Negocios
Dulces franquicias
Después de 28 años de trabajo, la tradicional tienda de chocolates artesanales de Bogotá, antes La Chocolatería, hoy Truffelinos, arrancó a vender franquicias de su negocio. La primera “boutique” abrirá en Pereira, a finales de febrero.
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Roberto Gerstenbluth escribió en Costa Rica, sin saberlo, el manual de lo que sería, dos años después, el deber ser de las franquicias de su negocio familiar. En el año 2005, se fue a vivir a la ciudad de San José y consiguió un local de cuatro metros cuadrados en el principal centro comercial de esa ciudad, para vender los chocolates que durante más de 20 años habían fabricado, en forma artesanal, dos generaciones de los suyos.
En ese momento, su padre, León Gerstenbluth, pareció creer poco en el negocio, pero le pidió a su hijo un único favor: escribir todo cuanto le sucediera en ese intento. Roberto obedeció sin preguntar mucho y entre línea y línea vendió, en el año 2005, 1.500 kilos de chocolates, cerca de $100 millones. La tienda duró dos años, tiempo con el cual Roberto entendió que, además de las utilidades, tenía en sus manos una información valiosísima: la experiencia clara y real de cómo montar las franquicias del negocio familiar.
Regresó a Colombia y comenzó a realizar los trámites de lo que sería este negocio. En primer lugar, una persona responsable directamente de establecer contactos con los interesados y realizar una labor comercial. La escogida fue Sonia Gerstenbluth, hermana de Roberto. Luego, con la asesoría de la empresa 3D branding, concretaron la definición de la marca, el diseño de los locales y una imagen clara, fácil de fotocopiar. Así, resultó el nombre Trufellinos, La chocolatería, producto del local que ellos mismos abrieron en el centro comercial Hacienda Santa Bárbara, en Bogotá, hace cerca de 5 años, llamado Trufellinos, con el fin de vender sólo trufas de chocolate y hacerse competencia. El nombre La Chocolatería no puede ser, porque es un genérico.
La marca quedó adjetivada con atributos muy específicos: experiencia, tradición, confianza y elegancia. El producto quedó definido como exclusivo, que se vende en una tienda estilo “boutique”, en donde el cliente puede escoger productos únicos y armar su propia caja de chocolates, diferentes a las de tiendas y supermercados las cuales ya vienen cerradas. Trufellino es, para Sonia, una “expresión de afecto”.
Así, con estos conceptos bajo el brazo y una historia de más de 20 años como respaldo de trabajo artesanal y manual, anunciaron que venderían franquicias y recibieron 1.025 contactos en dos años, de los cuales 15 respondieron la solicitud y una se concretó, la franquicia de Pereira. Ahora también están en conversaciones para abrir otra en Medellín.
Sonia y Roberto esperan tener 10 franquicias en 10 años. A medida que tengan más, esperan que el negocio mejore para todos, pues según él, será más fácil negociar, en vez de 1000 cajas, 1.500 o 2.000 o 10.000 Y así con cada producto, insumo, etc.
Las opciones
Trufellinos ofrecen tres tipos de franquicias: el quiosco, que cuesta $20 millones, una venta pequeña de chocolates por ejemplo, en un corredor de un centro comercial.
Otra posibilidad es un shoping shop, es decir, una venta de Trufellinos dentro de un supermercado, una cigarrería, un almacén, una tienda, etc, y también cuesta $20 millones.
Y por último, la opción de un local grande, un punto de venta “con todo”, cuyo costo es de $78 millones.
Toda la producción de chocolates se hará desde Bogotá. El año pasado, Trufellinos vendió 13 toneladas de chocolates, $700 millones. Según Roberto y Sonia, la capacidad de producción alcanza para muchos más chocolates. Pero para ellos es fundamental que quien compre esta franquicia tenga gusto por los chocolates, sea ambicioso pero no codicioso, quiera “meterle el hombro” al negocio y tenga claro que, como dice la sabiduría popular, “quien tenga tienda, que la atienda”.
Trufellinos ofrece, por su parte, acompañamiento, capacitación y opciones de financiación del canon.
De acuerdo con cifras del Proyecto de Franquicias Colombianas, un programa de las cámaras de comercio del país y del Banco Interamericano de Desarrollo –BID- que busca contribuir al crecimiento de la mipyme a través del sistema de franquicias, durante los primeros 10 meses de existencia, el proyecto arrancó en diciembre de 2005, se registraron 1.292 personas con la intención de vender o adquirir una franquicia, ser consultor o formarse como árbitro o conciliador de este modelo de negocio. De las 336 empresas que se inscribieron para hacer franquicias, 36 decidieron organizarse para hacerlo y 447 personas les expresaron su interés por comprar una franquicia.
Con experiencia
El modelo de la franquicia ofrece la posibilidad de vender un producto ya listo y probado en el mercado, con el respaldo de la experiencia de otros. En el caso de Trufellinos, la experiencia data desde 1979, cuando abrieron su primer local en Bogotá, La Chocolatería. Y si se quiere mirar más atrás, el conocimiento viene de Europa, cuando Bertha Gerstenbluth, bisabuela de Roberto y Sonia, abuela de León Gerstenbluth y madre de Norbert, llegó a Colombia, como muchos otros judíos, huyendo de la guerra. En Europa, había participado en un programa en donde les ofrecían a las personas capacitación en oficios que les permitieran sobrevivir en cualquier lugar del mundo. Bertha aprendió a hacer chocolates y cuando llegó a Bogotá, comenzó a venderlos para sus amigos y conocidos. Años después, sus conocimientos y el espíritu de la familia dieron origen a la importante fábrica Chocolates Triunfo.
Ante la liquidación de la participación de la familia en este negocio, volvieron los chocolates artesanales y así surgió La Chocolatería, empresa de familia que superó la crisis económica del país, la cual le representó una caída de más del 70% en las ventas de su negocio, y hoy es Trufellinos, la empresa en donde tienen participación Roberto, Sonia, su padre, su madre y un primo, Samuel, y le da empleo a 18 personas en total. Ahora ofrece la posibilidad de expandirla por medio de quienes quieran seguir al pie de la letra el manual de 175 páginas que Roberto guarda en un fólder y que comenzó a escribir, sin saberlo, hace ya un poco más de dos años, en San José de Costa Rica.