Home

Cultura

Artículo

Avelina Lésper conversará con Lucas Ospina en el lanzamiento de su libro, que tendrá lugar el 1 de mayo en la Feria del Libro de Bogotá. | Foto: Juan Carlos Sierra

DEBATE

El efecto Avelina Lésper

La crítica mexicana lanza en la Filbo ‘El fraude del arte contemporáneo’, donde emite ásperos juicios que tienen fanáticos y detractores. La polémica está servida.

23 de abril de 2016

"Lo preocupante con el fenómeno Avelina Lésper es que ha puesto a gente seria a opinar sobre un trabajo que no lo es. El eco mediático que genera su diatriba generalizadora resulta en que intelectuales de la talla de Cuauhtémoc Medina sientan que es un deber contestarle para contrarrestar los argumentos facilistas que –por esa misma razón– calan en el público. Hasta una editorial como El Malpensante picó el anzuelo y en su afán de ‘malpensar’ terminó publicando el libro de Lésper, reviviendo 15 años después el eterno y fútil debate del traje nuevo del emperador”.

Estas palabras del curador José Roca reflejan el malestar que provoca la postura de Lésper expresada en su último libro, ‘El fraude del arte contemporáneo‘, que lanzará el 1 de mayo en la Feria del Libro.

Avelina Lésper es literata de la UNAM y maestra en Historia del Arte de la Universidad de Lodz, Polonia. Escribe en revistas como Gatopardo y Letras libres, tiene un blog de arte y una columna en el periódico Milenio. Este le abrió un espacio de entrevistas, ‘El milenio visto por el arte’, en el que presenta la obra de artistas que aprecia, quienes con una pintura figurativa, a veces hiperrealista, retratan fisuras de la sociedad contemporánea. “Lo interesante con los casos que expone es que terminan siendo aún más de vanguardia que buena parte del arte que llamamos contemporáneo. Por eso me gustan los artistas que lleva a su programa, porque me molestan en mi noción de gusto, porque uno los siente anacrónicos, porque no son tan elaborados en términos filosóficos”, dice Lucas Ospina, crítico de arte.

Esos artistas, según Lésper, son injustamente relegados y no tienen cabida en los museos. Eso debido a lo que ella llama “el dogma del arte contemporáneo”, del “arte VIP” (video, instalación, performance). En pocas líneas, Lésper argumenta que este arte “no estético” se sostiene en los discursos, en el espacio legitimador cuasisacro de los museos, en los críticos, los curadores y la especulación en términos de mercado. Es un arte políticamente correcto, un “arte ONG”. Si toda la parafernalia se esfumara, las obras se revelarían como lo que son: un falso arte. El verdadero, dice, es aquel que resulta del talento y del entrenamiento de un artista en técnicas clásicas como la pintura, la escultura y el grabado. Parece como si ignorara, apunta el curador Jaime Cerón, “que cuando surgieron, esas técnicas eran tan próximas culturalmente a los espectadores como la fotografía y el video lo son a los actuales”.

Como señaló el crítico Halim Badawi en su diatriba publicada en Arcadia, en los juicios de Lésper resuenan otros de otras épocas lejanas, y una grave tendencia a la generalización: todas las obras entran en el mismo saco. Cerón concuerda: “El arte de nuestra época está conformado por prácticas tan heterogéneas que no logro hacerme a la idea qué tipo de práctica tiene ella en mente (…). Hay que ser muy miope para no lograr separar las prácticas relevantes de las que no lo son, tanto en el arte de nuestra época como en el de todas las épocas”.

Sin embargo, no cabe duda de que Lésper tiene sus defensores. “En ‘El Malpensante’ hemos estado atentos desde hace mucho tiempo a las heterodoxias sobre el dogma del arte contemporáneo. Avelina, en español, ha sido quizá su crítica más persistente y aguda”, dice Andrés Hoyos, fundador de esa revista. “Yo escribí y publiqué en la revista varios ensayos con críticas cercanas a las que formula ella, solo que hace un tiempo me aburrí, pues el PRI del arte contemporáneo es experto en ‘ganar’ todas las elecciones. Dicen y repiten que quienes se les oponen somos anticuados, reaccionarios y conservadores. Son grandes vanguardistas, financiados por el Estado y por especuladores multimillonarios. Vaya vanguardia”.

Para Ospina, tal vez parte del problema es que las personas que pueden hablar de las particularidades del arte contemporáneo no las han podido comunicar bien, “bien sea porque la escritura sobre arte, en algún momento, perdió su capacidad de comunicación o de contar historias, de interpretar realmente las obras, de darles cierta vida, y se encerró a veces en un gremio muy especializado”. Irónicamente, con sus críticas Lésper parece llegarles a los más y no a los menos, aunque ella misma afirme que el arte no debería ser democrático.