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El castillo de cristal

Alternando entre la adultez y la infancia de su protagonista, este melodrama de una familia excéntrica crea personajes cálidos sin profundizar en su situación. **

Manuel Kalmanovitz G.
9 de septiembre de 2017

Título original: The Glass Castle

Año: 2017

País: Estados Unidos

Director: Destin Daniel Cretton

Guion: Destin Daniel Cretton y Andrew Lanham a partir del libro de Jeannette Walls

Actores: Brie Larson, Woody Harrelson y Naomi Watts

Hace poco leí unos ensayos de la estadounidense Mary Gaitskill y quedé impresionado con la forma en que logra reflexionar sobre su vida con un movimiento doble: de un lado, cariño hacia lo sucedido y, del otro, distancia y frialdad para entender sus complejidades.

Son dos acciones contradictorias que cuando las logra algún escritor (o cineasta o pintor o lo que sea) tienen algo milagroso: ahí, ante nuestros ojos sorprendidos, vemos a la vez las dos caras de un tejido, la perfección del frente y los nudos del revés.

Pensaba en Gaitskill viendo esta película que falla, justamente, por no poder equilibrar su cercanía emocional a los personajes con un sentido crítico. Es una falta de inteligencia, de valentía, de compromiso, de visión. Es la decisión de quedarse en la tibieza de unos personajes queribles y bien interpretados sin intentar ver cómo esas relaciones que retrata podrían dar luces sobre los conflictos raciales, económicos y sociales del Estados Unidos actual.

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Pero es interesante porque en su superficialidad, en su apelación a una sentimentalidad primaria y en su falta de espíritu crítico parece encarnar paradigmáticamente el trumpismo beligerante y confundido del país del norte, con su peculiar mezcla de arrogancia y miopía.

Se trata de una película sobre la rabia de los blancos, sobre una gente retratada como extraordinaria que, por fuerzas ajenas a su control, termina viviendo en la miseria y que siente que alguien en alguna parte está en deuda con ellos por ese resultado.

El filme está basado en las memorias de Jeannette Walls, columnista de farándula de la revista New York, y se estructura en dos planos temporales. El primero es en los años ochenta, cuando Walls ha alcanzado el éxito profesional; y el segundo en su infancia, cuando sobrevive con su familia pobre y conflictiva, mudándose entre distintos pueblos por temporadas, hasta que el padre termina echado de cualquier trabajo que haya podido conseguir.

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Brie Larson, que intepreta a la Walls adulta, tiene una presencia excepcional que pasa fluida y convincentemente de la dureza y la fragilidad, y que es, en buena parte, la culpable de que por momentos uno pueda pasar por alto la lógica retorcida de la historia.

Pero es un alivio temporal porque ni ella ni el resto del elenco (Woody Harrelson como su padre, Naomi Watts como su madre) pueden hacerle contrapeso a un guion que glamoriza la pobreza, que no puede evitar reducir la vida a la polaridad de vencedores/vencidos, que cae rendido ante cualquier atisbo de autosuperación personal.

De haber tenido la agudeza de Gaitskill, quizás esta película habría sido capaz de mostrar el vacío que se esconde detrás de la competitividad, cuestionando el valor del éxito profesional, de los individuos excepcionales o del sentido de privilegio perdido por parte de la población blanca que explica en parte el surgimiento de Trump.

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Pero la cinta evita cualquier posibilidad de ahondar y cuestionar, quedándose en el plano más superficial, el de un leve e idealista melodrama de una familia pobre y la superación de algunos de sus miembros.

CARTELERA

La sargento Matacho

**

Biografía de una bandolera liberal que repasa los lugares comunes de la Violencia en la Colombia de mediados del siglo XX.

El discípulo

***

Película rusa que hace un retrato angustioso de un adolescente que se enfrenta a su entorno citando pasajes iracundos de la Biblia.

Conjuros del más allá

*

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**

Un escolta debe proteger a un asesino profesional camino a testificar en La Haya, en esta cinta de persecuciones.