edición estuvo a cargo de una persona que hizo un trabajo muy descuidado. El libro salió con más de 40 errores, algunos hasta en la tapa. Así que decidí que no podía salir. Tiempo después sacamos otra novela de Giardinelli (‘Santo oficio de la memoria’, 1991) para la colección ‘La otra orilla’, y como no es normal tener dos veces al mismo autor en la misma colección, decidimos suspender la publicación del libro”. En todo caso, efectivamente picaron los ejemplares salidos de la imprenta y el escritor, molesto por lo que consideró un caso de censura, rompió relaciones con la editorial tiempo después.

Pero más allá de quién tenga razón en esta polémica, el caso sorprendió a muchos porque la censura de libros no es un tema común hoy en Colombia. Sin embargo, a lo largo de la historia muchos escritores sí tuvieron problemas para publicar: la Iglesia persiguió sus libros e incluso los fanáticos quemaron algunos.

El tema viene desde la Colonia cuando el virrey José Manuel de Ezpeleta (1794) ordenó desaparecer todas las copias de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, traducida del francés e impresas por Antonio Nariño que las había repartido por las calles de Santa Fe.

A finales del siglo XIX y a comienzos del XX se presentaron nuevos casos. Tomás Cipriano de Mosquera (1798-1878) mandó incinerar, en 1866, el libro Geografía general de los Estados Unidos de Colombia, de Felipe Pérez, porque supuestamente favorecía a Brasil en sus pretensiones sobre amplios territorios del Amazonas. Y por una razón similar, Marco Fidel Suárez (1855-1927) hizo recoger cinco décadas después La Amazonia colombiana (1916), de Demetrio Salamanca Torres. De este último libro solo se conservan tres copias, una de ellas en la Biblioteca Luis Ángel Arango.

Pero la censura fue más intensa después del 9 de abril, cuando los ánimos políticos se caldearon al máximo. En ese entonces el periodista Jorge Zalamea tenía una revista crítica del gobierno en la que publicó un relato llamado La metamorfosis de su excelencia. Mariano Ospina Pérez censuró la revista y la retiró de los puntos de venta. Un año después, Zalamea se fue exiliado a Argentina y allí escribió El gran Burundú-Burundá ha muerto (1952), una historia satírica sobre los funerales de un gran dictador. Ambos libros no se pudieron vender en Colombia hasta la década del sesenta.

Las listas prohibidas

La tradición de censurar libros, sin embargo, era más fuerte antes de la Independencia. En esa época la Iglesia tenía un índice de libros prohibidos que no podían ser importados a América y que, en caso de llegar al continente, debían ser recogidos y destruidos. Había otros que, aunque podían estudiarse en algunas universidades, tenían frases tachadas.

Con el paso del tiempo esa censura dejó de ser oficial, pero los índices y las listas de libros contrarios a la moral católica se mantuvieron hasta hace apenas 60 años. La más famosa fue Novelistas buenos y malos, publicada en 1910 por el sacerdote español Pedro Ladrón de Guevara para “evitar la ruina de la fe y las buenas costumbres” en Colombia.

“Hasta la década del cincuenta -cuenta el historiador Jorge Orlando Melo- era difícil conseguir un libro prohibido en una librería o en las bibliotecas, y menos en las de los centros educativos. Se compraban en las trastiendas de algunas librerías. Hacia 1950 para encontrar a Sartre, por ejemplo, había que ir a la parte secreta de algunas de ellas en Medellín”.

En esas listas estuvo el escritor bogotano José María Vargas Vila, un liberal radical que publicó la mayoría de sus novelas durante la hegemonía conservadora, entre 1886 y 1930. La Iglesia decía que su ateísmo influenciaba sus libros, especialmente Aura o las violetas (1887). Los defensores de la moral también señalaron a los escritores Bernardo Arias Trujillo, que escribió en 1932 Por los caminos de Sodoma: confesiones íntimas de un homosexual, y al general Rafael Uribe Uribe, por su ensayo El liberalismo colombiano no es pecado (1912).

Algunos protagonistas de la violencia en el país también trataron de atajar algunas publicaciones. La mafia intentó recoger el libro Los jinetes de la cocaína, que reveló la historia de la conformación de los carteles de esa droga. Su autor, el periodista Fabio Castillo, tuvo que huir de Colombia.

En otros casos el tema no ha sido tan directo. Algunos libros de Gabriel García Márquez, como Cien años de soledad (1967), estuvieron prohibidos en los colegios y en algunas universidades por su lenguaje considerado soez y por desarrollar escenas explícitas de sexo. Solo después del Premio Nobel de Literatura, 1982, comenzó a caer poco a poco el veto.

Para Isaías Peña Gutiérrez, escritor y profesor de escritura creativa en la Universidad Central, esos casos demuestran que la censura en Colombia ha sido muy disimulada: “Muchas veces somos expertos en hacerlo sin que nadie se dé cuenta y sin que haya escándalo”.

Las cosas han cambiado y desde que existen el internet y las redes sociales la censura ha sido prácticamente imposible. Cualquier libro se consigue en línea y solo los gobiernos dictatoriales pueden evitarlo al controlar la red, como Corea del Norte y China. Además, las nuevas novelas tocan temas usualmente prohibidos en el pasado.

“Censurar un libro –dice el periodista y escritor Mario Jursich, era la manera más eficaz de hacerle campaña, entonces ahora casi todos los autores intentan escribir sobre cosas que despierten la ira de la Iglesia o de algún político para que el escándalo se traduzca en mayores ventas. Ya no es un tema novedoso”.

De hecho, algunos de los libros que en algún momento fueron prohibidos, hoy se pueden conseguir hasta en las bibliotecas públicas. Todo parece indicar que, al final, en Colombia la libertad le ganó a la prohibición. 

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