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SUPERMERCADO DE LA CULTURA

25 mil personas visitan diariamente el Centro Cultural Georges Pompidou. Pero el Centro está pagando su éxito y el envejecimiento de su estructura preocupa a sus directivos. SEMANA entrevistó al director Jean Mahen

3 de septiembre de 1984

El centro cultural Georges Pompidou o Beaubourg se impone por su curiosa estructura arquitectónica. Sus 15 mil toneladas de acero lo han convertido en el monumento más visitado de Francia. En 1983, ese centro recibió siete millones y medio de visitantes, es decir, dos veces más que la Torre Eiffel y tres más que el Museo del Louvre. El centro se beneficia de su posición geográfica, pues está situado cerca de la catedral Notre Dame y de la alcaldía de París, en un barrio totalmente renovado: Les Halles. Esa zona juega para la juventud de hoy, el mismo papel que jugó el Barrio Latino para los protagonistas de mayo de 1968. Allí se encuentran las boutiques New Look, el único supermercado abierto las 24 horas del día, la estación del metro más grande del mundo, la librería más importante de Europa, los jóvenes saltimbanquis, artistas de toda especie y los jóvenes desengañados, vencidos, drogados.
Otras razones propias al centro Georges Pompidou, explican el hecho de que veinticinco mil personas lo visiten cada día. Beaubourg es la única institución cultural francesa abierta seis días a la semana y hasta las diez de la noche. En ella, el visitante dispone de 350.000 libros, 11.000 discos, un laboratorio de idiomas en donde puede aprender 90 lenguas, una bella colección de tiras cómicas, 2.000 periódicos, miles de películas y 200 audiovisuales del mundo entero, así como un vasto museo de arte moderno y una decena de exposiciones simultáneas sobre un tema, un artista o un país. Los niños cuentan con espacios propios y una importante biblioteca.
La mayoría de estas actividades son gratuitas o a un costo moderado como lo muestra el hecho de que en el presupuesto de este año --cuatro mil millones de pesos-- sólo el 8.6% provendrán de esos ingresos.
El Centro paga, como es natural, su éxito. La estructura metálica resiste pero el envejecimiento prematuro de Beaubourg inquieta a sus dirigentes. Parte del material se desgasta a un ritmo acelerado. El Centro cambia, por ejemplo, cada año más de cinco mil metros cuadrados de moqueta. Otros elementos del techo del centro, más directamente expuestos a la intemperie, se han oxidado. Nada grave, se afirma en el Centro, pero su reparación implicaría despojar esas partes del revestimiento anti-fuego ¿Cómo hacer? El incendio es, en efecto, el principal motivo de preocupación. Para protegerse, el Centro Pompidou cuenta --además del enorme dispositivo previsto por los arquitectos (detectores de humo, regaderas automáticas, inmensas columnas metálicas llenas de agua)-- con un servicio de seguridad de 150 personas y de una red de 120 cámaras de televisión.
Los responsables del Centro piensan que las técnicas modernas de comunicación --gracias a las cuales Beaubourg piensa descentralizar sus actividades-- pueden estabilizar el número de visitantes evitando así que ese enorme supermercado de la cultura, en el cual cada persona se sirve lo que le conviene sea víctima de su propio éxito. SEMANA entrevistó a Jean Maheu, presidente del Centro Pompidou.
SEMANA: ¿Se puede afirmar que el Centro Georges Pompidou ha desarrollado una sensibilidad cultural propia?
JEAN MAHEU: No. Pienso que el Centro es, más bien, una política cultural. En el Centro se localizaron, con medios financieros importantes, una serie de actividades y de personas (artistas, críticos, curadores, etc.) que en el marco del Centro o con el Centro, han esbozado, progresivamente, un paisaje cultural original. Esa era la idea que tenía el Presidente Georges Pompidou, cuando ordenó su creación. Hacer que una serie de manifestaciones culturales que de costumbre eran presentadas en edificios separados, en contextos diferentes y con maneras de ver diversas --y a veces opuestas-- se lleven a cabo en un mismo sitio. El visitante puede pasar así de unas a otras con la mayor naturalidad.
S.: El Centro nació con la pretensión de reunir y dar a conocer las principales expresiones del artey de la cultura de nuestra época. Tras siete años de funcionamiento se tiene, sin embargo, la impresión de que ustedes arriesgan poco presentando sobre todo a los artistas consagrados. ¿No han institucionalizado demasiado su acción?
J.M.: Nosotros hacemos precisamente grandes esfuerzos para evitar esa institucionalización. El Centro trata de combinar las manifestaciones que requieren dos o tres años de planificación y la presentación de lo que surge, de todo aquello que es espontáneo y joven pero de calidad. Esta es una de las razones por las cuales decidimos agrandar las galerías contemporáneas. En ellas habrá dos espacios. Uno para los artistas contemporáneos ya consagrados. Otro, más informal, más limitado, para presentar a los más jóvenes. Con todo, evitar la institucionalización del Centro no es nada fácil.
