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A diferencia de sus dos anteriores encíclicas, que se habían centrado en cuestiones teológicas, en esta ocasión, Benedicto XVI se centró en la crisis económica mundial

VATICANO

Los pecados de la economía

Una dura crítica al capitalismo salvaje y a la globalización mal entendida hizo Benedicto XVI en su tercera encíclica. Les cantó la tabla a todos: a líderes políticos y de la economía, a los empresarios y hasta los banqueros.

12 de julio de 2009

La semana pasada, la tercera encíclica en poco más de cuatro años de pontificado de Benedicto XVI inundó la prensa internacional. Las portadas de la mayoría de los diarios destacaron el documento, considerado como una profunda reflexión sobre los responsables de la actual crisis económica mundial.

Aunque para algunos, Benedicto XVI lo que hizo en esta encíclica, titulada 'Caridad en la verdad', fue adecuar a las actuales circunstancias del mundo lo que la doctrina social de la Iglesia viene diciendo desde hace años, la verdad es que sus propuestas caen como anillo al dedo en este momento. El Vaticano no pudo escoger una mejor oportunidad para dar a conocer la encíclica. Lo hizo justamente en la antesala de la reunión de los presidentes y jefes de Estado de las siete naciones más ricas y Rusia, que se reunieron en Italia para abordar la grave crisis económica y financiera mundial. Según la BBC, una copia en diferentes lenguas fue distribuida a los líderes que asistieron a la cumbre.

A diferencia de sus dos anteriores encíclicas, que se habían centrado en cuestiones teológicas, en esta ocasión la crisis económica es el hilo conductor del documento papal, considerado la guía para los 1.100 millones de católicos del mundo. Benedicto XVI desnudó los pecados de la economía globalizada y del mercado totalmente libre. Para expertos en temas papales, lo más importante es que el Vaticano no entra en categorías políticas tradicionales de izquierda y derecha. Estas son algunas de las reflexiones del Pontífice.

El Estado y los gobiernos: el mercado no puede eliminar el papel de los Estados. Más bien obliga a los gobiernos a una colaboración recíproca más estrecha. La sabiduría y la prudencia aconsejan no proclamar apresuradamente la desaparición del Estado. En relación con la solución de la crisis actual, su papel parece destinado a crecer y recuperar muchas competencias. "Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económicasocial".

La globalización: este proceso, adecuadamente entendido y gestionado, ofrece la posibilidad de una gran redistribución de la riqueza a escala planetaria como nunca se ha visto antes. Pero si se gestiona mal, puede incrementar la pobreza y la desigualdad, y contagiar además con una crisis a todo el mundo. En la época de la globalización, la actividad económica no puede prescindir de la solidaridad y la responsabilidad por la justicia y el bien común en sus diversas instancias y agentes. Y resalta que la solidaridad es, en primer lugar, que todos se sientan responsables de todos, por tanto no se la puede dejar solamente en manos del Estado.

Frente a la globalización empresarial, el Papa anota que no se puede negar que un cierto capital puede hacer el bien cuando se invierte en el extranjero en vez de en la propia patria. Pero advierte que deben quedar a salvo los vínculos de justicia, si se tiene en cuenta también cómo se ha formado ese capital y los perjuicios que trae para las personas el que no se emplee en los lugares donde se ha generado.

Se debe evitar, dice, que el empleo de recursos financieros esté motivado por la especulación y ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato, en vez de la sostenibilidad de la empresa a largo plazo, su propio servicio a la economía real y la promoción, en modo adecuado y oportuno, de iniciativas económicas también en los países necesitados de desarrollo.

El Pontífice va más allá y considera que no está bien que las empresas se vayan de sus lugares de origen para aprovechar particulares condiciones favorables, o peor aun, para explotar y sin aportar a la sociedad local una verdadera contribución para el nacimiento de un sólido sistema productivo y social.

El mercado: es equivocada la visión de quienes piensan que la economía de mercado tiene la necesidad estructural de una cuota de pobreza y de subdesarrollo para que funcione mejor. La Iglesia sostiene que el mercado no es, ni se debe convertir, en el escenario donde el más fuerte avasalle al más débil. Si el mercado se orienta a lo negativo es porque los hombres lo guían en ese sentido. No se debe olvidar que el mercado no existe en su estado puro, se adapta a las configuraciones culturales que lo concretan y condicionan. La doctrina social de la Iglesia no ha dejado nunca de subrayar la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado.

Las empresas y los administradores: las empresas no pueden tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa: trabajadores, clientes, proveedores y la comunidad. En los últimos años se ha notado el crecimiento de una clase cosmopolita de administradores, que a menudo responde sólo a las pretensiones de los nuevos accionistas de referencia compuestos generalmente por fondos anónimos que establecen su retribución.

El Papa plantea la necesidad de hacer cambios profundos en el modo de entender la empresa, pues antiguas modalidades de la vida empresarial van desapareciendo, mientras otras más prometedoras se perfilan en el horizonte. Uno de los mayores riesgos, dice, es que la empresa responda casi exclusivamente a las expectativas de los inversionistas en detrimento de su dimensión social.

Agrega que, debido a su continuo crecimiento y a la necesidad de mayores capitales, cada vez son menos las empresas que dependen de un único empresario que se sienta responsable a largo plazo de la vida y los resultados de su empresa, y cada vez son menos las empresas que dependen de un único territorio. Además, la llamada deslocalización de la actividad productiva puede atenuar en el empresario el sentido de responsabilidad respecto a los interesados, como los trabajadores, los proveedores, los consumidores, así como al medio ambiente y a la sociedad más amplia que lo rodea, en favor de los accionistas, que no están sujetos a un espacio concreto y gozan por tanto de una extraordinaria movilidad.

La ética económica: el hecho de considerar que la economía es autónoma y que no está sujeta a injerencia de carácter moral es lo que ha llevado al hombre a abusar de los instrumentos económicos. Esto exige una nueva y más profunda reflexión sobre el sentido de la economía y de sus fines. Según el Papa, se debilitaron los principios tradicionales de la ética social, la transparencia, la honestidad y la responsabilidad, y el gran desafío es recuperar ese orden.

Una autoridad global. Es urgente tener una verdadera autoridad política mundial que cree un nuevo orden económico y las Naciones Unidas deberían desempeñar este papel. Benedicto XVI pidió una autoridad que gestione la economía global y propenda por una mayor regulación gubernamental de las economías nacionales, para así poder sacar al mundo de la actual crisis y evitar que se repita. El Papa también se refirió al sistema financiero global. Les dijo a los banqueros que deben asumir sacrificios personales y encaminarse hacia un escenario más justo.

¿Qué tanto eco pueden tener estas reflexiones del Sumo Pontífice sobre los líderes mundiales? Sólo Dios sabe.