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“Pájaros de verano”, Cristina Gallego y Ciro Guerra

Una película que promete llegar lejos, con la madurez de sus directores para concretar una historia, fílmicamente muy bien llevada, sobre ese funesto capítulo de la llamada bonanza de la marimba, que tanto afectó a la comunidad wayúu.

Gustavo Valencia*
4 de octubre de 2018

Después de El abrazo de la serpiente, uno de los puntos más altos de la cinematografía nacional en cuanto logros y distinciones para sus realizadores, se convierte, necesariamente, en un punto de referencia inmediato para sus posteriores trabajos, en especial, el siguiente, el de esta ocasión en comento. Una película de “gánsteres y espíritus” al decir de sus directores, que en tan pocas palabras y en apariencia, paradójicas y extrañas, resume en buena parte su contenido: una particular historia que relata hechos verídicos en la que se mezclaron las tradiciones y costumbres de la comunidad indígena wayúu, junto con la codicia y ambición de la riqueza material a través de lo ilegal. El dinero fácil y en grandes cantidades, impulsado y desarrollado por una comunidad tan celosa en la defensa de sus más arcanos valores y ritos, anuncia en dicha contradicción tan notoria, tragedia y descomposición tribal, como en realidad ha venido sucediendo en las últimas décadas de la etnia wayúu.

El punto más álgido de inicio de este proceso de degradación es el que este relato intenta narrar y describir, a través de una historia muy concreta en la construcción del guión y con personajes bien definidos; una puesta en escena bien llevada y además con muchos extras. Con todo ello, se van recreando escenas que muestran las diversas y variadas tradiciones de esta comunidad, con los comienzos del negocio de la exportación de marihuana en inmensas cantidades y en la misma proporción las ganancias monetarias y que abarca a un gran número de miembros de la comunidad wayúu.

Desarrollándose las características típicas de este género de películas: auge y caída, grandeza y decadencia de sus protagonistas, aún así el relato logra salirse de este esquema clásico de cintas de acción sobre traficantes de narcóticos, por medio de las contradicciones que se presentan al interior de la comunidad wayúu con su sistema de valores sobre la familia, sus tradiciones y sus códigos de honor, por encima de la vida misma, con ello transformando la película en algo más que un film de aventuras en un muy particular drama, con toda su tragedia y devastación,  sólo posible en esta etnia de la Guajira.

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No se puede pasar por alto el tratamiento fílmico y visual que tiene toda la película, un estilo que vienen consolidando desde anteriores realizaciones y que de la gran frondosidad y densidad de la selva amazónica en El abrazo de la serpiente, se traslada ahora a la majestuosa sábana desértica de los wayúu, todo ello con grandes panorámicas o planos generales que recrean el espacio fílmico natural para describir los hechos relatados en un guión muy compacto y que ahora supera al de la anterior realización en la estructura misma de la narración, entregando una película que promete llegar lejos con todos los elementos ya descritos y muy bien incorporados.

Relatar algo de los comienzos de la llamada bonanza de la marimba, de lo que ya era un hecho para los gringos de los “cuerpos de paz” de aquel entonces y para los demás turistas, lo que luego se hace en gran escala, es decir, con gran exportación e inmensas ganancias, muestra el lado de gran negociante del wayúu, más también un lado cruel y sanguinario, en el que se revuelve costumbre ancestral y negocio, honor familiar y dinero. Entregar todo esto en diversas imágenes y dejando que lo visual sea quien lleve el papel protagónico es mérito de sus directores. Es bueno celebrar el paso de Cristina Gallego de productora a directora. De quien concibe la idea original de esta película de tiempo atrás y decide lanzarse, no sólo a ser la productora como siempre de las películas de Ciro Guerra, sino además en esta ocasión como codirectora. 

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Un drama bien llevado que demuestra que es un tipo de cine que se puede hacer en el país y que, además, se necesita para salir del estrecho reducto al que la industria exhibidora quiere someter la producción nacional con sólo cine “familiar”, o sea, la comedieta ridícula y fácil que simplemente garantiza una taquilla y nada más para el creciente desarrollo del cine colombiano. Pájaros de verano es una demostración clara y directa de que hay más opciones y de que es posible una vertiente más en el cine nacional. Que se puede representar, como en este caso, temas relacionados con la historia reciente del país, como lo es este capítulo funesto en la vida de la comunidad wayúu, lamentables sucesos que contribuyeron a la aceleración de la progresiva pérdida de sus valores ancestrales, dentro del inexorable proceso de aculturización a la que están sometidas todas las comunidades indígenas. La película ilustra y dramatiza dicho comienzo, su puesta en escena y relato anuncian esta lamentable descomposición étnica.

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*Crítico de cine.