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| Foto: DANIEL REINA ROMERO

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“Vivimos en una época en que imaginamos el futuro como una amenaza”

Con motivo del lanzamiento de la novela Sinfín, SEMANA habló con Martín Caparrós sobre su libro, la actual coyuntura que atraviesa el mundo y cómo ve el porvenir de la humanidad.

4 de abril de 2020

Hace pocas semanas, el periodista y escritor Martín Caparrós, lanzó Sinfín. Una novela sobre un futuro distópico en el que los problemas actuales se han desbordado y han puesto en jaque a la humanidad y cuya única solución ofrecida es un invento que promete la vida eterna. De manera coincidencial, este libro apareció cuando el mundo empezó a vivir la pandemia causada por el covid-19 y ha sido imposible dejar de establecer ciertos paralelos entre la realidad y la historia contada por el autor argentino. 

SEMANA: Parte del argumento de su novela coincide con el periodo de pandemia que atraviesa el mundo. ¿Se podría decir que la lectura del libro se ha vuelto más pertinente?

Martín Caparrós: No sé si es más pertinente, pero sí parece como más cercano. En el libro el negocio que se ofrece es si aceptas aislarte para siempre tendrás una vida eterna después de la muerte. Ahora el negocio que nos ofrecen, mucho más modesto, es que si aceptamos aislarnos por unas semanas tendremos unos años más de vida. También muestra esa amenaza, ese miedo con el mundo que en estos días sentimos muchísimo. O sea, nos encerramos porque el mundo nos da miedo.

SEMANA: En el libro usted parte de una serie de conflictos actuales como el cambio climático, el poder de las grandes corporaciones, las migraciones el fanatismo religioso para construir un relato sobre un futuro oscuro o poco promisorio. ¿Usted cree que el futuro de la humanidad no va a ser bueno? 

M.C.: Honestamente no lo sé. Mas bien yo creería que vivimos en una época que no consigue imaginarse un futuro deseable. No consigue pensar un proyecto que la atraiga y que la haga querer construirlo. Casi todo lo que imaginamos sobre el futuro es esa amenaza. Tenemos miedo de que la Tierra se degrade, de que seamos muchos, de que haya gobiernos totalitarios… Un miedo justificado, pero es el motor para pensar el futuro. Lo que trata de reflejar la novela, es esta sociedad que se imagina en general el futuro como una amenaza, como algo bastante oscuro.

SEMANA: ¿Por qué pensamos el futuro como amenaza?

M.C.: A lo largo de la historia siempre ha habido épocas que imaginan futuros deseables, proyectos que quieren aplicar. El último de esos, supongo, fue la utopía socialista que funcionó mal. Entonces nos hemos quedado sin utopías y como no tenemos una idea de cómo sería un futuro que nos guste, tenemos miedo a lo que pueda pasar

SEMANA: Pero muchos intelectuales como Steve Pinker piensa que estamos en la mejor época de la humanidad y que vamos a estar mejor gracias a la ciencia ¿Qué opina de este optimismo? 

M.C.: Efectivamente vivimos mejor que nunca. Estamos mucho mejor ahora que hace 100 años. Eso lo vemos en la esperanza de vida. Hace 100 años la gente promedio vivía 50 años y ahora viven setenta y tantos. Lo que pasa es que dentro de esa situación sucede algo insoportable: las diferencias que hay en el mundo. La esperanza de vida aumentó, pero en España, donde estoy ahora, es de 82 años y hay muchos países de África donde no llega a los 60. Nacer aquí le otorga a una persona 20 años más que una que nace en el Congo. Hay una desigualdad tan brutal, justamente en un momento en que la técnica ha avanzado para ofrecer soluciones a todos por igual. Esto lo hace más indignante todavía. Y la única razón por la que ese mejoramiento de la esperanza de vida no sea para todos es política y económica. No es científica. Entonces, me parece que decir que la ciencia o la técnica lo va a solucionar todo es facilista e imprudente. Digamos que hay muchas cosas que tenemos que solucionar como sociedad. Por ejemplo, en buena parte, la amenaza ecológica, tiene que ver con la forma en que estamos usando el planeta y despilfarrando.

SEMANA: ¿Cuáles son esas cosas que debemos solucionar como sociedad?

M.C.: Debemos empezar a pensar qué tipo de sociedad nos gustaría tener para construir un nuevo modelo, que nos den ganas de trabajar juntos. Eso no va a suceder de la noche a la mañana y van a haber temas que van a causar grandes debates como qué va a pasar con las personas que van a perder su trabajo por la automatización. ¿En manos de quien va a quedar los beneficios de esa automatización, en unos pocos o en la sociedad en su conjunto? Por eso se empiezan a discutir cosas como la renta universal. Habrá que ver cómo esto evoluciona, aunque ahora lo único que vemos cuando abrimos los ojos es un virus enorme.

SEMANA: En su libro habla del auge de gobernantes populistas que exacerban el nacionalismo, algo que vemos con Trump o Bolsonaro, por mencionar unos ¿Qué opina de este fenómeno?

M.C.: Es bastante obvio lo que uno puede opinar sobre ellos. Lo triste en realidad no son ellos, sino los países que los eligen. Resulta duro y difícil de aceptar que haya tantos millones de personas que elijan semejantes payasos. También es sorprendente que haya tantas personas que crean que porque viven de un lado del puente de Cúcuta son muy distintos de los que viven del otro lado. 

