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LAS SUBASTAS DE CHRISTIES Y SOTHEBY'S

PESE A LOS RETROCESOS INDIVIDUALES EL MERCADO DELA RTE LATINOAMERICANO SIGUE EN ASCENSO.

EDUARDO SERRANO
6 de enero de 1997

La subjetividad implícita en la apreciación de las obras artísticas determina que su mercado se mueva dentro de parámetros diferentes a los que se aplican a otros productos cuyo valor depende de efectos mensurables objetivamente. Por ejemplo, al contrario de lo que sucede con el café o con el petróleo, el arte producido en un determinado país es más costoso dentro de sus fronteras que fuera de ellas, y una de las razones de esta singular variable radica en que la posesión de obras de arte representa educación, inteligencia, fe en el talento nacional y participación en la vida intelectual, todo lo cual se traduce en respetabilidad y prestigio. El comercio del arte puede dividirse entonces en dos grandes áreas: los mercados nacionales, en los que figuran artistas cuyas obras alcanzan precios considerables dentro de sus respectivos países respaldados por galerías locales; y el mercado internacional, en el que participan artistas cuyo prestigio trasciende las fronteras o trabajos cosmopolitas que se coleccionan sin distingos regionales, y en el que cuentan especialmente las ferias _Basilea, Düsseldorf, París, Chicago, Madrid, Guadalajara_ así como las grandes subastas que las casas Christie's y Sotheby's llevan a cabo en Europa y Estados Unidos. Estas últimas se han convertido en el más influyente termómetro en relación con el valor económico del arte tanto antiguo como contemporáneo, incluido el de América Latina. Aunque los titulares en relación con las subastas de arte latinoamericano llevadas a cabo recientemente en Nueva York enfatizaron el hecho de que algunas pinturas de artistas como Botero no alcanzaron las cifras esperadas, la verdad es que estos remates demostraron que el arte latinoamericano a nivel internacional goza de una dinámica estimulante. Si bien no figuraron piezas de importancia histórica ni se establecieron nuevos topes para las obras de los grandes maestros, las ventas rondaron los 20 millones de dólares, cifra nada despreciable si se tiene en cuenta que los remates se realizan dos veces al año. Además, el caso de Botero es engañoso no solo porque la condición de una de las obras dejaba bastante que desear, sino porque simultáneamente se llevaba a cabo en la galería Marlborough de la misma ciudad una muestra de sus últimos trabajos cuya adquisición no estaba sometida a la extenuante puja que demanda una venta pública. Hay quienes consideran además que el desprestigio del país por causas más relacionadas con la política que con el talento pudo afectar temporalmente la adquisición de las obras del maestro. Los compradores en estas subastas son de variadas nacionalidades _norteamericanos, europeos, árabes, australianos, latinoamericanos_ pero es indudable que los precios de las obras están relacionados con el respaldo que la clase pudiente y educada de una determinada nación demuestra en el talento de sus artistas. No es extraño que las obras de México, un país reconocido por su orgulloso nacionalismo, sean las más apetecidas en las subastas de América Latina, ni que un Tamayo, 'La máscara roja', fuera la obra que alcanzó en esta oportunidad el precio más elevado _992.500 dólares_ mientras que una pequeña pintura de Covarrubias llegó a 220.000 dólares, siete veces el valor que se le había asignado. No se quedaron atrás los coleccionistas argentinos, que elevaron una pintura de Antonio Berni a 550.000 dólares, ni los brasileños, que impidieron que un Di Cavalcanti saliera de su país invirtiendo 440.000 dólares, ni los venezolanos, que remataron la obra de uno de sus pintores académicos, Michelena, por 140.000 dólares. Teniendo en cuenta que entre los compradores se cuentan por lo regular congresistas, diplomáticos, industriales, comerciantes y banqueros de todos los países latinoamericanos menos de Colombia, puede considerarse como una hazaña que los artistas nacionales ocupen posiciones destacadas en las subastas. Pero también es esta la razón de que los pintores colombianos de más alta cotización en las subastas, como Botero y Ana Mercedes Hoyos, se hayan visto obligados a desarrollar su producción por fuera de los circuitos nacionales, y de que pintores ya fallecidos que se concentraron en el mercado nacional, como Obregón, solo ahora, cuando la historia ya ha dado su veredicto consagratorio, comiencen a gozar de una demanda internacional acorde con su maestría. El arte latinoamericano, en conclusión, goza de un mercado cada vez más amplio y de un creciente reconocimiento por parte de los coleccionistas internacionales, pero no deja de ser una lástima que los artistas colombianos no gocen del respaldo que sus obras ameritan, ni que los compatriotas que tienen posibilidades de participar en Christie's y Sotheby's se mantengan ausentes de eventos que hablan ante todo de la protección y promoción del patrimonio artístico de los países y de la percepción, sensibilidad y cultura de sus ciudadanos.