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| Foto: Daniel Rivera / SEMANA

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"Para mí, Medellín es una boca llena de dientes": escritor José Ardila

El editor de Angosta Editores presentó hace unas semanas su primer libro de cuentos: 'Libro del tedio'. Se trata de relatos donde los personajes, instalados en rutinas bastante corrientes, son cruzados por la desazón.

30 de enero de 2018

Una casa en el Urabá que se va llenando de gente y de gatos; un padre pensionado que tiene una tienda y habla con su hijo por teléfono y él hijo no le entiende nada, o no le escucha, o no le quiere escuchar; una relación donde él, el narrador que se llama igual al autor, espera y espera en esquinas a que su novia llegue por fin; una historia donde el narrador destruye su nombre y, de paso, el del autor; un hombre que prefiere caminar por la calle en pijama. Libro del tedio (Angosta Editores, 2018), del escritor José Ardila —nacido en Chogorodó, Antioquia, en 1985. Editor de Angosta Editores—, es una extraña e inquietante colección de personajes que revelan cómo la rutina se convierte en un peso insoportable. Ardila es un narrador potente, con el dominio de un mundo propio que se lleva al lector por delante. Con estos relatos interna al lector en círculos de espanto y luego, sin más, cierra la puerta.

SEMANA: ¿Estos cuentos fueron escritos en qué tiempo?

José Ardila: En el libro hay cuentos de hace unos cinco años, pero el último cuento lo escribí un mes antes de publicar el libro. Yo tengo más cuentos, hay muchos más, lo que pasa es que tenía problemas a la hora de juntarlos porque sentía que había cuentos con registros muy distintos. Solo ahora sentí que tenía un número de cuentos suficientes para armar un libro, cuentos que tuvieran cierta afinidad. Héctor Abad dijo en el lanzamiento que tal vez yo le puse el Libro del tedio porque el libro era un mecanismo para salir del tedio de no publicar, y más o menos. Lo que sí debo decir es que sí hay personajes muertos del tedio. En realidad ese libro se llama así por un cuento que escribí que no hace parte del libro y que me dio pudor publicar, pues es un asunto muy personal que no fui capaz de sacar a la luz. Ese cuento se llama Aproximaciones al tedio. Es un asunto personal que involucraba en un mal sentido a otras personas que conozco, que quiero y por eso preferí sacarlo.

SEMANA: ¿Se refiere a personajes que están abrumados por la rutina?

J.A.: Exactamente. Está el tedio de una hija que tiene que cuidar a su mamá. El tedio de tener que repartir la herencia de un padre promiscuo. El tedio de las relaciones. Por eso los separé en cuatro partes: la primera es sobre la figura materna; la segunda sobre el padre; la cuarta sobre el amor, donde aparecer Ana, que no es la Ana con la que yo estuve mucho tiempo pero que alimenta al personaje; y la cuarta parte es sobre el trabajo. Para mí esas son tres grandes fuentes de tedio: la familia, el amor y el trabajo. Porque el amor es muy bueno hasta que empieza uno a aburrirse, porque sobreviene una lucha por mantener lo que uno cree que es un sentimiento bonito, pero la realidad es que uno se está aburriendo. El tedio está hecho de patrones.

SEMANA: De un tiempo para acá los cuentos siguen un patrón muy similar, el “carveriano”, pero usted se integra a una tradición más fantástica, más de la cuentística clásica latinoamericana…  

J.A.: Yo prefiero la tradición latinoamericana. A mí los cuentos de Carver me gustan mucho, pero lo que ha pasado con la literatura latinoamericana a partir de Carver me parece perverso, y se trata de una especie de idea instalada desde hace muchos años de lo que es un buen cuento. Un cuento hecho con frases cortas, con oraciones nada complejas, nada subordinado, nada de adjetivos, todo son acciones, no hay cabida a la reflexión o a la poesía. Se supone que un cuento tiene que ser así y tiene que tener otro cuento debajo. Son ideas muy sólidas de lo que debe ser un buen cuento y me parece que eso está matando la imaginación. Ahora siendo editor de Angosta, lo que hago es recibir cantidades insanas de cuentos escritos de esa manera. Yo leo dos o tres frases de esos cuentos y los descarto de una, porque son cuentos hechos, sacados como de una factoría de cuentos que se instaló en un principio en Argentina. Casi toda esa tradición Argentina que se está extendiendo es eso, una prosa genérica sin texturas, muy diferente a los autores clásicos latinoamericano, que tienen mucha textura, por ejemplo Cortázar, Borges, García Márquez.

SEMANA: En sus cuentos esta esa persistencia de un narrador que se llamaba como usted: José Ardila, y a veces sobre ese narrador pasa una máquina que lo desfigura…

J.A.: A mí me gusta pensar que esos cuentos donde aparece ese personaje que se llama José Ardila son más o menos posibilidades de lo que soy. Variantes de lo que puedo ser. Muchos no son tanto lo que pasó sino lo que pudo pasar. A mi papá lo nombro con nombre y apellido y muchas cosas son falsas y calumniosas. Sucede que también me gusta pensar en las posibilidades que pudieron tener esas vidas cercanas a las mías. Y algunas historias son más fantásticas que otras, pero son historias que podrían ser verídicas. Por ejemplo el de la casa que se llena de gente nace de un miedo real. Mi madre es una persona muy generosa y mientras ha estado viviendo en Medellín se ha vuelto común que familiares lleguen a la casa y la llenen, y cuando vivía con ella yo siempre tenía miedo de que nunca se fueran.

SEMANA: A diferencia de otros cuentos de escritores paisas jóvenes, donde la ciudad es un personaje, en sus cuentos Medellín aparece como un torturador interno, ¿cuál es su relación con Medellín?

J.A.: No es algo consciente pero es la mirada de un pueblerino que lleva aquí muchos años. Un pueblerino que no deja de temerle a la ciudad. Para mí, Medellín es una boca llena de dientes. Para mí no es un lugar para ser vivido. Es un lugar al que le temo todavía. Donde he vivido, nunca he conocido más allá de dos cuadras, por eso creo que mis cuentos son de espacios interiores con una sensación muy claustrofóbica. Yo miro la ciudad como quien mira a través de la ventana de su casa. Ahora vivo en un apartamento que no da a la calle sino a un parqueadero, así que ahora escribiré de eso, de paredes, de parqueaderos.