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Y NO QUEDO PIEDRA SOBRE PIEDRA

Violento terremoto arrasó la ciudad de Popayán y poblaciones vecinas. En pocos segundos, más de 400 años de historia quedaron reducidos a escombros.

2 de mayo de 1983

Un niño de 8 años arrastraba una zorra. Todo vestido de negro, y con un traje que había estrenado el día de su primera comunión, llevaba en su mano derecha las riendas del caballo y en la izquierda un pequeño carrito rojo de juguete. En la zorra, cuatro ataúdes, el del padre, la madre y dos hermanas. La escena ilustraba un sólo caso de una de las tragedias más grandes que haya vivido Colombia en los últimos años. Estoico, erguido, con el dolor marcado en su carita infantil, pero sin derramar una sola lágrima, le dijo al enviado de SEMANA: "El destino quiso que fuera así.." Era la imagen misma de la impotencia, de la desesperanza, pero al mismo tiempo la prueba de la reciedumbre y de la dignidad de un pueblo, el de Popayán. Detrás, a unos 300 metros de distancia, la multitud, con los primeros 150 ataudes, se dirigía hacia un cementerio donde no había espacio para un muerto más.
Todo había comenzado el día anterior, el jueves santo. Eran las 8 de la mañana. Las gentes empezaban a llenar las iglesias. Popayán, como cada año, estaba preparada para las celebraciones de Semana Santa. 20 mil turistas habían invadido la ciudad y artistas de la talla de Rafael Puyana ensayaban ya los conciertos programados para el Festival de Música Religiosa. A las 8 y 15 minutos de la mañana, la tierra bramó. Como en una visión apocalíptica, las edificaciones más antiguas se desmoronaron, los edificios de hierro y concreto se hundieron y se partieron en tajos, las estructuras de las casas cedieron... En una escena dantesca cerca de un millar de muertos viejos se salieron de sus bóvedas. Como en el poema de Baudelaire, los muertos regresaron de la muerte, no para protestar contra la muerte, sino contra la injusticia de la vida. En medio del pánico, los vivos recibían a los muertos que, en ataúdes carcomidos por el tiempo y la humedad, habían atravesado, lanzados por incontenibles fuerzas naturales, las paredes de sus tumbas y las de las casas vecinas. Era como un infierno en vida.
Ese día, la tierra, no sé sabe por qué insondable misterio, se estremeció y en una franja de miles de kilómetros, desde Santiago de Chile hasta Panamá, los sismógrafos de la zona registraron el movimiento telúrico. Pero fue en Popayán y en las poblaciones vecinas, donde la intensidad fue mayor y donde la naturaleza cobró el mayor número de víctimas que terremoto alguno haya cobrado a Colombia en este siglo. La zona histórica de la ciudad, que hacía de Popayán una de las reliquias coloniales de América Latina, había quedado en ruinas. La catedral, construida en 1737, se vino abajo, cuando los fieles comenzaban a llenar sus bancas para asistir al primer oficio religioso del día. Con 400 años de historia, y las más valiosas obras de orfebrería y pintura coloniales quedaron sepultadas bajo los escombros de la iglesia de Santo Domingo. El Cuartel General de la Policía, una construcción de concreto, quedó prácticamente aplastado, como si por encima hubiera pasado una estampida de animales mitológicos. Pubenza, una unidad de vivienda, la más moderna de la ciudad, que albergaba a más de 450 familias, se hundió como un buque. Los 200 mil habitantes de la ciudad y los miles de turistas que se habían desplazado para asistir a la tradicional Semana Santa en Popayán no podían creer lo que sus ojos veían. Nada podía hacerse. Era la impotencia frente a las fuerzas incontrolables de la naturaleza. El pánico y el caos comenzaron a apoderarse de la ciudad. En sólo 18 segundos se vinieron abajo 447 años de historia. El sol no había acabado aún de despuntar cuando la muerte y la desolación reinaban en Popayán y algunas poblaciones vecinas.
Cuando los colombianos comenzaron a escuchar las primeras noticias, nadie podía medir aún el alcance de la tragedia. Poco a poco, con los reportes regulares de una radio que, en todo momento colaboró para controlar el caos y dar instrucciones sobre lo que era conveniente hacer, el pais fue aterrizando sobre la realidad de un desastre que aún no se puede calcular en cifras exactas. Porque no hay cifras que puedan registrar la verdadera magnitud de la tragedia.
En Popayán, mientras tanto, las gentes se volcaban en las calles. La desesperación y el terror acogotaban las gargantas. El drama de la muerte y la destrucción, se hacia patente en los sobrevivientes que, entre los escombros, buscaban a sus muertos. El mismo Presidente de la República, que acudió al lugar de los hechos, no pudo contenter las lágrimas, como tampoco las pudieron contener muchos de los periodistas que se movilizaron a cubrir la tragedia y miles de personas que, impotentes, no podían sobreponerse al horror del cataclismo. En medio del caos, de la impotencia, ante la perplejidad que paralizaba las acciones, el Presidente asumió personalmente la dirección de las primeras medidas para conjurar la crisis y organizó la llamada "Operación de solidaridad por Popayán" que ha venido coordinando las operaciones de rescate de las víctimas, la expedición de medidas de seguridad y de control y la organización de diferentes comités.
