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¡Nuestro Maracanazo!: Colombia vence a Uruguay

Por primera vez en su historia Colombia clasifica a cuartos de final en una Copa del Mundo. Y lo hizo ante la selección de Uruguay.

28 de junio de 2014

A las 18 horas, 50 minutos y 50 segundos del 28 de julio, en Río de Janeiro la tricolor hizo historia. En ese preciso instante resonó el silbato del árbitro holandés Bjorn Kuipers en el Maracaná. La basílica del fútbol estalló en un solo abrazo: ¡Colombia en cuartos de final! Y de qué manera. Pulverizando los récords nacionales, arrasando las redes rivales, coronando goleadores del Mundial, manteniendo el arco en cero, jugando con diversión, armonía y frescura. Este es el mejor fútbol jamás visto en el país.

Una campaña admirable que tiene su Libertador: James David Rodríguez Rubio, que gritó dos señores golazos. El primero, tal vez de lo mejor que se ha visto en Brasil 2014. Recibió de espaldas al marco y lo durmió con el pecho. Su mirada no estaba sobre el Brazuca, sino clavada en el arco de Fernando Muslera. Giró y disparó un zurdazo de volea, que rebotó en el travesaño antes de besar la malla celeste. Un gol de video juego, de comercial de guayos, de pura leyenda, de esos que le dan su verdadero sentido a la palabra fútbol. 

Pero el 10 no se iba a saciar tan rápido. Al comienzo del segundo tiempo Colombia paseó la pelota de costado a costado, con movimiento rápido, del que descuaderna defensas. Jackson Martínez se la tocó a Pablo Armero, que la centró perfecto. Por los aires se contorsionó Juan Guillermo Cuadrado y se la bajó a Lord James. Remate, quinto gol del volante en cuatro partidos mundialistas. El genio del Mónaco igualó ni más ni menos lo de Thomas Müller, lo de Miroslav Klose, los botines de oro en Sudáfrica 2010 y en Alemania 2006 con las mismos cinco dianas.

Y es que en Brasil, Colombia trituró todas las marcas. Doce puntos de 12, 11 goles anotados, la mejor defensa en lo que va del torneo, James mejor jugador de la fase de grupos, Cuadrado el que más asistencias ha metido, 11 partidos invictos, primeros dos dobletes en mundiales (James y Jackson). Y de taquito, el pasito de ‘Mi Ñía’ Armero que enloquece a medio mundo en las celebraciones.

La tricolor nunca había ganado, ni marcado, ni gustado tanto. Y todo eso con calma, precisión, humildad, sin estridencia, con un equilibrio ideal entre el juego colectivo y los destellos de sus cracks. “Paso a paso”, como ha repetido una y otra vez el profesor Pékerman. Sin embargo vencer a Uruguay fue todo menos un paseo. Malheridos por la ausencia de Luis Suárez, pelearon con todo lo que tenían.

Después del segundo gol, sofocaron a Colombia, no la dejaron jugar, la llevaron a peligrosas y repetidas equivocaciones en la salida. El bombardero celeste no paró, dispararon 16 veces al arco y tuvieron cinco tiros de esquina. Pero el arco de David Ospina estaba rezado. Calló por lo menos cuatro gritos de goles, con sus puños, sus estiradas, sus paradas a ras de suelo y hasta con su estómago. 

Pero lo más grande es lo de Pékerman. Tácticamente, Colombia es una sorpresa en cada partido, un equipo flexible que se adapta. Si en las eliminatorias la tricolor fue mucho toque, mucha posesión, en la primera fase del Mundial tocó buscar un plan B. En las semanas previas a Brasil 2014 una lesionitis aguda contagió la tricolor. 

En Argentina, donde empezó la concentración de Pékerman y su combo, cayeron Edwin Valencia, un sólido volante de marca; Aldo Leao Ramírez, un león con garra y despliegue; Amaranto Perea bastión en la zaga con 40 selecciones. Y se confirmó la ausencia de Radamel Falcao, el Tigre, el 9 de Colombia, el samario que con sus nueves goles le regaló a Colombia un pasaje a una nueva Copa Mundo. 

Como dijo el argentino en rueda de prensa, “estoy ocupado en Colombia, en todos los problemas que he tenido, con muchos lesionados” y le tocó reinventarse. Contra Grecia, Costa de Marfil y Japón la tricolor se convirtió en un equipo veloz, de contrataques vertiginosos, una blitzkrieg (guerra relámpago) de pases rápidos que asolan el área rival. Pero con Uruguay, el chip del toque toque tenía que volver. Los celestes entraron a defenderse, con una doble línea cerrada, y había que buscar huecos con la pelota pegada al pie. De nuevo, una cátedra de estrategia.

En la tribuna, era imposible contener el grito. Más de 60.000 personas invadieron el Maracaná, ese gigantesco ovni de concreto. Nadie se la creía, estar viviendo este momento, en el templo más reverenciado del fútbol. Los colombianos, locales una vez más, no le dieron un respiro a los celestes. 

Atacaron con un aguacero de chiflidos cada vez que Uruguay se aproximaba, retaron a los rivales con cánticos burlones sobre el ‘Mordelón’ Suárez. Saltaron los 90 minutos, gozaron y se desataron en el minuto 90. Al final nadie quería abandonar el estadio, la gente se atornilló a su silla, como si quisiera que este momento no se acabara nunca. 

Para toda Colombia, ni en sus sueños más locos se podían imaginar un Mundial así. Inició con las lágrimas de 50.000 colombianos, cantando a capela el himno en el Mineirão de Belo Horizonte. Pasó por el llanto emocional cuando Faryd Mondragón, veterano de mil batallas, pisó el césped del Arena Pantanal en Cuiabá. Y siguió con los ojos aguados por ver a la tricolor en cuartos de final. 
Y solo es el principio. James cumple 23 años en dos semanas, Cuadrado no pasa de los 26, Ospina tiene 25, Ibarbo 24, Balanta 21, Arias 22 y Quintero 21. Hay piernas para rato.

Con esta victoria el fútbol colombiano por fin aprendió a triunfar. Antes, las glorias mutaban rápidamente en fracasos estrepitosos. Colombia era una especie de Ícaro, que cada vez que se elevaba, se quemaba las alas. El heroico 1 a 1 de Italia 1990 terminó en la humillación de Roger Milla. El increíble 5 a 0 en el Monumental se esfumó con la tragedia de Estados Unidos 1994. La Copa América de 2001 no fue sinónimo de clasificación a Corea Japón 2002. 

Ahora una camada de pequeños gigantes, junto a un par de veteranos de mil batallas, tienen a 47 millones de personas palpitando al mismo ritmo. Colombia, a esto sabe la gloria.