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Las mujeres vallenatas

Siempre han sido las musas detrás de las más bellas poesías que cantan los músicos del Cesar, pero hoy ya no son sombra de nadie, la revolución femenina ya empieza a sentirse en las voces y los acordeones del Caribe.

Sara Araújo Castro
24 de abril de 2017

Por Sara Araújo Castro

El territorio del vallenato fue recorrido más por hombres que por mujeres, en un primer momento. Ellas, desde los balcones de los cantos, ocupaban el lugar de ensueño y añoranzas de Dulcinea del Toboso.

Esta música profundamente enraizada al trabajo de la tierra, a la vida solitaria del juglar viajero y a la rudeza del macho enamorador, no les daba muchas oportunidades a mujeres intérpretes o compositoras. Sin embargo, a través de las letras de hermosas canciones quedaron inmortalizadas Alicia Adorada (a quien Juancho Polo Valencia extrañó hasta el último día), la dulce y celosa Maye de Escalona, o la furiosa Vieja Gabriela, a quien Juan Muñoz le cantó porque su mirada como lanza podría matarlo en un instante.

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Las mujeres vallenatas (y por este gentilicio se entienden las del sur de La Guajira y del norte del Cesar) inspiraron en sus hombres las más bellas letras; encendieron los fogones para los sancochos y prepararon el chirrinchi para las colitas. Permitieron convertir los patios de sus casas en campos fértiles para nuevos versos y memorables parrandas, como lo hizo doña Agustina Gutiérrez, madre de Miguel, Pablo, el Debe López, y cabeza de una dinastía de acordeoneros y músicos en la Paz-Robles.

Muchas transmitieron a sus hijos el gen de la música y arrullaron su sueño con cantos de pajarito, como hizo Juana Francisca Díaz Villarreal, cantadora de música de tambora que trajo al mundo a dos de los más grandes acordeoneros y compositores de todos los tiempos: Naferito y Alejo Durán.

Otra protagonista de canciones fue la madre de los hermanos Zuleta Díaz, a quien el viejo Mile le compuso Carmen Díaz, grabada por Emilianito y Poncho en 1974. La lista es larga: La vieja Sara, mamá del viejo Emiliano Zuleta, Ada Luz, hija de Escalona, Marilín, amor fallecido de Calixto Ochoa, la Indira de Emilianito y otras más. Todas ellas inspiraron canciones y fueron fuego lento de las parrandas, pero el rol de la mujer cambió y la música vallenata no fue la excepción.

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Con los hervores de los sesenta, una revolución también tuvo lugar en Valledupar. En el arco de pocos años pasó de rincón provinciano a capital de departamento y la generación de jóvenes políticos y líderes empezaron a ver crecer mujeres con inquietudes mayores a ser “señoras de su casa”.

Llena de curiosidad y amor por lo suyo, la joven Consuelo Araújo Noguera, recién casada con Hernando Molina, un hombre mayor que ella, y líder de la región, abrió la casona de la plaza –al mejor estilo vallenato– para los amigos parranderos de su marido, pero sus gestos fueron distintos y desde un principio marcó una diferencia. Consuelo clasificó, catalogó, escribió y analizó lo que para otros eran simples versos y melodías de acordeón. Con vocación académica, a través de entrevistas, artículos y de sus libros fue delineando una nueva ciencia musical: la vallenatología. Luego, en sus conversaciones con Myriam Pupo, Rafael Escalona y el gobernador Alfonso López, se trazó el rumbo de una gestión cultural que a la postre se convertiría en el motor del género y de la región: el Festival de la Leyenda Vallenata, que cumple 50 años.

Nada de eso lo hizo sola, estuvo acompañada de otras mujeres activas y osadas como Cecilia Monsalvo, Sofía Cotes, María Lourdes Castro, quienes desde distintos roles la acompañaban. Tuvo el inmenso respaldo de Alfonso López Michelsen, y además, la acompañó con entusiasmo el pueblo que ha seguido y celebrado el festival como si cada edición fuera la última.

Los últimos 50 años de la música vallenata fueron una especie de revolución industrial del género con sus más y sus menos, y fue Consuelo el fuego de ese plato que continuamos disfrutando año a año a pesar de su trágico asesinato.

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Las mujeres pasaron de las cocinas a las escuelas de acordeón; de las letras, a las composiciones. Es aquí donde se destaca Rita Fernández, samaria de nacimiento pero vallenata por adopción, cuyas letras llenas de romanticismo y melancolía han marcado un estilo propio en el interior del género. Rita, intérprete y compositora de Sombra perdida y de Amor y pena, conformó junto a la gran acordeonera Cecilia Meza Reales (fallecida en 2012) y otras mujeres de la región, la primera agrupación de mujeres intérpretes de música vallenata: Las Universitarias. Además de Ceci y Rita: Carmen Mejía cantaba, Lucy Serrano tocaba la tumbadora, Lourdes Cuello, la caja, y Betty Nokman, la guacharaca.

A principio de los noventa, una jovencita de voz potente, entonó brevemente, las canciones de los compositores más románticos del vallenato. La cartagenera Patricia Teherán, voz de las Diosas del Vallenato, falleció en un trágico accidente en 1995. Estupendas aunque pocas intérpretes han surgido desde entonces, sin embargo, cada vez más jovencitas de todas las edades buscan coronarse como nuevas reinas del Festival de la Leyenda Vallenata, una corona que dejó de ser exclusiva para los varones.

Mientras la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata estudia comenzar a premiar las voces de los hombres, Adriana Lucía, Eliana Raventós, Eliana Gnecco y un selecto matriarcado de hermosas voces, van desarrollando la melódica liberación femenina del canto vallenato que tarde o temprano será familiar y apetecido porque las mujeres de la provincia no se resignan a que el vallenato sea el último bastión de un machismo que pudo ser parte del principio, pero de ningún modo podrá ser el fin de este folclor, paradójicamente trenzado en manos de mujer.