Foto tomada durante la entrega del informe de la Misión de Sabios en 1994. De izquierda a derecha: Marco Palacios, Fernando Chaparro, Carlos Vasco, Gabriel García Márquez, César Gaviria, Rodolfo Llinás, Manuel Elkin Pata-rroyo y Ángela Posada.

HISTORIA

Una misión posible

Hace 20 años, Gabo y un grupo de intelectuales le presentaron al país una propuesta para transformar la educación y así propulsar el desarrollo de Colombia. Pero el informe de la denominada Misión de Sabios se quedó en el papel. SEMANA habló con algunos de ellos y presenta las cinco lecciones que deja ese fallido intento.

3 de mayo de 2014

El 21 de julio de 1994, diez de las mentes más brillantes del país le entregaron al presidente César Gaviria un documento con el que buscaban hacer historia: el ‘Informe Conjunto’ de la denominada Misión de Sabios, que diez meses atrás el mismo jefe de Estado había reunido con el fin de revolucionar la educación y así impulsar el desarrollo del país.

La entrega del documento causó entusiasmo. En la ceremonia abundaron los micrófonos, las cámaras y los aplausos, y el diario El Tiempo llamó a los diez sabios “la verdadera Selección Colombia”. Regocijados, el neurocientífico Rodolfo Llinás, el investigador Carlos Eduardo Vasco y el presidente pronunciaron sus discursos. Y al final, el nobel Gabriel García Márquez leyó su ya legendaria proclama ‘Por un país al alcance de los niños’. Allí, decía tener la esperanza de que, con esa “carta de navegación”, Colombia dejara de ser dos naciones a la vez: “una en el papel y otra en la realidad”.

Casi 20 años después, ese deseo no se ha cumplido. “Si tuviéramos que volver a reunirnos, presentaríamos el mismo informe”, dice el historiador Marco Palacios, que integró el equipo junto a Gabo, Llinás y Vasco, así como la microbióloga Ángela Restrepo, el ingeniero Eduardo Aldana, el experto en ciencias sociales Luis Fernando Chaparro, el economista Rodrigo Gutiérrez, el investigador Manuel Elkin Patarroyo y el físico Eduardo Posada. Las palabras de Palacios encarnan un hecho triste de la vida nacional. Mientras el país debate sobre el futuro de la educación, los expertos esbozan nuevas estrategias y los políticos hacen promesas floridas, muchos tienden a olvidar que una hoja de ruta para sacar al sector de la crisis ya está escrita. Así, vale la pena preguntarse por qué ningún presidente, académico, empresario o activista ha podido cumplir esa misión posible que los sabios le pusieron al país hace ya tanto tiempo.

SEMANA conversó con algunos de los comisionados de 1994 y con expertos con el fin de explorar los motivos que dejaron en el papel las recomendaciones para consolidar la capacidad de crecer económica y democráticamente a través de la educación. Si bien la situación no es la misma que entonces, pues ha habido avances, especialmente en materia de inversión y cobertura, la perspectiva actual es poco alentadora. SEMANA presenta las cinco lecciones que deja, 20 años después, el informe de los sabios.

1. La educación es la prioridad

“La educación es tan secundaria que se nos olvidó que podemos cambiarla”, dice Marco Palacios. Como él piensan la mayoría de los consultados. Pues están convencidos de que uno de los males de Colombia es la falta de fe en el país y en su capacidad de progresar. Y esto, según ellos, se refleja en la historia del informe de los sabios. Rodolfo Llinás atribuye parte del fracaso a “la falta de disciplina como país”. Según él, ya es tradición que abunden los estudios y que se falle en la ejecución. Y tiene razón. Durante décadas, los colombianos han debatido sobre los grandes cambios que necesita el país, pero la realidad no los refleja. El resultado es una sociedad frustrada e insegura, que no se atreve a actuar para romper paradigmas.

Y la educación no es la excepción. Según el filósofo y economista Francisco Cajiao, profundo conocedor de la misión de 1994, el país no parece querer apostarle a un cambio radical, lo cual solo afianza “la educación elitista”. Los sabios querían poner la educación a la cabeza de la agenda del país, pero, según Cajiao, el gobierno y la sociedad civil fallaron “en convertir esa iniciativa en una bandera de movilización social”. Así, cuando el conflicto armado puso la lupa en el gasto militar y las negociaciones del Caguán absorbieron la energía social, la misión quedó sepultada. Y la educación pasó a segundo plano.

