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En algún lugar de Africa

La producción que ganó el Oscar a la mejor película extranjera es la historia de una familia judía que escapa de la guerra.

5 de mayo de 2003

Las primeras imagenes nos hipnotizan. Y la película, desde entonces, hace lo que quiere con nosotros. Nos lleva hasta la Alemania de 1938, en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y nos presenta a la familia Redlich, de origen judío y costumbres de clase alta, justo cuando el padre, Walter, ha tomado por todos la decisión de irse a vivir muy lejos, a una casa abandonada en Africa, para evitar los horrores que vendrán. Nos deja ver que Jettel, la madre, no quiere abandonar sus comodidades ni su animada vida social y que Regina, la hija, no entiende muy bien qué está pasando. Nos convence por completo de las transformaciones de sus personajes: el padre ya no es un abogado sino el mayordomo de una finca, la madre maldice su mala suerte todos los días y se resiste a vivir esa nueva vida, y la hija se siente feliz, muy feliz, con sus nuevos amigos y sus nuevos paisajes. La niña es, al fin y al cabo, la principal narradora de la historia. Es ella quien está conociendo un mundo nuevo y quien es adoptada por Owuor, el cocinero de la finca, en nombre de una nueva cultura. Es desde sus ojos, desde su punto de vista incompleto, que conoceremos las memorables desventuras de En algún lugar de Africa. La directora de la película, la alemana Caroline Link, sabe muy bien que al final todos los narradores son niños (porque, aunque en ocasiones sienta que domine el mundo, quien relata no consigue nunca ver desde lo alto) y con el tiempo, con el paso de largometrajes como Pünktchen y Antón, ha llegado a dominar aquel recurso: uno de sus anteriores trabajos, la muy triste Detrás del silencio, presentaba a una niña con cierta vocación a la música, Lara, que desde los primeros años de su vida se veía forzada a traducirles las palabras habladas a sus dos padres sordomudos. En algún lugar de Africa, ganadora del Oscar de este año a la mejor producción extranjera, es una película larga que nunca nos aburre, una historia de proporciones épicas sobre la cotidianidad de una familia como todas, pero, ¿cómo hace para hipnotizarnos?, ¿cómo consigue nuestra atención durante dos horas y media? Con una cámara que encuadra el horizonte de una niña y se asombra, como ella, ante el espectáculo de la vida que se abre paso y de la muerte que le da sentido a todo lo vivido. Con unos padres probables que se han vuelto sordos y mudos ante las contradicciones y los horrores de la guerra y una hija que les traduce el mundo en el que sobreviven. Con unos giros, tomados del best-seller de Stefanie Zweig, que siempre nos revelan nuevos secretos de sus protagonistas. Es posible que no todos se dejen llevar por todo esto. Hay gente que odia los personajes indecisos, gente que no soporta una película más sobre los judíos en la Segunda Guerra y gente que no se conmueve ante los paisajes africanos. Es importante saberlo: la hipnosis no funciona en todas las personas.