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EL PREMIO PA'L QUE LO TRABAJA

El primer premio literario de la lengua española, el Premio Cervantes, es menos literario de lo que parece.

14 de enero de 1985

Nueve años apenas lleva de vida, y ya el Premio Cervantes, que se instituyó con la pretensión de ser el Nobel de la lengua castellana -una lengua que hablan doscientos cincuenta millones de personas- ha adquirido los vicios de su modelo: es un galardón político antes que literario. Se lo acaban de dar a Ernesto Sábato, el novelista y ensayista argentino autor de "Sobre héroes y tumbas" y de "Abbadón, el exterminador". O más bien -pues de eso se trata- el coordinador del exhaustivo informe sobre los desaparecidos en la Argentina durante los años sangrientos de la represión militar.
Desde un punto de vista literario, no hay duda de que Sábato merecía el premio. Su obra, aunque exigua -tres novelas en treinta años, y apenas otros tantos libros de ensayo-, ha tenido infinidad de lectores y una influencia considerable, que ni siquiera pudo ser opacada por el fenómeno editorial del boom. Pero el Cervantes, ya se dijo, sólo secundariamente toma en cuenta las calidades literarias de una obra. Los datos que se barajaban este año para escoger al ganador entre los veinte nombres propuestos por las Academias de la Lengua de España, América y las Filipinas eran de otra índole: geográficos -este año tocaba un latinoamericano, porque había habido dos españoles sucesivos-, ideológicos -tocaba un moderado, pues el año pasado había sido premiado Rafael Alberti, un botafuego marxista-, e incluso generacionales. Sábato no es un niño -nació en 1911- pero lo parece al lado de la colección de cuasinonagenarios que, con la señalada excepción del mexicano Octavio Paz, han recibido el Cervantes.
Por todo eso, en Colombia eran muchos los que soñaban que el premiado de este año fuera el poeta Eduardo Carranza, y discutían sus posibilidades y sus méritos. "Tiene muchos amigos en Madrid", decían unos. "Le acaba de dar una embolia", recordaban otros. Y otros más temían que de salir triunfante el poeta llanero, el Presidente Betancur organizara una farándula en Alcalá de Henares (ciudad donde el Rey de España entrega el galardón por haber sido, dicen, la cuna de don Miguel de Cervantes). Un circo que dejara chiquito al de García Márquez en Estocolmo, con joropo y ternera a la llanera y elogios de la amistad a cargo del doctor Santofimio Botero, que es amigo del poeta y muy dado a declamar su "Soneto con una salvedad".
Ernesto Sábato no es un poeta del corazón, como Carranza, ni un estilista frío, como el venezolano Arturo Uslar Pietri, otro de los finalistas que disputaban el premio, ni un prosista truculento y tremendista como el español Camilo José Cela, que por dos años consecutivos ha estado a punto de ganarlo. Es un hombre atormentado por la angustia que escribe, casi sin pretensiones de estilo, para poner en claro sus propias obsesiones sobre el bien y el mal. "No soy un filósofo, y Dios me libre de ser un literato", exclamó alguna vez.
Esas obsesiones se han traducido en tres novelas torturadas y rigurosas, preñadas de angustia metafísica, que se cuentan entre las obras en lengua castellana más importantes del último medio siglo: "El túnel", una breve y densa pesadilla de 1948, "Sobre héroes y tumbas", publicada trece años más tarde, y por último "Abbadón, el exterminador", de 1974, que por ahora cierra su producción novelística. Pero era casi un imperativo de justicia poética que su obsesión con el problema del mal -que a mediados de los setenta iba a llevarlo prácticamente a la locura- condujera finalmente a Sábato fuera de la ficción y al infierno real del mal político, como presidente de la comisión encargada por el gobierno de Raul Alfonsín de investigar el tema de los detenidos desaparecidos bajo la dictadura militar argentina. La comisión, tras entrevistar a decenas de miles de testigos, parientes de desaparecidos y supervivientes de la atroz represión, elaboró un informe, el llamado "Informe Sábato", que todavía no ha sido publicado en su totalidad, y que da cuenta de millares y millares de casos de detenciones ilegales, torturas, asesinatos, masacres colectivas, cometidos por los militares argentinos en nombre de la "seguridad nacional" y la "defensa de los valores cristianos de Occidente" Si algo puede decirse del implacable "Informe Sábato" es que, definitivamente, no es "literatura" .
El Premio Cervantes, sin embargo, sigue siendo un premio literario por encima de todos los cálculos políticos que inspiran su entrega. Y el nombre de Sábato le devuelve el prestigio intelectual que había empezado a perder en las manipulaciones de los últimos años. En 1983, por ejemplo, lo recibió Rafael Alberti, el gran poeta de "Marinero en Tierra" y de "Sobre los Angeles", libros que tienen ya cerca de medio siglo. Se premiaba a Alberti, no por sus olvidables versos de los últimos cuarenta años, sino por el mero hecho de ser el único superviviente de la prodigiosa generación poética del 27 que andaba todavía sin premio. Y para hacerlo fue necesario forzar de mala manera los reglamentos de la entrega del premio, aceptando como válida una inscripción de la candidatura de Alberti que hizo, fuera de plazo, la Academia Colombiana de la Lengua. Con el galardonado del año anterior, el poeta granadino Luis Rosales, parecía haberse tocado el fondo de las más mezquinas componendas. ¿Por qué Rosales? Se trata de un poeta decoroso, sin duda, pero inocultablemente de segunda fila, y cuyo más duradero título de gloria es probablemente el hecho de haber dado asilo, en su casa de Granada, a Federico García Lorca pocos días antes de su asesinato por los fascistas, a comienzos de la guerra civil española. Este año acabó siendo premiado Sábato sólo gracias al azar de que tres días antes el galardonado in pectore, que era Camilo José Cela, había recibido el Premio Nacional de Literatura. Y Cela iba a recibir el Cervantes sólo porque el año pasado se lo había arrebatado in extremis Alberti, gracias a las maniobras ya mencionadas, las cuales habían sido necesarias porque el año anterior, en vez de Alberti, había ganado, incomprensiblemente, Luis Rosales. Y así sucesivamente, al menos desde el año 79, cuando el ministro español de Cultura decidió partir salomónicamente en dos el premio que había ganado Jorge Luis Borges para no dejar con los crespos hechos al viejo poeta Gerardo Diego.
¿Y Carranza, entonces? El año que viene, si Dios quiere. Salvo que Uslar Pietri, que ya lleva tres años haciendo cola...