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Alejandro Obregón no pintó piratas, sí un autorretrato en el que él aparece como el ‘tuerto’ almirante español Blas de Lezo.

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Historia de una falsificación: la lucha de Rodrigo Obregón por la obra de su padre

El reconocido actor, hijo del maestro Alejandro Obregón, murió ayer en la tarde en Barranquilla. Esta es la historia de la lucha que durante 9 años libró por la obra de su padre.

26 de septiembre de 2019

El reconocido actor Rodrigo Obregón Osorio, hijo del maestro Alejandro Obregón y de Sonia Osorio, falleció este miércoles en la clínica Portoazul de Barranquilla. Obregón fue reconocido por su participación en varias telenovelas de los años noventa, como Escalona (1992), y ¡Ay cosita linda mamá! (1998). Además, fue de los primeros actores colombianos en triunfar en Hollywood.  

En una de sus visitas al país, en 1994, solo dos años después de la muerte de su padre, alguien le dijo: “¿Supiste? Un señor encontró un montón de obras de tu padre enrolladas dentro de una escultura”. A Rodrigo Obregón esa historia de inmediato le sonó falsa. En primer lugar, porque su padre no guardaba obras; en segundo lugar, porque le parecía imposible que en una pequeña escultura cupieran 36 obras. 

“Era como si dentro de un TransMilenio hubieran encontrado un televisor”, dijo. Algo difícil de creer, pero que se creyó en un país que siente fascinación por los tesoros, las minas y las historias de ‘millonarios instantáneos’. 

El estupor de Rodrigo Obregón fue mayor cuando el pintor Omar Gordillo le mostró las supuestas ‘obras desconocidas’: la imitación no podía ser más burda. En su calidad de amigo de la familia Obregón, Omar Gordillo había sido contactado por el señor Ismael Morales Marín, el dueño de la escultura y las obras allí contenidas, para que le ayudara a obtener un certificado de autenticidad. 

Según las leyes colombianas, solo el autor o sus herederos pueden expedir ese certificado. Por supuesto, Gordillo no accedió a la petición ni a la jugosa comisión que le ofrecieron. Además de amigo, era conocedor de la obra de Alejandro Obregón y sabía que esas ‘obras desconocidas’ no cuadraban con el registro histórico del maestro que por esa época no pintaba barracudas, alcatraces, toros, y mucho menos piratas. 

En realidad, Obregón nunca pintó piratas: su famoso Blas de Lezo, aunque tuerto, no era un pirata sino un almirante español. Morales Marín argumentaba que las obras que habían llegado a sus manos gracias a “un golpe de buena suerte” provenían de un regalo que Alejandro Obregón le había hecho a Ramón Vinyes, un librero español.

El actor Rodrigo Obregón falleció en Barranquilla este miércoles 25 de septiembre.

“Ramón Vinyes se fue de Colombia en 1938 con un cuadro al óleo de Alejandro Obregón, el cual se lo había regalado Germán Vargas”, dice Omar Gordillo. Porque ese era otro punto inaceptable para él: los supuestos originales de “los años cuarenta” no estaban pintados al óleo sino en acrílico, técnica que Obregón solo empezó a utilizar en 1961. El mundo de la pintura apenas la adoptó en 1955, con Jackson Pollock y su ‘action painting‘. 

Pese a las advertencias de Omar Gordillo y Rodrigo Obregón, Morales Marín seguía vendiendo ‘sus obregones’. Mucha gente le compraba con el aval de algunas galerías. Pero un artículo aparecido en noviembre 3 de 2002 en El Espectador rebasó su paciencia. Este decía: “Y son legítimas, o por lo menos así lo creen los expertos de la casa de remates Christie’s, quienes adquirieron y remataron dos de los gouaches de propiedad de Morales Marín con excelentes resultados, según le dicen al tolimense suertudo”.

Rodrigo Obregón y Omar Gordillo no veían otro camino que desenmascarar a Morales Marín y sentar un precedente con los falsificadores. Le tendieron una celada fingiendo que le iban a dar la anhelada certificación de sus 36 obras. Previamente habían advertido del encuentro al DAS y a algunos medios de comunicación que aparecieron en el momento oportuno. Morales Marín fue detenido después en una escena bastante teatral en la que Rodrigo Obregón, como actor de cine que era entonces, lo acusó de ser un estafador. 

Se inició ante la Fiscalía el correspondiente proceso de falsificación y defraudación de los derechos de autor. Entretanto, Rodrigo Obregón regresó a Hollywood y contrató a un abogado para que siguiera adelante con el proceso. A los dos años lo llamaron de Caracol Televisión a preguntarle su opinión sobre el fallo. “¿Cuál fallo?”, preguntó. “El que dice que los cuadros de Morales Marín son auténticos”, le dijo el periodista.  

La Fiscalía había decidido precluir el proceso con base en los dictámenes de un grafólogo y una restauradora. “Yo fallé teniendo en cuenta a los científicos”, le dijo entonces el juez del caso a Rodrigo Obregón, ahora contrademandado por calumnia, lesiones personales, falso testimonio y 25.000 millones de pesos. Por lo tanto, el hijo del pintor estaba a punto de ir a la cárcel arruinado y la Justicia le había dado vía libre a Morales Marín para que le siguiera vendiendo a los incautos.  

Enfrentado a ese panorama sombrío, Rodrigo Obregón se encontró con Camilo Mercado, un joven abogado que, al tiempo que conseguía frenar los procesos penales, logró demostrar que se había falsificado la firma de un notario de Cartagena, lo cual ameritó que la Fiscalía revisara el caso y ordenara un allanamiento que cambió las cosas. En la casa de Morales Marín, en Suba, encontraron en condiciones precarias 350 obras de Picasso, Miró, Delacroix, Tamayo, Darío Morales, Luis Caballero y, por supuesto, de Alejandro Obregón, que milagrosamente había pasado de 36 a 60 obras. Ese hecho, sumado a los peritajes concluyentes del grafólogo forense Reinel Azuero y de Carmen María Jaramillo, curadora de arte y autora de un libro sobre Alejandro Obregon, quienes negaron la autenticidad de la firma y la autoría de Obregón en los cuadros de Morales Marín, les hizo creer que la Justicia muy pronto corregiría su error. 

Pero no fue así. Entre recursos, dilaciones y cambio de fiscales, la sentencia se demoró nueve años y solo vino a quedar en firme en el año 2012. Entonces, Ismael Morales Marín fue finalmente declarado culpable de defraudación a los derechos patrimoniales de autor y sentenciado a dos años de prisión y una multa de 7.360.000 pesos. 

Aunque la condena fue irrisoria, para Rodrigo Obregón significó entonces la posibilidad de proteger la obra y memoria de su padre Alejandro Obregón. Además, supuso un ejemplo para posteriores casos, pues en Colombia en temas de propiedad intelectual y falsificación existen alto índices de impunidad.