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Carlo Rovelli es físico teórico y miembro de la Academia Internacional de Filosofía de la Ciencia. | Foto: A.F.P.

LIBROS

El maestro de la física

Un ensayo sobre física que por su claridad y si´ntesis se ha convertido en un ‘best seller’.

Luis Fernando Afanador
12 de noviembre de 2016

Carlo rovelli
Siete breves lecciones de física anagrama, 2016
97 páginas

Este libro no es un manual para dummies, no tiene un tono condescendiente. No pretende explicar ‘pedagógicamente’ los aspectos más relevantes de los grandes descubrimientos de la física en el siglo XX. Y, sin embargo, consigue fascinar al lector corriente con la teoría de la relatividad, la mecánica y la gravedad cuántica, la arquitectura del universo, las partículas elementales y los agujeros negros. ¿Cómo lo consigue? Simplemente hablando de igual a igual. Carlo Rovelli se baja de su pedestal de físico teórico, experto en ‘gravedad cuántica de bucles’ y nos hace cómplices de sus perplejidades. Sabe que es más lo que ignora que lo que sabe: “Porque la ciencia nos enseña a comprender mejor el mundo, pero también nos da una idea de la vastedad de lo que ignoramos”.

Raras veces decimos de un libro de ciencia que es un libro bello. Este es uno de ellos. Además de su claridad, de su sabiduría, consigue aproximar la física con la filosofía y con la poesía: “Por el momento es lo que sabemos de la materia: un puñado de partículas elementales, que vibran y fluctúan de continuo entre el existir y no existir, pululan en el espacio incluso cuando parece que no hay nada, se combinan entre sí hasta el infinito como las letras del alfabeto cósmico para contar la inmensa historia de las galaxias, las innumerables estrellas,los rayos cósmicos, la luz del sol, las montañas, los bosques, los campos de grano, las risas de los niños en las fiestas, y el negro estrellado del cielo nocturno”.

El espacio no es una estantería rígida como creía Newton, sino una entidad que ondula, se dobla, se curva, se tuerce.Estamos inmersos en él como en un gigantesco molusco flexible. El Sol dobla el espacio en torno a sí, y la Tierra no gira a su alrededor atraída por una misteriosa fuerza, sino porque discurre en línea recta en un espacio que se inclina. Los planetas giran alrededor del Sol y las cosas caen porque el espacio se curva. Pero no es solo el espacio el que se curva: también lo hace el tiempo. El tiempo transcurre más deprisa arriba y más despacio abajo, cerca de laTierra. Si se mide, un gemelo que ha vivido en la montaña es más viejo que el otro gemelo que ha vivido cerca del mar.

Siendo todavía un estudiante universitario, Carlo Rovelli, en unas vacaciones, tendido en una playa de Calabria, leyó la teoría de la relatividad de Einstein,“la teoría científica más hermosa” y fue como una magia, nos dice, como si un amigo le hubiera susurrado al oído una extraordinaria verdad oculta,“y de repente apartara un velo de la realidad para desvelar un orden más simple y profundo”. Así le ocurrió a él y de igual manera consigue que nosotros entendamos esa magia.

Nuestro universo, dice Rovelli, pudo haber nacido del rebote de una fase anterior, tras pasar por una fase intermedia sin espacio ni tiempo. Además de las partículas elementales –electrones, cuarks, fotones, gluones, neutrinos y el bosón de Higgs- que son como las piezas básicas del gigantesco Lego con el que está construida la realidad material que nos rodea, los astrónomos han observado alrededor de cada una de las galaxias un gran halo de materia que atrae las estrellas y desvía la luz. No se sabe de qué está formado, qué es esa “materia oscura”, como la han llamado. Parafraseando a Hamlet: hay muchas más cosas entre el cielo y la Tierra de las que imagina la física.

¿Qué lugar ocupa nuestra conciencia y nuestra especie en ese “inconcebible universo”? ¿De dónde viene esa sensación de existir de manera singular y en primera persona que experimenta cada uno de nosotros? Rovelli deja abiertos los interrogantes sobre el sujeto que observa el mundo y ha hecho esa fotografía de la realidad. En todo caso, los seres humanos no representan la cumbre de la naturaleza ni el punto sublime donde la realidad toma conciencia de sí misma, como creía el idealista Shelling. Tal vez no sobrevivamos como especie -nacemos y morimos como nacen y mueren las estrellas- aunque en el entretanto, “el misterio del mundo, la belleza del mundo, nos dejan sin aliento”.