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EL TERCER SEXO

GEMINIS HA LOGRADO TRATADO CON MADUREZ UNO DE LOS GRANDES TEMAS TABU DE LA SOCIEDAD COLOMBIANA

17 de junio de 1996

No es común un dramatizado que cambie los habituales líos de faldas por la tragedia contemporánea de un hombre desgarrado por su ambigüedad sexual. Y si a esto se le suma un personaje homosexual que no parece disfrazado y otro bisexual que sufre sinceramente, se puede pensar que por fin está al aire un producto maduro para hablar de un tema tabú como lo es el tercer sexo. Esto es lo que se está viendo en Géminis, el nuevo dramatizado de Coestrellas, una programadora que sigue imprimiendo su estilo definido. Aunque, con los antecedentes de Señora Isabel, la historia de amor entre una mujer madura y un joven; Amor, amor, un romance otoñal, y la anunciada Gotas amargas, protagonizada por una alcohólica, algunos pudieran pensar que Coestrellas está tratando de hacer una nueva versión de Dialogando con situaciones escabrosas y moraleja incluida, estas series han pasado la prueba de fuego. Ahora también lo está haciendo Géminis. Al plantear un triángulo amoroso entre una mujer, su esposo y su amante masculino se ha puesto más allá de moralismos facilistas, de mensajes aleccionadores o del simple morbo que puede suscitar una realidad de la que se sigue hablando en voz baja. Esta serie plantea, al contrario, un conflicto actual entre seres humanos, sus flaquezas y virtudes y no el cliché de monstruos degenerados o esperpentos risibles. Lo que se constituye en una excelente opción en un momento en el que en las pantallas colombianas se pusieron de moda gays caricaturizados, como el siquiatra en Cazados, Marcel en Hombres o Jairo en Mascarada. Géminis, por su parte, ha encontrado una versión equilibrada, especialmente con César (Armando Gutiérrez) y David (Carlos Congote), en una historia real y sentida, excelentemente dirigida por Patricia Restrepo. Sin hacer apologías ni estigmatismos, este dramatizado no sólo habla de su conflicto dramático central sino que logra una interesante visión de una generación urbana, con sus conflictos propios, logrando salir de esos referentes rurales a los que las telenovelas inevitablemente terminan por recurrir. Sin embargo, en esta sólida arquitectura, desentona la interpretación afectada de María Eugenia Dávila, que parece imitar a su personaje en Señora Isabel, y la de Coraima Torres, con un papel tan débil que se la lleva por delante la fuerza de la historia. En todo caso es una interesante incursión en el tema y en su tratamiento que permite matizar los típicos personajes de la televisión, asfixiados por los lugares comunes y la artificialidad.