La compañía del Colegio del Cuepro en plena representación. | Foto: Cortesía Colegio del Cuerpo

EDUCACIÓN

Construyendo país por medio del baile

Álvaro Restrepo es uno de los bailarines de danza contemporánea más reconocidos del país. Es el fundador del Colegio del Cuerpo, un centro que da oportunidad a los niños más vulnerables de Cartagena por medio de las artes.

29 de octubre de 2015

La escuela le marcó para mal. Fue allí donde conoció por primera vez la frustración, el fracaso y la falta de realización personal. Sentimientos a los que un niño no debería enfrentarse desde una edad tan temprana. Hoy, con 58 años, Álvaro Restrepo es uno de los bailarines y coreógrafos de baile contemporáneo más reconocidos dentro y fuera de Colombia. 

El camino hasta ahí no fue fácil. Pasó 11 años de su vida en una institución educativa en Bogotá, que jamás potenció sus habilidades artísticas. Por el contrario, le exigió aprender de números, de geografía y letras, cuando aquel niño lo único que quería era sacar a relucir un talento ligado a la creatividad. El único contacto que tuvo durante su niñez con alguna rama de las artes se la proporcionó un piano que le compró su padre. “Un hobby”, le dijo su progenitor. Porque de Álvaro se esperaba más. Que se dedicara a “algo serio”.

El niño creció y fue dando tumbos por la vida. “Picando de allí y acá”, como él mismo reconoce. Sumido en esta lógica de incertidumbre, se encontró entonces con el padre Javier de Nicoló, un sacerdote italiano que lo llevó a las zonas más deprimidas de Acandí, Chocó, y Bogotá. La intención era trabajar con niños que soportaban a sus espaldas una realidad mucho más inhóspita que la que había vivido él. “Esta experiencia me hizo entender que necesitaba tener un lenguaje artístico como herramienta pedagógica para ayudarles a contar su historia, a exorcizar sus dolores. Que me salvara a mí mismo también”. El problema ahora era encontrar qué rama de las artes se ajustaba a sus condiciones.

Restrepo fue un debutante tardío en la danza. Uno de esos talentos no explotados durante la infancia que se topa con su vocación casi por casualidad. Corría el año 1980 y la compañía de la estadounidense Jennifer Müller presentaba su espectáculo en el Teatro Colón de la capital. Se necesitaban tres extras. Con poco o nada que perder, pero muchas ganas de probarse a sí mismo, se presentó a las pruebas y las pasó. “Yo empecé a bailar gracias a ella”. Tenía 24 años.

A una edad en la que la mayoría de jóvenes ya tienen definido su futuro laboral y se han formado para consolidarlo, el joven empacó su maleta y se fue con una beca del gobierno colombiano a estudiar danza en Nueva York (Estados Unidos). Fueron nueve años fuera del país cultivando su vocación de la mano de grandes maestros internacionales. Los proyectos artísticos se sucedieron uno tras de otro y los destinos se hicieron cada vez más variados: España, Alemania, Francia.

Pero la tierra jala, y jala mucho. “El llamado”, como él lo llama, se le despertó diez años después de haberse marchado de Colombia. “Siempre tuve la idea de regresar, más exactamente a Cartagena. De ahí eran mis padres y ahí pasaba mis vacaciones de pequeño. Tenía el deseo de crear una escuela que ofreciera oportunidades a niños. Descubrir y potenciar su talento por medio de la pedagogía artística. Lo que yo nunca tuve”, explica.


El baile de los sueños


Bajo esa premisa nació en 1997 el Colegio del Cuerpo que puso en marcha en colaboración con su amiga Marie-France Delieuvin, directora del Centro Nacional de Danza Contemporánea de Angers (Francia). Recuerda con satisfacción que cuando le presentó el proyecto al nobel Gabriel García Márquez, este le dijo: “es un nombre del carajo. Parece el título de un libro de poemas”. 

El colegio surgió con un doble objetivo. El primero, contribuir al desarrollo de la danza en Colombia, por medio de una compañía de baile profesional. El otro era brindar a niños de escasos recursos la oportunidad de encontrarse cara a cara con los beneficios de la educación artística y su dimensión transformadora.
 
El proyecto piloto se estrenó con 480 alumnos de grado sexto del Colegio Inem de Cartagena. De ellos se eligieron 90 y al poco tiempo se escogió a un grupo final de 30. Los niños acudían por las tardes al Colegio del Cuerpo y ahí aprendieron a concebir su cuerpo como un refugio, a explorar su sensibilidad y a revestirse de dignidad. Todo de forma gratuita. “Empezamos a ver cambios en el comportamiento, en el tema de la violencia y la agresividad. El rendimiento escolar empezó a mejorar. Comenzaron a desarrollar un respeto por sí mismos y por el otro”, explica Álvaro Restrepo.

Es el contacto con esos valores lo que provocó que muchos de estos niños quisieran repetir la experiencia. Alexis Marimón fue uno de ellos. Tenía 11 años cuando Álvaro Restrepo llegó a su escuela en el barrio Olaya Herrera, uno de los más olvidados y violentos de Cartagena, para dictarles un taller de relajación. “Yo no me quedé por la danza, eso vino después. A mí me llamó la atención ese espacio de silencio, de paz, en el que por primera vez pude escuchar mis pensamientos, pensar en qué me pasaba qué sentía. Olvidarme de la violencia de mi barrio por un momento, del ruido constante”, indica.

Marimón, que ahora tiene 26 años, es uno de los bailarines profesionales de la compañía de danza del colegio. También es coordinador de uno de los programas que imparten en la vereda de Pontezuela, Bolívar. “La danza es mi vida. Eso me ha permitido ser transmisor de conocimiento para otros niños. Ahora soy yo el que doy la oportunidad a otros”, sostiene.

Johan Gutiérrez es otro de los bailarines de la compañía. Conoció la escuela con apenas 10 años, cuando vivía en el barrio Nelson Madela. Lleva 14 ligado a ella. “La danza me permitió pensar a lo grande, significa todo para mí. Es mi pasión, de eso vivo y gracias a ella he podido darle a mi familia una vida digna y una seguridad economica”, comenta. 

En 18 años de actividad, 8.000 menores en situación de vulnerabilidad se han beneficiado de esta metodología del colegio que hace del respeto al cuerpo el núcleo de su formación. “Es el cuerpo donde acontece nuestra vida, nuestra única pertenencia real”, insiste Restrepo.

Este artículo hace parte de la décimo primera edición de la revista digital SEMANA Educación, que está disponible desde el domingo 13 de septiembre. Para descargar la publicación siga estos pasos o comuníquese al número 6468400 Ext:4301 o 4310.