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Obras emblemáticas de Bogotá en ruinas

El vandalismo y el paso del tiempo tienen en jaque a gran parte del patrimonio artístico de los capitalinos. Aunque los presupuestos para restaurarlas y mantenerlas son reducidos, la ciudad busca alternativas.

15 de julio de 2017

En una de las paredes del nuevo museo de la Fiscalía, en el centro de Bogotá, se encuentra la pieza más valiosa del recinto, pero nada tiene que ver con la exhibición. Se trata de un mural llamado El hombre y el drama de la vivienda social, del artista antioqueño Pedro Nel Gómez, que adorna el lugar desde 1954, cuando el edificio acogía al Instituto de Crédito Territorial del general Gustavo Rojas Pinilla. Hoy, junto a piezas que cuentan una historia dolorosa sobre la violencia del país (los computadores del Mono Jojoy o el campero de la masacre de La Rochela), el deterioro de esa pintura cuenta otra historia, que muestra la indolencia oficial ante el patrimonio artístico.

La parte baja del fresco del más grande muralista colombiano aparece cubierta con escudos de equipos de fútbol, nombres de parejas enamoradas y corazones flechados. Así lleva varios años, a la espera de un proceso de restauración que, según la Fiscalía, esta vez sí está cerca. Álvaro Morales, director de la Casa Museo Maestro Pedro Nel Gómez, de Medellín, asegura que se trata de una obra invaluable con un enorme significado para la historia del arte nacional y continental, y culpa del olvido en que ha caído a la “falta de sensibilidad y sentido de protección del patrimonio”.

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El curador y crítico de arte Halim Badawi asegura que se trata de un fenómeno sintomático del país en varios niveles. “En primer lugar, las obras de arte ubicadas en el espacio público; en segundo lugar, las obras de arte pertenecientes a pequeños museos públicos y privados (que muchas veces no cuentan con presupuesto para restaurar y conservar sus colecciones) y, en tercer lugar, las obras de arte en manos privadas cuyos dueños no cuentan con recursos”.

Las que están en espacios públicos abiertos representan mayores retos, pues al deterioro causado por el paso del tiempo se suma la acción de vándalos que los pintan, rayan y desmantelan. Según varios expertos, Bogotá es la ciudad que más sufre con estas situaciones. Mauricio Uribe González, director del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC), asegura que en la capital no hay un solo espacio conmemorativo que no haya sido vandalizado. “Bogotá perdió mucho el sentido de pertenencia, y eso se ve reflejado en el estado de sus monumentos”, dice. Por eso, hay obras que completan décadas en un abandono casi total y que han perdido no solo su apariencia, sino su valor histórico y simbólico.

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Un ejemplo de esto es el Ala solar, del artista venezolano Alejandro Otero. Donada por el gobierno del país vecino en 1975, fue considerada una obra maestra del cinetismo latinoamericano. Con sus 14 metros de altura y aspas de acero que giraban con el viento y proyectaban reflejos en un espejo de agua, fue descrita alguna vez como “pura poesía visual”. Sin embargo, por cuenta del saqueo, el óxido y los grafitis hoy está en un estado tan lamentable que muchos la confunden con un andamio abandonado.

Lo mismo ocurre con varias obras de Édgar Negret donadas a la ciudad hace más de 20 años y hoy deterioradas. Los árboles oxidados y ‘grafiteados’ que se encuentran en la avenida Eldorado, que componen Horizontes son un ejemplo. Rodolfo Buitrago, antiguo colaborador de Negret, asegura, además, que las que no se encuentran abandonadas han sido mal restauradas. Menciona la que está a la entrada del edificio de la Procuraduría y que según él fue pintada “con un rojo feísimo que no es el indicado. Se sabe que el rojo del maestro es entre naranja y sangre, uno muy exacto”. Por eso, para la conmemoración del quinto aniversario de la muerte del artista, que se cumple en octubre, Buitrago y otros interesados quieren restaurar las obras más dañadas y están buscando fondos y permisos.

Problema de todos

El año pasado el IDPC tuvo que limpiar en cinco ocasiones la estatua del Libertador de la plaza de Bolívar, pues tras cada mantenimiento aparecían nuevos grafitis. Estas intervenciones implicaron el trabajo de expertos y tuvieron un costo aproximado de 200 millones que salieron de los contribuyentes.

No se trata de un caso aislado. Las cariátides que adornan los pedestales de la plaza de Banderas, al occidente de la ciudad, lucen bigotes, sostenes y gafas pintadas con espray, y la célebre Rebeca ha sido restaurada varias veces en los últimos años.

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Eso solo por nombrar unos pocos casos. En Bogotá hay 350 esculturas ubicadas en el espacio público, y aunque el Distrito es consciente de la problemática, los presupuestos son bastante limitados (algunas restauraciones, como la del Ala solar, pueden superar los 1.000 millones de pesos). Eso ha impulsado al IDPC a buscar otras opciones, como el programa de adopción de monumentos que está involucrando empresas y aportantes privados para que ayuden. Hasta el momento han sido adoptadas 70 obras y se espera que para final de año ese número llegue a 100.

La idea, como dice Uribe González, es que la gente se indigne con la destrucción del patrimonio cultural, y que se dé cuenta de que cada acto vandálico contra estas obras es un golpe a la riqueza colectiva de la ciudad y a su propio bolsillo.