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Estos directores no solo cuestionan la forma de hacer cine actualmente, también como el espectador prefiere, antes que una sala, ver películas en internet. | Foto: A.F.P.

POLÉMICA

Otra vez el cine ha muerto

Grandes realizadores, como David Lynch o Tarantino, siguen renegando del cine actual. No están de acuerdo con las nuevas tecnologías y muchos decidieron retirarse. Este es el rollo.

15 de junio de 2014

No hay ningún arte al que se le haya declarado tantas veces la muerte como al cine. Charles Chaplin, el genio del cine mudo, fue el primero que lo sepultó cuando el sonido llegó a las películas en 1930. “Ha muerto”, dijo el inglés. Otros tantos hicieron lo mismo cuando las cintas se dejaron de hacer en blanco y negro o, la que parecía la estocada, cuando apareció la televisión a finales de los años treinta. Todos se equivocaron. No hubo funerales. El cine creció y se convirtió en una de las industrias más sólidas del entretenimiento.

Tuvieron que pasar más de 80 años para que otra vez se presagiara su fin. Así como en su momento se hizo oír Chaplin y su grandeza, esta vez otros virtuosos del cine hacen la advertencia. David Lynch, Peter Greenaway, Bela Tarr, Michael Haneke y, si se quiere, Hayao Miyazaki y Steven Sodenbergh, han decidido no dirigir más, huir antes de verlo morir. La tecnología, los nuevos formatos, la forma de hacer y de ver una película les ha hecho creer que todo está acabado.

Y se marchan lo más lejos posible. Lynch (Terciopelo azul, Mulholland Drive) se dedica ahora a la música. El año pasado lanzó el álbum The Big Dream, que sumado a su primer trabajo, Crazy Clock Time, hace sospechar que este podría ser su nuevo camino, uno de tantos, pues igualmente se dedica a la pintura, a la meditación trascendental, al diseño, a la fotografía y a la litografía. También a los negocios: creó una marca de café, David Lynch Coffee, solo para él mismo diseñar los empaques del producto, aunque las cifras dicen que su empresa es poco rentable. Como si fuera poco, en sus ratos de ocio hace campañas publicitarias.

Sin llegar a ese nivel de versatilidad, los otros directores también exploran. Michael Haneke (Amour, Caché), por ahora, se dedica de tiempo completo a la ópera, que desde 2006 alterna con el cine. El director húngaro Béla Tarr, después de haber realizado El caballo de Turín, en 2007, enseña en una escuela audiovisual. Peter Greenaway (Escrito en el cuerpo), pintor antes que realizador, lleva por el mundo sus performances. Y de Soderbergh (Traffic y Erin Brockovich), de 51 años, como de Miyazaki (El viaje de Chihiro), solo se sabe que descansan en algún lugar del planeta después de haberle hecho saber al mundo, a través de fríos comunicados, que no querían saber de nada que tuviera que ver con el cine.

Entre los que no se van, pero oponen resistencia y no dejan de renegar está Quentin Tarantino (Pulp Fiction, Bastardos sin gloria), quien la semana pasada vociferó: “con el formato digital, el cine como yo lo conocía está muerto. Se ha convertido en ver la televisión en público, y si tengo una gran pantalla en casa no veo por qué debería hacerlo”.

Y es que a todos ellos les cuesta aceptar los nuevos giros de la industria que, por ejemplo, a principios de este año dio un paso alarmante: Paramount, una de las grandes compañías de Hollywood, dejará de hacer producciones en 35 milímetros para pasarse a formatos digitales. Un camino que otras grandes empresas están tomando para dejar atrás una forma que fue fundamental en el cine.

“Los grandes maestros están incómodos con las nuevas tecnologías, son reacciones naturales al cambio”, dice el crítico de cine Diego Rojas. Sin embargo, Hugo Chaparro Valderrama, escritor y también analista, tiene otra forma de explicar lo que está sucediendo: “Ellos son directores decentes en medio de una industria indecente”.