S.: El Centro recibe hoy dos veces más visitantes que la Torre Eiffel y tres más que el Museo del Louvre. ¿Esta afluencia de simples turistas no pone en peligro la vocación cultural del Centro?
J.M.: Yo no critico a los turistas. Algunos tienen un comportamiento típicamente gregario. Otros, en cámbio --cualesquiera que sea su nivel cultural y social-- son muy curiosos y expresan el deseo de saber más y de ver más. No excluyo que estos turistas sientan en el Centro Pompidou el flechazo por una obra, por el ambiente cultural que se respira. Por la manera como se vive y se trabaja aquí. No olvide que la mitad de nuestros visitantes son personas que vienen a trabajar en la biblioteca o en el centro de documentación. Esa mezcla de turistas y de personas que vienen a trabajar es muy fructuosa. Y creo que, por ahora, no hay desequilibrio.
S.: Esa enorme afluencia está generando, sin embargo, desgastes prematuros del Centro. ¿No teme que el Centro sea víctima de su propio éxito?
J.M.: Si el Centro se desgasta quiere decir que es frecuentado. En este sentido, se puede decir que ha superado los objetivos fijados por sus promotores. Ellos habían previsto una afluencia de cuatro a cinco mil personas por día. Hoy vienen 25 mil. Entre ellas, más de cuatro mil visitan cada día el Museo de Arte Moderno. El Centro ha logrado, por otra parte --en sólo siete años-- una reputación internacional excepcional. Nosotros comprobamos que las gentes que vienen con alguna frecuencia "se apropian" fácilmente del Centro. Y esos visitantes pertenecen a todos los estratos sociales. Los obreros no son mayoritarios pero su porcentaje es superior al de cualquiera de las demás instituciones culturales en Francia. No le niego, sin embargo, que esa afluencia nos crea serios problemas técnicos, financieros, administrativos y psicológicos.
S.: El Centro ha comenzado a utilizar las técnicas modernas de comunicación para descentralizar su actividad. ¿Cuáles serán las incidencias de esta orientación?
J.M.: El Centro explota una pequeña parte de los documentos y de las obras que posee. La tecnología moderna nos permitirá utilizar todas esas fuentes y comunicarlas a un gran número de personas, en Francia y en el extranjero. Pienso, por ejemplo, en los video-cassettes o en la comunicación por cable o por satélite. Esos nos ayudará a resolver el problema de la frecuentación. Hemos llegado, en efecto --con 25.000 personas-- a una cifra óptima. Y no tenemos ganas de acoger 40.000 personas como ocurre en fechas excepcionales, como la semana de pascua.
La utilización de las técnicas modernas de comunicación nos permitirá, por otro lado, situar al Centro dentro de los problemas reales de la creación contemporánea. El Centro no debe limitarse a presentar a los grandes artistas --cosa que todo el mundo puede hacer si dispone de medios económicos-- sino que debe detectar cuáles son los problemas de la creación actualmente y cuáles son sus representantes más excepcionales. El Centro Pompidou debe situarse con respecto a ellos y tener una visión muy prospectiva.
S.: El Centro ha realizado grandes exposiciones de diálogo llamadas "París-Moscú", "París-Nueva York", "París-Berlín", etc... Nada ha sido intentado en dirección de América Latina. ¿Se puede pensar en una vasta exposición que dé una idea global de la creación cultural de América Latina?
J.M.: ¿América Latina es algo homogéneo sobre el plano cultural? No lo creo. ¿Se puede imaginar un diálogo cultural con París? Quizá. Pero no creo que sea la mejor manera. El diálogo fecundo se puede llevar a cabo con uno u otro país. La arquitectura mexicana, por ejemplo --que es extraordinaria-- es poco conocida en Francia. Lo mismo ocurre con la televisión brasileña que, como usted sabe, ha logrado crear producciones conocidas en el mundo entero. Nosotros presentaremos, pues, al comienzo de 1985, un largo panorama sobre la televisión brasileña. Quisiera recalcar que el Centro Pompidou presta mucha atención a América Latina. Por un lado, porque es un continente de diálogo entre culturas. Ese tema nos interesa. Proyectamos hacer una exposición que se llamará "Interculturas". Ese Continente nos interesa, por otro lado, por su creatividad y por ser de alguna manera un descendiente original de Europa.
S.: La presencia de América Latina en las actividades del Centro es, sin embargo, bien modesta. De Colombia, por ejemplo, aparte de una exposición sobre su arquitectura, el Centro no ha presentado nada importante.
J.M.: No he tenido propuestas precisas de su país para acoger una exposición del Centro o para enviarnos una a París. Sin embargo, la vocación del Centro no es hacer exposiciones binacionales. El Centro está empeñado en ser el corazón de los problemas culturales y estar a la escucha de diferentes culturas, pero de ninguna manera en una relación de diplomacia cultural. Eso significa que el director del Museo del Centro puede exponer un artista latinoamericano o varios dentro de una corriente pero no forzosamente los artistas colombianos o brasileros. Dicho esto, le repito que si Colombia nos somete proyectos estamos listos a estudiarlos, pues sé que en su país hay artistas importantes.
S.: SEMANA transmitirá su invitación.--
José Hernández, corresponsal de SEMANA en París