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Más que "blues" en el desierto

¿Qué llevó al vicepresidente del sello Putumayo a decir que, musicalmente, 'Malí puede ser la próxima Cuba'? La respuesta puede estar en este disco.

Juan Carlos Garay
7 de agosto de 2005

Hace 25 años el musicólogo Samuel Charters arribó a Bamako, la capital de Malí. Recorrió sus calles de polvo y bajó a las orillas del río Níger, regateó un tapiz en el mercado, cenó un cordero en salsa de maní, que es el plato típico, habló con los músicos y luego anotó en su diario que a pesar de ver muchas koras (un instrumento africano cuyo equivalente occidental es el arpa), la mayor parte de la música que escuchó salía "de las discotecas y de la radio".

Charters fue tal vez el primero en contarle al mundo de la riqueza musical del occidente de África. En un libro muy bello que se llama The Roots of the Blues describe a Bamako con 200.000 habitantes (hoy tiene 800.000) y una industria discográfica en cierne. Su asombro es entendible: había llegado en busca de folclor y se encontró con la modernidad, quería descubrir las raíces del blues y descubrió un sonido más exuberante.

Un reciente disco del sello Putumayo llamado Malí nos ofrece en 50 minutos una muestra de esa variedad sonora. Aparece el grupo Tinariwen con su blues del desierto: un canto tradicional de tribus nómades al que le han sumado guitarras eléctricas (¿Dónde se conecta una guitarra eléctrica en el desierto). Hay una pieza instrumental que nos permite apreciar el sonido dulce del balafón, la marimba africana, en manos del maestro Keletigui Diabate. Al otro extremo, una canción de Issa Bagayogo llena de voces sintetizadas y loops deja claro que en Malí también se hace música electrónica.

Si Samuel Charters regresara hoy, lo recibiría un panorama más complejo. Su intención era rastrear en la música maliense los mismos elementos que tenía el blues hace siglos. Al fin y al cabo, los esclavos llegados a Norteamérica venían del occidente de África. Pero encontró que la música cambia porque está viva: "Las canciones que oí sugerían que la música de las tribus africanas y la de los artistas de ''blues' tienen un ancestro común. Pero los cantos tribales se expusieron a la influencia de la música del desierto y, durante el mismo período, la música de los esclavos de Estados Unidos se mezcló con la de nuevas culturas".

A decir verdad, sólo hay una pieza en el disco Malí que suena a blues: la interpreta Idrissa Soumaoro con una armónica y, en el fondo, uno sabe que la influencia viene directamente de los discos estadounidenses. Cada vez es más difícil descubrir cuál es la raíz y cuáles son las ramas.

En medio de esa orgía salió Jacob Edgar, vicepresidente del sello Putumayo, a decir que "Malí puede ser la próxima Cuba. Su música suena de otro mundo y al mismo tiempo se siente familiar". Y la locura por el sonido maliense se ha desatado: Oumu Sangaré lanza un álbum doble de grandes éxitos, Issa Bagayogo suena en las discotecas francesas y Boubacar Traoré anuncia una gira por Europa.

¿Se trata de una nueva moda entre los melómanos? Tal vez sí, pero es una moda que vale la pena sondear porque está llena de sorpresas. El maestro Toumani Diabate (ilustre ausente de esta colección) dijo alguna vez que su música se parecía a la del resto del mundo porque había "una melancolía común y un sentimiento de celebración". Es decir que las razones para hacer música son las mismas en cualquier latitud; lo que cambia es la manera de expresarse. Y en Malí ha brotado una corriente tan rica en cadencias y armonías, que va a enriquecer por muchos años la expresión de este planeta.