Los disidentes, especialmente Lynch y Tarantino, añoran que el cine, desde el papel del espectador, antes era un plan familiar, un plan amoroso, una experiencia de la que se hablaba por días por la forma como se vivía: oscuridad, una gran pantalla, inmejorable sonido, silencio, pero hoy la gente entra a internet para ver películas, donde la calidad y las características de una producción se desvirtúan.

“Se están retirando porque son nostálgicos, los jóvenes hoy no tienen educación para ver el cine como antes. No hay vuelta atrás, el formato digital reinará. Estos directores ven morir el mundo que construyeron”, dice Samuel Castro, también crítico de cine.

Detrás de esto no hay secretos. La tecnología irremediablemente se convierte en la gran aliada de la industria, abarata costos, abre mercados, descubre plataformas de exhibición, atrae a las nuevas generaciones. Algunos vaticinan que en un tiempo no muy lejano las películas solo estarán disponibles para ser descargadas por internet y que verlas en una sala sería obsoleto. Y en cuanto a la forma de hacerlas, hay indicios: existen ya festivales audiovisuales de películas hechas solo con celular.

Javier Ocaña, crítico de cine de El País de Madrid, cree como algunos que la perfección y los adelantos técnicos no siempre van ligados a una mejoría del arte. En el cine ocurre igual: “Se gana en inmediatez y en economía, pero se pierde en clasicismo”. El galés Peter Greenaway va más allá de la tecnología, cuestiona los contenidos del cine actual: “Sentarse en la oscuridad, mirando hacia un rectángulo de luz, en una sola dirección, no es una ocupación muy humana. Pero no se preocupen. El cine está muerto y no tendrán que sufrir más. Cuando ven una película, ¿no saben todo lo que va a pasar?”.

Este director apunta a la calidad del cine actual, otra de las razones por la que los maestros se alejan. Lynch, por ejemplo, ve cómo la televisión le gana espacio al séptimo arte y la considera como una alternativa posible a la desaparición del cine de autor, independiente. Así no se necesita a una industria que solo le interesa llenar salas de cine sin importar lo que exhibe. No en vano se dice actualmente que “el cine es la hamburguesa y la televisión es el caviar”.

Sin embargo, esta nueva realidad para algunos no es tan apocalíptica. El cine no morirá. Diego Rojas destaca casos, entre muchos, como el de La vida de Adele, ganadora el año pasado en el Festival de Cannes: una película de factura sencilla, al estilo clásico de la Nueva ola, pero hecha con los recursos técnicos de ahora.

Hugo Chaparro Valderrama cree que el cine no morirá mientras las buenas historias existan. Y Samuel Castro cree que la tecnología democratizó al cine y le dio más bríos: “Cualquier película podrá estar al alcance de cualquiera, también cualquiera podrá hacer una película”. Al respecto, Ocaña comenta: “Sí, cualquiera puede hacer una película, pero está por ver que alguien con cuatro euros haga una obra maestra incontestable. Yo aún no la he visto”.

Algunos creen que esta actitud de los directores es momentánea, que volverán. Pero Lynch, en su caso, insiste con contundencia: “No he tenido ideas cinematográficas en los últimos años y, en cierto modo, creo que no quise”.

Los que vienen

Estos son algunos de los directores que están tomando el relevo generacional.

  • Paul Thomas Anderson: Magnolia, Petróleo de sangre y The Master, sus cartas de presentación.
  • David Fincher: se hizo conocer por Seven y desde entonces hizo cintas como Zodiac y El club de la pelea.
  • Jacques Audiard: hace cuatro años ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera por El profeta. 
  • Paolo Sorrentino: otro ganador por Mejor Película Extranjera en el Oscar con La gran belleza.
  • Alexander Payne: Entre copas y Nebraska, hablan de su enorme talento.