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El actor chileno Luis Gnecco interpreta a Neruda.El mexicano Gael García Bernal (a la izquierda) también hace parte del reparto.

CINE

Neruda

El director Pablo Larraín hace explícito su sentido del humor en esta película que sigue al poeta chileno durante dos años de persecución al interior de su país.****

Manuel Kalmanovitz G.
14 de enero de 2017

País: Chile

Año: 2016

Director: Pablo Larraín

Guion: Guillermo Calderón

Actores: Luis Gnecco, Gael García Bernal, Mercedes Morán

Duración: 107 min

Lo primero que habría que decir acerca de Neruda es que está llena de sorpresas. A pesar de su título, no se trata de una biografía global del poeta chileno, uno de esos ejercicios que encuentran en algún elemento de la infancia —un trineo, un camión cojo, una canción de cuna— la clave para entender una vida entera.

Lo que ofrece, en cambio, es un ejercicio focalizado, un retrato “nerudiano” según su director, Pablo Larraín, sobre los dos años, entre 1947 y 1949, cuando Neruda estuvo huyendo al interior de Chile, perseguido por la Policía acusado de calumniar e injuriar al presidente González Videla. En ese entonces Neruda era senador por el Partido Comunista y su persecución coincidía con la de cientos de dirigentes sindicales.

Otra de las sorpresas de la película es que esta huida, a diferencia de la de comunistas menos famosos, aparece como un evento festivo y extravagante, una muestra de la vitalidad de su protagonista. En los cambios de casa y de pueblo hay más de farsa que de angustia, y el filme diestramente introduce a su Neruda rotundo y medio calvo (Luis Gnecco) en la genealogía de figuras anárquicas memorables del cine en las que está Buster Keaton, Bugs Bunny, Peter Sellers o el Correcaminos.

Como contraparte, es decir, representando lo institucional, lo cuadriculado, la geometría regular, está el oficial de Policía Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal, convincentemente azorado, perdido y desorientado) que lo sigue por el país encontrando a cada paso un rastro de novelas policiales de la colección El séptimo círculo (la que dirigían Borges y Bioy Casares).

“A Neruda le gusta el sexo, el crimen y la violencia”, señala Delia del Carril (Mercedes Morán), la esposa del poeta, para explicar el gusto por estas novelas, pero la película no se sumerge directamente en esta trinidad –es demasiado imaginativa para eso–. El aire de crimen y violencia se siente más en elementos visuales heredados del cine negro (en la banda sonora con toques de jazz, en la fotografía con sombras expresivas, en el uso de retroproyecciones), que por episodios sangrientos o de violencia explícita y el sexo no va más allá de abrazos del redondo poeta con una variedad de muchachas desnudas y sin rostro.

Otra cosa que le gusta al Neruda de la película es la notoriedad y la fama, aunque de una forma distinta a la que quizás estamos acostumbrados hoy, que la fama parece ser un fin en sí misma. Neruda parecía disfrutar la fama por la satisfacción de que su labor —poner en palabras sensaciones o pensamientos que flotaban en el aire y que, al ser articulados, resultan de utilidad para los demás— resuene entre la gente.

La película ofrece una visión del poeta como un ser egoísta y generoso, arrogante y humilde, cariñoso y distante que resulta ser uno de los retratos más complejos de un artista que haya visto en el cine reciente. Y el recordatorio de que el rol de los artistas va más allá de su éxito personal y que beneficia la sociedad en la que existe es quizás la sorpresa más bienvenida de todas las que trae esta película. n

CARTELERA

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