SEMANA: En ese sentido, ¿la democracia está en crisis o se va a acabar, como lo muestra en su novela? 

M.C.: Es muy complejo. En síntesis, me parece que la democracia tiene que renovarse si quiere subsistir.  Estamos poniendo en práctica un sistema político armado durante el siglo XIX con medios técnicos y para las sociedades del siglo XXI, y todo eso ha cambiado mucho. La idea de tener a una persona en el congreso que supuestamente te representa y dice lo que tú quieres ahora no tiene sentido cuando ahora se pueden hacer consultas inmediatas a toda la población. 

SEMANA: ¿Cómo ve la suerte del capitalismo? ¿Se va a acabar o tiene que acabarse para dar luz a sociedades más democráticas?

M.C.: Alguien decía que es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo. Yo creo que el capitalismo, como todos los sistemas socio económicos, en algún momento se va a terminar. Yo estudié historia y aprendí que no hubo ningún sistema que durara para siempre. Entonces no hay ninguna razón para suponer que este va a ser distinto de todos los demás. Lo que pasa es que todavía no hemos conseguido pensar con qué querríamos reemplazarlo. Pero su fin no va a ser de un momento a otro. Se va a amalgamar y reformular hasta que aparezca finalmente el reemplazo. Esos son procesos muy largos y mezclados. Suelo pensar que tendríamos que encontrar una forma política que permitiera algo muy simple: que todo el mundo tuviera lo que necesita y nadie tuviera mucho más de lo que necesita. Me parece una cosa simplísima. Lo que pasa es que no se ha encontrado la forma política para sustentar esta idea moral de la economía.

SEMANA: Volviendo a la pandemia actual, ¿Cómo han enfrentado los gobiernos del mundo esta crisis? 

M.C.: Con muchas vacilaciones y mucha improvisación, lo cual es totalmente lógico porque es algo que no había sucedido en los últimos 100 años. Aquí en Europa, lo que me impresionó es como un continente que estaba en un proceso de integración, en cuanto estalló la crisis, las unidades nacionales volvieron a formarse y cerrarse. Los países cerraron sus fronteras, no dejaron entrar a los del país de al lado. Alemania, no le quería mandar mascarillas a Francia o a Holanda. La idea de Nación resurgió brutalmente ante la amenaza del miedo. Es muy curiosa la crisis porque, entre otras cosas, pone a todos los gobiernos frente a una disyuntiva muy brutal entre salvar más vidas salvar o la economía. Es una disyuntiva espantosa, en la cual cada gobierno muestra cuáles son sus prioridades.

SEMANA: ¿El mundo será distinto después de la pandemia?

M.C.: No lo sé, en este momento no podemos saberlo. Es sólo una cuestión de fe. Yo espero que las lecciones dejadas por la pandemia sirvan para algo. En España, por ejemplo, donde el neoliberalismo destruyó una sanidad pública que hace 20 años funcionaba muy bien, en estos días hay un clamor por la reconstrucción de ella. Y Pedro Sánchez ya ha empezado a hablar ahora del Estado del bienestar, cosa que hace mucho que los gobernantes españoles no lo decían, pero bueno, vamos a ver si esto es cháchara de emergencia o un propósito real. 

SEMANA: ¿Es posible que la pandemia vuelva a darle importancia política a la socialdemocracia y al Estado de bienestar?

M.C.: Puede ser, pero como digo es una cuestión de fe. Justamente el Estado de bienestar aparece después de la Segunda Guerra Mundial. Pero también como efecto de la fuerza de las izquierdas en Europa. Fue una forma de evitar que esos movimientos no llegaran al poder. Entonces, lo que podríamos ver ahora es ese renacimiento de esa presión social que hubo en la posguerra y que obligó a la creación del Estado de bienestar. Si esa presión social existe y es posible que exista, porque mucha gente va a quedar en una situación muy difícil, quizás eso produzca una recuperación de todos esos beneficios perdidos. Pero vamos a verlo.

SEMANA: ¿Dentro de que género calificaría su libro, de ciencia ficción, novela distópica…?

M.C.: Yo no lo llamaría de ciencia ficción, porque, aunque la ciencia aparece y es una herramienta que permite contar ciertas cosas sobre cómo se va transformando el mundo, lo que intento es tratar de recrear cómo sería un futuro basado en unas realidades políticas, económicas y ambientales que ahora vemos. Y encasillarla en una novela distópica, tiene su discusión. La idea de distópico significa algo negativo que habría que tratar de evitar a toda costa. Y yo no sé si nos ofrecen este negocio de conseguirnos supuestamente una vida después de la muerte llena de placeres y de situaciones agradables sea una distopía o utopía.

SEMANA: ¿El periodismo está en crisis? 

M.C.: Para nada. Lo que está en crisis son ciertas formas empresariales de manejar los medios porque ha habido muchos cambios técnicos y sociales en los últimos 20 años que hacen que las formas clásicas ya no estén ajustadas a las sociedades de nuestros días. Entonces nos quieren hacer creer que su crisis es la crisis del periodismo. Hay muy buen periodismo hecho de maneras más autónomas, más independientes, menos relacionadas con los grandes medios hegemónicos.