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¿SUPERHEMBRA O FEMME FATALE?

Amante de Nietzsche, Rilke y Freud, Lou Andreas Salomé reconoce en su biografía la ambiguedad de su carácter

22 de octubre de 1984

"Más allá del bien y del mal". Lou Andreas Salomé: Ni superhombre ni superhembra. Mirada retrospectiva. Alianza Editorial.
Lou Andreas Salomé ha pasado a la historia como la mayor coleccionista de grandes hombres. Su amistad con Nietzsche, Freud y Rilke así parece confirmarlo. Esta leyenda ha ido "en crescendo" ahora cuando la alocada imaginación de la italiana Liliana Cavani ha recreado esta primera trilogía que hizo y deshizo la Salomé con sus perturbados amigos Paul Ree y Federico Nietzsche.
Uno de los aciertos de esta película "Más allá del bien y del mal" es sin duda haber profanado la imagen de santón que la iconografía nietzscheana adjudica a su ídolo. En el momento mismo que Federico Nietzsche alucinaba su personaje, el "superhombre", pareció cruzarse en su camino la imagen de una "superhembra" capaz de trastocar su pensamiento hasta llevarlo a la locura.
La judía rusa había nacido en San Petersburgo en 1861 y a sus veinte años ya había puesto patas arriba la moral tradicional de su tiempo al establecer una santísima trinidad en compañía de un dueto singular de "intelectuales" de esa hora. Aparentemente su arrasador e implacable carácter provocaría estragos en estos intelectuales ansiosos de poseerla o mejor desposeerla en matrimonio.
La belleza y personalidad de esta fascinante mujer iba en búsqueda de los secretos pensamientos de sus amantes hasta el punto de desposeerlos más bien a ellos y, una vez en posesión de lo buscado, abandonarlos a su suerte. Esta trilogía o menage a tros, como se lo conoce modernamente, terminaría fatalmente hundiendo al uno en la locura y precipitando al otro al suicidio luego de descubrir cada uno sus pulsiones homosexuales catalizadas a través del puente tendido entre ellos por la gran mujer. La "tranquilidad" de un pastor protestante, Carl Andreas, podría más en su chantaje suicida que el desesperado drama de sus dos amantes intelectuales.
Muy distinto es el autoanálisis de la escritora en su biografía la "Mirada retrospectiva". Ella reconoce la ambigiuedad de su carácter arisco y primitivo como místico y religioso,propio de su tierra rusa. Admite tal caracter bisexual al confesar que lo poético era sentido por ella de manera masculina y lo puramente lógico o conceptual era vivido de manera femenina.
Sus vivencias amorosas con personajes tan nobles y notables como Nietzsche, Rilke y Freud las vería como eso: vivencias con amigos a los que amó a su modo tierno, sensualmente, según el caso, pero siempre con un sentimiento generoso de entrega intelectual. De Nietzsche afirma haber conocido la hondura de su necesidad acrisolada al calor del rojo de sus pasiones para volverse forma o conocimiento de sí.
De Paul Ree dice que nada le resultaba más difícil que creer que se le quería. Acepta que Nietzsche estaba celoso de su amor por Ree y que se avergonzó más tarde de sus intrigas y hostilidades en su contra. Ante este enojoso asunto emprendido por las calumnias de la beata familia de Nietzsche, ella asumió la misma actitud de Paul Ree: mantenerse alejada de todo el asunto, no leer más al respecto y no ocuparse ni de los ataques de la casa Nietzsche ni, en general, de la literatura sobre Nietzsche después de su muerte.
De su marido real o formal, Carl Andreas, científico prestante e investigador linguístico, confiesa que lo siguió por una fuerza desconocida que la hacía sentirse a su lado alejada de todo afán de prestigio. Pese al carácter conflictivo de su marido confiesa que sus deseos nunca dejaron de acompañarlo. Pero acepta sin ambages que la distancia entre los dos llegó a aumentar a lo largo del tiempo y que su carácter se resume en algo "salvaje y blando" a la vez.
Su amor más puro, su afinidad más profunda parece ser para ella con Rainer María Rilke, su amado poeta Rainer, para quien el objeto de su arte era Dios olo que él entendía como el más íntimo fundamento de su vida, lo "más anónimo más allá de las fronteras conscientes del Yo". Compartía con él esa actitud de pobreza o búsqueda de lo esencial, llámese Dios o el despojo del Yo en la búsqueda de sí mismo. De todos modos el rasgo más encantador de Rainer para ella lo constituía esta delicadeza poética que lo dejaba como indefenso ante el peligro de ser subyugado por una fuerza cualquiera.
El otro trío de la Salomé estuvo constituído por Freud y Víctor Tausk, discípulo aprovechado del psicoanalista vienés, del cual afirmaba "era el más destacado". Los celos de Freud por su discípulo no se hicieron esperar, pues no sólo temía que se quedara con los favores de su amada sino con el prestigio de sus descubrimientos. A los cuales se anticipaba
Lo poético era sentido por ella de manera masculina y lo lógico era vivido de manera femenina, precozmente. De nuevo el afecto de la Salomé se inclinaba por el más débil y aunque pareciera utilizar a Tausk como trampolín para llegar a Freud, sin embargo lo que le gustaba de Tausk era su desamparo ante su ser interno, su atormentada lucha por usar su intelecto para dominar sus pasiones.
"Y sin embargo, dice, desde un principio me di cuenta de que esa lucha de Tausk era lo que me conmovía más profundamente: la lucha de la criatura humana. Hermano animal. Tú."Este nuevo trío resultó fatal como el anterior. Tausk se mantenía indefenso ante Freud y su desigual competencia con el padre terminó destruyéndolo por dentro hasta que resolvió matarse a los cuarenta años. Pese a todo, la admiración de la Salomé por Freud no terminó nunca y fue su feliz devota hasta su muerte acaecida dos años antes de la de aquél.
¿Qué queda entonces de toda esta leyenda de la Femme Fatale del feminismo contemporáneo? ¿Era acaso una devoradora de hombres, una arribista intelectual o una sanguijuela capaz de succionar las entrañas intelectuales de sus favoritos? Quizás ni depravada ni mística intelectual.
Simplemente una mujer superior, autosuficiente, cuyos atributos físicos pero sobre todo humanos la hacían capaz de atraer a las naturalezas más dotadas de su tiempo. Su instinto extraordinario para identificarse con los hombres y especialmente con la parte creativa de ellos, la convirtió sin duda en compañía inevitable de esa necesidad creativa.-
Ciro Roldán J.