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DE TUMBO EN TUMBO

El intento de clasificar sistemáticamente la obra de Grau, en un catálogo, tropieza con serias fallas de edición

7 de noviembre de 1983

La reciente edición del catálogo "Enrique Grau" puesta en circulación por el Fondo Cultural del Banco Cafetero y el Centro Colombo Americano (2000 ejemplares, $1500), marca un intento por inventariar la obra pictórica de un colombiano consagrado. Cerca de 250 reproducciones que abarcan 45 años de trabajo (26 de ellas a todo color y el resto en blanco y negro) se reparten a través de 168 páginas acompañadas de un extenso comentario a cargo del crítico Germán Rubiano Caballero. El especimen complementa una muestra retrospectiva del artista que se exhibe actualmente en galerías capitalinas. Primero que todo, la importancia del impreso reside en su propósito: clasificar sistemáticamente y con rigor, una labor.
El catálogo se compone de una gran sección, cronológicamente dividida en seis capítulos. Allí aparecen las reproducciones, numeradas consecutivamente. Sin embargo, un injustificable descuido produjo graves fallas, como el hecho de que algunas fotografías de pinturas carecen de su respectiva clasificación.
(Nos. 55, 72, 99,195,196, 197 y la de la página 65). Ni título, ni técnica, ni año. Si el especialista deseara subsanar estas omisiones dirigiéndose al final del catálogo donde aparece la lista de obras expuestas bajo el título "Retrospectiva 1983:", se topa con la desagradable sorpresa que allí no se conserva la codificación numérica y ordenada que observa el libro. Así, no hay forma de confrontar las obras pintadas con las expuestas, con lo cual se va al traste la supuesta previsión y tenacidad de los editores. Otros hechos que señalan imprevisión pueden detectarse en la alteración del orden cronológico que orienta la recopilación.
A pesar de otras insidiosas molestias que obligan al lector a rompecabecear, podría decirse que se ha dado un paso, aun cuando la respuesta gráfica no estuvo a la altura de la investigación. Los editores también deben ser profesionales para evitar que el puente lector-autor sea interferido por descuidos, ausencia de control de calidad y "amateurismo".

CAJA NEGRA
Cuando usted reciba de manos del gerente de nuestra Corporación Nacional de Turismo una brillante caja negra, gigantesca, que contiene 16 fotografías a todo color en hojas sueltas y otras 16 páginas en cuadernillo con un estupendo texto de Donaldo Bozza, con el título "Cartagena de Indias 1533-1983" por Francisco Hidalgo, deberá prepararse para enfrentar una de las publicaciones más desastrosas de esta administración. Editada en París por Delroisse, impresa allí con fotografías de un señor Hidalgo de nacionalidad chilena y dignamente contratada por el gobierno colombiano y muy selectivamente repartida, la caja de Cartagena no pasa de ser un gol que anotamos a nuestro marcador de frustraciones. Para empezar por el principio, la fotografía de cubierta declara un completo descuido de lo que es Cartagena. Ese parqueadero con automóviles, dominando el primer plano, y la oscuridad de las edificaciones al fondo, señala una falta de culinaria absoluta. Cuando se penetra al interior, el conjunto de fotografías muestra lo que no es nuestra ciudad heroica: perspectivas sepias, imágenes repetidas de los coches, murallas coloreadas, plazas con brumas de novedosos efectos ópticos y fotos nocturnas con destellos de automóviles. Todos los recursos de un aficionado como el uso de filtros para todas las reproducciones, la vaselina sobre la lente para crear efectos sicodélicos (de los trasnochados y jamás descrestadores) se lograron traducir en el homenaje de la propia entidad que promueve a Cartagena, como la epopeya tipográfica del sesquicentenario. Gastando divisas en imprentas y fotógrafos extranjeros, la corporación desconoció la trayectoria de la pléyade de colombianos que han visto a Cartagena desde los ángulos más tradicionales hasta los más contemporáneos: Hernán Diaz, Nereo, Abdú El Jaieck, Germán Téllez, etc.
No merecemos los colombianos un desatino y derroche de esta clase: que vengan los extranjeros a maquillarnos a Cartagena de fanfarronería fotográfica y a imprimirla en París, para exportarla y regalarla. Cartagena continúa siendo esa historia que por desconocerla continúa desgarrándonos en lo más intimo: la falta de nuestra propia identidad.