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LA NOCHE DE LOS CUCHILLOS LARGOS

"Bent" una obra provocadora sobre el tema del homosexualismo, regresa al Teatro Nacional

24 de diciembre de 1984

Corre el año de 1934. Es 28 de junio. Al caer el sol se inicia "la noche de los cuchillos largos". Hitler, canciller alemán desde hace 16 meses, decide lanzar una batida asesina contra todos los homosexuales miembros del partido y de las demás organizaciones nazis. Entre ellos cae Ernest Horm, número dos de los Guardias de Asalto o S.A. Los que no son asesinados, son trasladados al campo de concentración de Dachau, donde comparten las barracas con judíos y disidentes.
45 años después, Martin Sherman, dramaturgo norteamericano nacido en Filadelfia, termina de escribir y estrena en Manhattan su obra "Bent", desviado, que trata el tema en una trama que se inicia precisamente la noche del 28 de junio del 34 y que culmina dos años después, mientras se realizan los juegos olimpicos de Berlín. Las páginas de crítica de teatro de periódicos y revistas de Nueva York y otras ciudades de los Estados Unidos se abren como escenario de una agria polémica alrededor de "Bent", acusada por algunos no sólo de "promover el homosexualismo", sino de ser abiertamente "provocadora". Difícil entender que una ciudad como Nueva York, tan "más allá del bien y del mal", pueda esconder tales reacciones. Pero por sobre ellas, la obra se impone. Y se impone cuando la critica comprende que más que "proselitismo homosexual" (si es que eso puede existir), lo que pretende es reconstruir uno de los más sangrientos episodios de la Alemania nazi y a través de esto hacernos una gran parábola sobre la situación del homosexual en ésa y en muchas otras sociedades, olvidadas o vigentes.
Montarla en Colombia no dejó de acarrear problemas. No fue fácil hallar financiación ni convencer a entidades como el Teatro Nacional de facilitar sus escenarios para el estreno. Tres noches en el Nacional y algunas semanas en el TPB bastaron para que "Bent" se impusiera. Pero el tema no es el único elemento renovador con el cual esta obra enriquece el ambiente teatral colombiano. La presencia de un actor como Jorge Emilio Salazar en un papel a años luz de distancia de Juan Charrasqueado o del Faraón y lo que puede ser la consagración definitiva de Humberto Dorado (del elenco del TLB), son algunos puntos favorables adicionales.
Pero quizá lo que merece mayores aplausos es la labor del director, Gustavo Londoño, cubano residente en Colombia desde principios de los años setenta, y quien logra con un detalle de ambientación musical en la primera escena, recordarnos que la persecución a los homosexuales está lejos de ser algo del pasado y que en su propio país, Cuba, es pan de cada día. Un toque tan discreto como adecuado en la escenografia (diseñada por Carlos Duque) completa este cuadro, cuya maquinaria está ahora, cuando regresa al Teatro Nacional, mucho mejor aceitada que durante los días del estreno.
-Mauricio Vargas -