Home

Cultura

Artículo

Omar Rayo entre rayas blancas y negras. La geometría y las ilusiones ópticas marcaron la obra de uno de los artistas más destacados en la historia reciente de Colombia. Al fondo, su gran obra: el museo por el que batalló hasta el último de sus días.

OBITUARIO

Rayo, el generoso

A sus 82 años murió el artista Omar Rayo. Todos recuerdan su obra pictórica. No sucede lo mismo con otro legado suyo, mucho más generoso.

12 de junio de 2010

En el trabajo de todo artista siempre hay una obra icónica: esa que queda publicada en manuales escolares y en guías turísticas. Omar Rayo también tuvo la suya, pero en un formato escaso, casi inédito: su empeño en transformar, a punta de arte, su Roldanillo natal.

Nacido en 1928, Rayo dio sus primeros trazos en Bogotá en la década de los 40. Fue ilustrador de varias revistas y caricaturista oficial de la Conferencia Panamericana de 1948. Luego salió a recorrer el continente con escalas primero en México y luego en Nueva York, "ciudad gris en la que aprendió a pintar en blanco y negro", según Gloria Alicia Chanduví, quien coordinó el proyecto El rayo que no cesa, una trilogía documental sobre su vida y obra.

Cansado del gris neoyorquino, regresó a finales de los 70 atraído por "la lluvia de luz de Roldanillo que cae blanca y vertical, como una daga que parte el cráneo en dos". Pero más que la luz, a Rayo lo movía la posibilidad de concretar una gran obra: el Museo de Dibujo y Grabado Latinoamericano.

En un terreno que le fue donado en 1971, Rayo le encomendó al arquitecto mexicano Leopoldo Gout la construcción de un espacio vivo con actividad cultural permanente, en una época en la que los museos todavía se pensaban como lugares estáticos destinados solo a la observación respetuosa de unas obras que rara vez cambiaban. Chanduví recuerda que "el maestro creía que el museo no era espacio para colgar muertos: tenía que generar vida."

El proyecto finalmente se concretó en 1981. Ese año también comenzó su lucha por lograr que el Estado se sumara a su causa. Entre batalla y batalla para conseguir recursos, por Roldanillo desfilaron obras de Picasso, Miró, Matta y José Luis Cuevas, que se sumaron temporalmente a una colección de más de 2.000 obras de su autoría y más de 500 de su colección personal, en la que figuran sobre todo artistas latinoamericanos como Lucy Tejada, Eduardo Ramírez Villamizar y Pedro Alcántara.

Pero el abolengo de las obras que han desfilado por las ocho salas diseñadas por Gout siguiendo técnicas mayas para regular la temperatura no es lo más destacado del que Rayo llamó siempre con cariño "su hijo bobo". Más importante es su actividad permanente, su política de puertas abiertas para tejer vínculos con la comunidad de un municipio que, gracias a él, hoy es destino de más de 25.000 colombianos que anualmente lo visitan.

Entre las actividades del museo se destacan los talleres de grabado, muchos de los cuales han tenido la calle como escenario. Estos espacios le permitieron a un grupo de jóvenes de la región formarse como grabadistas y luego, con el apoyo del museo, exponer su trabajo en México y Ecuador. A los talleres se suma lo hecho en otros frentes, como el editorial con Ediciones Embalaje y sus libros de autor en cartón y soga.

Un museo vial, un encuentro de mujeres poetas que ya completa 25 ediciones bajo la batuta de Agueda Pizarro, esposa de Rayo, talleres de cine y literatura para niños y un concurso infantil de dibujo permiten sugerir que mucho antes de que se acuñara el concepto, Rayo ya era un ejemplo de responsabilidad social.

Junto con sus intaglios, esculturas y pinturas con ilusiones ópticas latentes en una geometría casi siempre negra, blanca y roja, Rayo será recordado también por no haber seguido el camino de muchos cerebros y talentos fugados colombianos que una vez alcanzan cierto reconocimiento echan raíces en el primer mundo y solo vuelven para recoger la Cruz de Boyacá.