2. El interés debe ser auténtico

Ángela Restrepo, la única mujer de la Misión de Sabios, se muestra hoy algo menos pesimista que sus colegas de entonces, pues piensa que el trabajo al menos logró poner a pensar a la gente. Su visión, sin embargo, permanece crítica: “Han pasado 20 años, de los cuales se ha perdido el 85 por ciento del tiempo”. La razón: a pesar de la fanfarria con que se celebró la entrega del informe hace 20 años, el tiempo ha mostrado que el interés de transformar la sociedad a través de la educación no ha sido tan real como se creía.

Los sabios que hablaron con SEMANA se mostraron frustrados. Carlos Eduardo Vasco recuerda que César Gaviria solo atendió el tema cuando Llinás lo convenció, casi al final de su gobierno. Y que más allá de las arandelas que rodearon la misión, esta tuvo que competir con la Ley General de Educación, que no conectaba con lo que ellos querían. “Nos sorprendió a todos”, dice Vasco. También Francisco Cajiao y Marco Palacios insisten en la falta de interés. Y señalan a los políticos. Según ellos, después del tambaleante gobierno de Ernesto Samper, Andrés Pastrana no tuvo la capacidad de recoger los resultados de la misión y se concentró en racionalizar: en pensar no que faltaban recursos, sino que había que usarlos mejor. “Uribe heredó esa idea de la educación”, dice Cajiao. Así, el sueño de los sabios se diluyó y las propuestas no tuvieron impacto.

3. Lo más importante no es el político, sino la política

“Lo que no toma impulso, se acaba pronto”, dice Carlos Vasco para explicar por qué el karma de la falta de continuidad también cayó sobre el informe de los sabios. Y continúa: “En nuestro caso procuramos aliviar esa discontinuidad por conversaciones directas con el doctor Samper Pizano, y aunque todo empezó bien, al poco tiempo sobrevino la confesión de Botero y por 8.000 razones todo se abandonó”. Un cambio de gobierno en Colombia significa, a veces, el colapso de las políticas públicas del antecesor. Y esto conlleva un Estado ineficiente, donde el cambio de personal afecta el vigor de los grandes proyectos de transformación. Vasco añade que “el presidente que llega quiere distinguirse y distanciarse del anterior, así sea del mismo partido”. Marco Palacios recuerda que Samper “no estuvo en la capacidad de recoger las recomendaciones” y que lo visto en las últimas dos décadas ha sido “una institucionalidad pervertida”. Según los sabios, una parte de la explicación radica en que los gobiernos que siguieron a Gaviria, con el fin de diferenciarse de sus sucesores, no se pusieron la camiseta de la educación que el informe ya había confeccionado. Las palabras que Llinás pronunció el pasado martes ante el público de la Cumbre de Educación de SEMANA son contundentes: “Esto se habló hace ya 20 años y aún no pasa. Hay que hacer que pase y si no se hace la culpa es de ustedes”.

4. Se necesita dinero... y paciencia

Notar cambios en la educación tarda años, en algunos casos incluso décadas. Los sabios consultados por SEMANA consideran que esta es una razón más para sostener la inversión y la atención a programas costosos. En 1994, no fue así. Según Marco Palacios, el gobierno convocó a la Misión de Sabios bajo la premisa “de algunos tecnócratas” de que Colombia iba a convertirse en un país petrolero y de que el dinero para la educación iba a correr a borbotones. “Esas cuentas alegres fueron el fruto del oportunismo y la liviandad y resultaron completamente equivocadas. Nosotros, a la vez, pecamos de ingenuos”, dice. El dinero que las recomendaciones que los sabios exigían no llegó en las cantidades y la intensidad esperadas. Y así, las ambiciones se aplacaron. 

5. El interés debe ser colectivo

“No veo la presión suficiente”, dice Marco Palacios para resaltar que transformar la educación es responsabilidad de todos. Y aunque él y los demás sabios ya habían dicho lo mismo a los cuatro vientos hace 20 años, el país sigue actuando con timidez y, sobre todo, sin la necesaria fuerza colectiva que una revolución educativa requiere. Durante años, los interesados en propulsar la educación han trabajado de manera descoordinada. Es verdad que esfuerzos como el de los Empresarios por la Educación han marchado de la mano del gobierno, pero falta más. La cumbre organizada por SEMANA la semana pasada es un paso en esa dirección, pero es necesario más compromiso. Palacios, un historiador que conoce la idiosincrasia nacional como pocos, recuerda que el colombiano siempre ha sido práctico y capaz de trabajar en medio de la escasez. Lo que falta, según él, es avanzar unidos.