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Abu Shadi (Mohamed Bakri) y su hijo Shadi (Saleh BakriI) tienen una relación plagada de tensiones y desencuentros.

CINE

Crítica de cine: Wajib

Esta película contrasta la visión del mundo de un padre que vive en Nazaret, y su hijo, que vive en el extrerior.

Manuel Kalmanovitz G.
24 de noviembre de 2018

País: Palestina

Año: 2017

Director: Annemarie Jacir

Guion: Annemarie Jacir

Actores: Mohamed Bakri, Saleh Bakri y Lama Tatour

Duración: 96 min

Esta es una película situada mayoritariamente en el tránsito citadino. Podría uno decir que es una road movie si uno piensa no en caminos abiertos que unen dos destinos diferentes, sino en los recorridos circulares, monótonos y atrancados que se dan en las ciudades y que conectan puntos más bien parecidos.

A pesar de que los viajes en auto componen un buen porcentaje de lo que vemos, la preocupación central acá no es tanto el movimiento, sino el reposo. O, mejor, el contraste que se da entre alguien que se ha quedado en su ciudad y alguien que se ha estado moviendo y que, basados en sus experiencias, no logran ponerse de acuerdo sobre el mundo en que viven.

Los protagonistas son Abu Shadi (Mohamed Bakri) y Shadi (Saleh Bakri), padre e hijo, que deben ir personalmente, siguiendo la costumbre palestina, a repartir por Nazareth las invitaciones para la boda de María (Lama Tatour), hija del primero y hermana del segundo.

El hijo vive en Italia con su novia y ha vuelto para ayudar en la cantidad de actividades que rodean la boda, pero su regreso incentiva su espíritu crítico: por la basura que ve en las calles, por los soldados israelíes que encuentra en un restaurante, por la opresión de su pueblo que, sin vivirla cotidianamente, lo irrita profundamente.

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El padre, que sí vive esas dificultades a diario, tiene una posición más conciliadora y siente que hay algo cómodo en la posición de su hijo, que prefiere un ideal inexistente a las transacciones y conciliaciones que exige su cotidianidad. En cambio, al padre la vida de su hijo le parece un desorden: viviendo lejos con una mujer sin haberse casado, con el pelo largo y camisa de colores, y con un trabajo que en nada le ayuda a su comunidad.

La idea del wajib, que quiere decir ‘deber’ y que en la cultura musulmana incluye desde las oraciones diarias hasta la peregrinación a La Meca, termina por convertirse en la pregunta central de la película. ¿Qué es el deber y cómo se puede cumplir? ¿El deber está ligado a la individualidad o puede ir en contra de los deseos particulares de una persona?

Al final, se hace evidente que el choque entre el individualismo y el espíritu comunitario es imposible de resolver. En un mundo individualista, claramente lo principal es seguir el camino personal, cueste lo que cueste y perjudique a quien perjudique. Pero si lo que se privilegian son los tejidos sociales y la vida en comunidad, con todos los deberes que conlleva, el sacrificio de la individualidad no tiene nada de catastrófico.

La película, dirigida por Annemarie Jacir, retrata la tensión, delicada y matizadamente, entre estas dos posiciones, sin sermones ni grandes discursos. Aunque a nivel racional queda claro que son irreconciliables, Wajid tiene suficiente inteligencia y sensibilidad para ver que el cariño, el amor y la historia compartida les permite, tanto a quienes se fueron como a quienes se quedaron, encontrar un terreno común. n

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