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PROFUNDO CARMESI

Aunque conserva su estilo y su mirada en esta ocasión Ripstein peca de excesivo.

4 de octubre de 1999

No es una casualidad que la primera secuencia de Profundo carmesí culmine en un espejo
roto. Al fin y al cabo Arturo Ripstein, el director más importante de México y uno de los más insignes
realizadores latinoamericanos, es así. No es que se trate de un anuncio de catástrofes o de desgracias. Por
el contrario, el cristal rajado es una certeza en la que le gusta insistir al director: la del abandono.
Los personajes de Ripstein, casi siempre habitantes de barriadas pobres que cargan a la espalda el rigor de
las circunstancias adversas, están resignados a su suerte aun a pesar de estimularse con utópicas
esperanzas. Puede que sean solidarios pero en el fondo cada uno vive su soledad a su manera. Profundo
carmesí no es la excepción. Más que criminales, Nicolás Estrella (Daniel Giménez Cacho) y Coral Fabre
(Regina Orozco) son una patética sombra de Bonnie and Clyde cuya motivación existencial consiste en
aprovecharse de las mujeres insatisfechas que contacta Nicolás por medio del correo romántico. De hecho,
así se conocieron él y Coral, sólo que, luego de sentirse robada, ésta le salió más viva. Regaló a sus hijos en
un hospicio y le juró fidelidad eterna. Algo que, por supuesto, iría a cumplir_ y a exigir, a pesar de que el
sustento familiar se derivara de las deprimentes conquistas de su marido. Agobiada por una perturbación
mental surgida de sus frustraciones _todo el mundo no hace sino recordarle que es una inmensa bola de
manteca_ Coral no puede manejar sus celos por el hombre que ama y, desbocada, produce la primera
chispa de una serie de crímenes macabros que terminan por enloquecer del todo a la pareja.
La historia, escrita por Paz Alicia Garcíadiego, posee por sí sola suficiente carga dramática en la vida de
esta pareja y en la de sus víctimas como para que, encima, Ripstein se desborde en excesos. Aunque el
director mexicano nunca ha ocultado su crudeza a la hora de filmar, en Profundo carmesí ésta sobrepasa sus
límites hacia otros quizás más oscuros y en todo caso innecesarios en el propósito de aterrar al espectador,
quien ya en ese momento viene espantado por un drama que no le ha dado respiro desde el inicio.


El séptimo cielo
Debut sin pretensiones.

El septimo cielo es un 'estriptisiadero' de mala muerte de Nueva York adonde Joselito, uno de los miles de
colombianos que buscan mejor suerte en Estados Unidos, va a buscar a su novia luego de haber sido
expulsado del ejército. Protegida de un par de patéticos proxenetas, ahora ella se gana la vida desnudándose
y para retirarla del oficio hace falta pagar una buena suma de dinero.
Y dinero es, precisamente, lo que no tiene Joselito. Sólo ganas para dejar el alcohol e intentar componer por
fin su vida. Pero antes de su cambio comete la última torpeza: extraviar 4.000 dólares de su hermano, una
calamidad que marcará el rumbo de la trama.
La mayor virtud de Juan Fischer en su debut como director es haber dejado de lado las pretensiones.
Consciente del bajo presupuesto y, en general, de la verdad trillada sobre las enormes dificultades de hacer
cine, Fischer se ha transado por una historia elemental con final feliz, para narrarla felizmente de manera
simple.
No hay un solo plano que llame la atención sobre los demás, una secuencia que quede guardada en la
memoria, una escena significativa. Pero tampoco es un fiasco. Salvo la irregularidad del reparto, y una que
otra ligereza del guión, la historia transcurre con limpieza y se deja ver sin que Fischer quiera construir un
discurso sociopolítico sobre la inmigración latinoamericana en Estados Unidos y sin que pretenda impartir
cátedra moral sobre las injusticias de la vida.
Un buen comienzo para un director que, sin duda, tendrá mucho que decir y demostrar en el futuro.