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Ignacio (Jack Black), un monje tímido que trabaja de cocinero en un orfanato, sueña con trasformarse en una estrella de la lucha

cine

Nacho Libre

Esta extraña comedia ambientada en el insólito mundo de la lucha libre es, en el peor de los casos, un buen pasatiempo.

??Ricardo Silva Romero
30 de septiembre de 2006

Título original: Nacho Libre.
Año de estreno: 2006.
Dirección: Jared Hess.
Actores: Jack Black, Ana de la Reguera, Héctor Jiménez, Darius Rose, César González.

El más grande reto del espectador (reto, digo, porque lo más probable es que sea imposible) es entrar a ver la película de turno despojado de prejuicios negativos, darles el beneficio de la duda a todas las producciones que llegan a la cartelera. Por ejemplo: lo mejor es entrar a Nacho Libre, esa sátira absurda, llena de chistes flojos, que se vende en los cortos de promoción, con la esperanza de que el buen equipo conformado por el cineasta Jared Hess, el guionista Mike White y el actor Jack Black se valga del mundo insólito de la lucha libre para crear un relato que valga la pena. De esa manera se apreciará el humor contenido que muy de vez en cuando cede a la locura, la extraña pareja de protagonistas que querríamos ver en nuevas aventuras y la parodia a esos largometrajes latinoamericanos que fueron aplaudidos en la Europa de los 60 por sus imágenes chantajistas de la miseria tercermundista. Algo se lamentará: una serie de borrosos personajes secundarios, y una trama que gira y se resuelve con una ligereza que no es un recurso ingenioso sino una señal de pereza.

Tras convertirse, por cuenta de Napoleón Dinamita, en el nuevo ídolo privado de los universitarios estadounidenses, Hess ha tomado tres buenas decisiones a la hora de filmar Nacho Libre: volver a esos chistes serios que desconciertan, alejarse de la atmósfera de colegio gringo que lo hizo célebre y entregarle el guión que tenía en mente a ese experto en vocaciones (recuerden la historia de La escuela del rock) que es Mike White. Aun cuando ha desatendido a los tipos que el héroe se encuentra en el camino, aun cuando ha descuidado la marcha de la trama, en especial de los últimos minutos, White, un caso atípico en el cine norteamericano, ha hecho de Nacho Libre otra de sus pequeñas fábulas sobre no perseguir los sueños sino las realidades. Y le ha dado a Black la posibilidad de encarnar, una vez más, a aquel típico héroe cómico que han interpretado actores como Bob Hope o Woody Allen: ese tipo avispado e irreverente que en el fondo no es más que un idiota con suerte.

Esta vez se trata de un monje joven, el cocinero Ignacio, que, a pesar de haber crecido en un orfanato en los alrededores de Oaxaca, México, un lugar austero dirigido por sacerdotes malencarados, siempre ha tenido en el corazón la aspiración de convertirse en una estrella de la lucha libre. El orgullo de un huérfano llamado Chancho, la admiración de un mendigo al que le dicen Esqueleto y la mirada de amor imposible de la hermana Encarnación lo animarán a trasformarse en el temido Nacho, un luchador capaz de descontar a cualquiera, desde parejas de enanos rabiosos hasta ídolos falsos que suben al cuadrilátero con el único objeto de alimentar su vanidad. Seguir a Nacho en el camino a su victoria, un recorrido mitad místico, mitad estúpido, es un pasatiempo que da mucho más de lo que quita.