Durante los días jueves y viernes santos el Presidente, en compañía de varios de los ministros del despacho, la gobernadora del Cauca y el Director de Planeación, se dedicó a inspeccionar los lugares más afectados. SEMANA hizo el recorrido con él y fue testigo de algunas escenas. En un barrio popular, el Alfonso López, uno de los lugares donde hubo más muertos, Betancur irrumpió en una casa donde sólo quedaba en pie la fachada. Allí, en medio de los escombros, encontró a un hombre y una mujer que cubrían a sus muertos. Al verlo entrar, prorrumpieron en llanto y se lanzaron hacia él. El Presidente los abrazó y con los ojos anegados en llanto les dijo: "Estamos llorando esta tragedia hombro a hombro, pobres y ricos, liberales y conservadores, sin diferencias... Pero nuestras lágrimas son de pesadumbre y, al mismo tiempo, de esperanza. Animo, yo les prometo que saldremos adelante".
En medio de una ciudad arrasada, la preocupación se centraba en los muertos. A pesar de la escasez de alimentos, del hambre, de la sed, y ante la inminencia de epidemias, los sobrevivientes, cerca de 90 mil sin techo, sólo tenían una preocupación, enterrar a los muertos. A los muertos nuevos y a los muertos viejos que habían vuelto de sus tumbas. Un grupo de mujeres indigentes, con el dolor marcado en su expresión, se avalanzó sobre el Presidente diciéndole: "No tenemos cómo enterrar a los muertos... Qué hacemos?. El Presidente dio entonces la orden para que se repartieran ataúdes gratis y, en una actitud de inmenso respeto, impartió las siguientes instrucciones: "Les ordeno que sean respetuosos con el dolor de los sobrevivientes. Frente a esas tumbas abiertas les ruego no hacer nada sin que sea consultado con sus deudos". Por eso, una gigantesca fosa común que fue abierta para enterrar los cadáveres no fue utilizada. Los payaneses quisieron enterrar con sus manos a las víctimas y miles de personas, angustiosamente, con cualquier instrumento que encontraban a mano, palas, picas y asadones, en los mismos jardines del cementerio cavaron las tumbas para sus muertos. Eran muchos y no los deseaban anónimos.
Por su parte, los heridos se negaban a ser recluidos en los cuartos de los centros asistenciales. Aterrorizados ante la sola idea de que algo similar se volviera a repetir, prefirieron permanecer al aire libre, en las zonas verdes y en los parques, en las improvisadas tiendas de campaña levantadas por la Cruz Roja. Mientras tanto, miles de ciudadanos armaron en las calles, en los separadores de las avenidas, en los jardines, toldos y carpas para pasar las noches, en medio de una ciudad sin luz y sin agua, con la angustia pintada en los rostros y sin poder contener las lágrimas. La tragedia ha sido de un alcance tal que, paradójicamente, y contra toda previsión en situaciones similares, la histeria no se ha apoderado de las gentes y aún antes de que se produjeran la militarización de la ciudad, no se habían presentado saqueos ni desmanes. La solidaridad ha primado y los ciudadanos han sacado fuerzas de la flaqueza.
Las cifras iniciales determinan el número de muertos en más de 200 y en más de 6 mil el número de víctimas.
Tendrán que pasar aún muchos días para precisar con exactitud cuántas personas perdieron la vida, más si se tiene en cuenta que de edificios de cuatro pisos sólo el techo quedó a ras de suelo. "Este terremoto ha sido tan terrible como el de Turquía hace unos años": le dijo un periodista de la CBS al enviado de SEMANA, atónito ante el espectáculo que presenciaba.
Poblaciones cercanas a Popayán como Cajibío, destruida en un 80%
Cajete, donde no quedó piedra sobre piedra y los muertos fueron sólo niños; Piendamó, semidestruida, harán más dramáticas las cifras y más incalculables los daños. Según los observadores, no hay un sólo habitante de la ciudad de Popayán que no haya perdido un ser querido o que no se haya visto afectado por daños en su vivienda. Nadie que no haya estado allí puede imaginar a ciencia cierta las verdaderas proporciones del desastre. Podría afirmarse, sin temor a exagerar, que no quedó piedra sobre piedra.
"Si es que se puede reconstruir, se necesitarán más de 10 años para lograrlo", dijeron expertos del BID y de Planeación Nacional, presentes en el lugar de los hechos. Cálculos muy conservadores determinan que el 80% de Popayán se vio afectada por el movimiento sísmico, con un saldo de 15 mil viviendas destruidas total o parcialmente y más de 90 mil damnificados. "La reconstrucción no se puede estimar aún cuánto puede costar, pero la financiación la damos ya, como se lo he manifestado al Presidente Betancur. Sin embargo, el problema no es ése. El problema radica en si es posible o no hacerlo. Es necesario realizar un serio y concienzudo análisis del suelo y el subsuelo, para poder determinar si se puede reconstruir en los mismos lugares afectados por el terremoto", afirmó Carlos Montero, representante del BID en Colombia.
Al cierre de esta edición, se conoció que el Presidente Betancur habia ordenado para el lunes reuniones extraordinarias del Consejo de Ministros, la Junta Monetaria y el CONPES y que había hecho un llamado urgente al sector privado y a los gremios económicos para buscar medidas rápidas y eficaces que permitan conjurar lo más pronto posible la crisis.
A sólo unos días después de la tragedia que conmovió al país y cuyas imágenes le han dado la vuelta al mundo, los colombianos se preguntan con angustia si Popayán podrá repetir el mito del ave Fénix: renacer de las cenizas.--