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Elon Musk, un niño genio, programaba computadores a los 10 años y creó un videojuego a los 12. Nunca limitó sus planes. | Foto: A.F.P.

INNOVADOR

Elon Musk, ¡Iron Man!

El surafricano Elon Musk quiere revolucionar al mundo. Entre otras cosas desarrolla cohetes con la meta de llegar a Marte. Esta es su historia.

23 de enero de 2016

Una noche, viendo a sus niños jugar con amigos en una calle de Pretoria, Maye, la madre del sudafricano Elon Musk, recuerda como uno de los chicos apuntó a la Luna y dijo: “Mírenla, está a 1 millón de millas”. Elon, serio, le respondió: “No, está a menos de 250.000”. Lo sabía porque desde muy pequeño fue un ratón de biblioteca. Leyó todo lo que estuvo a su alcance y con su memoria fotográfica acumuló desde muy niño su enorme conocimiento. Llegó a Estados Unidos a los 17 años para huir del servicio militar de un gobierno manchado por el apartheid, y para abrirse camino. Hoy es un millonario empecinado en cambiar la manera en que los humanos producen y consumen energía, y sobre todo, en eliminar los límites de la exploración espacial. Musk, de 44 años, cree que viajará a Marte. Si lo logra, desde ahí dibujará otra frontera.

Pero los grandes proyectos deben superar grandes fracasos. El 18 de enero, en su cuenta de Twitter, el emprendedor relató paso a paso el trayecto descrito por su cohete Falcon 9 en su prueba realizada ese mismo día. Todo salió bien desde el despegue, pero a la hora de aterrizar verticalmente en una plataforma marítima, el cohete se ladeó y estalló. Pero no por haber ‘fracasado’ por tercera vez en la inverosímil maniobra, Musk perdió los ánimos. Ha creado compañías disruptivas que han transformado la manera de hacer negocios. PayPal, que cambió la manera de hacer transacciones en internet al punto que eBay la compró por 1.500 millones de dólares. Tesla, la compañía de autos eléctricos que quiere dejar atrás la dependencia de los combustibles fósiles. Y SpaceX, su compañía de construcción de cohetes y de lanzamientos espaciales, que anuncia por igual sus éxitos y sus tropiezos. Porque en la vida de un innovador, sin fallar es imposible llegar a la meta. Musk no se detiene a discutirlo y se enfoca en lo que hay que corregir.

Es inevitable compararlo con el difunto Steve Jobs, venerado alrededor del mundo, que impactó en temas de marketing, computación, diseño y comodidad con sus productos Apple. Pero Musk tiene la capacidad de producir un impacto más profundo en la vida de sus contemporáneos. Sus empresas han apuntado a revolucionar el transporte individual, a masificar la energía solar en la compañía SolarCity, que constituyó con unos primos suyos, y a hacer económicamente viables los viajes espaciales. “Imagino un mundo más divertido cuando podemos mirar hacia otros planetas, comparado a uno en el que solo podemos mirar hacia la Tierra”, aseguró en el perfil que Bloomberg le realizó como un destacado ‘tomador de riesgos’.

Desde siempre

Su fascinación con el espacio comenzó a los 12 años. Cuando ya llevaba dos programando computadores por su cuenta, creó el juego Blastar, una nave espacial destinada a derribar asteroides. Para darlo a conocer, con la visión de un jefe de empresa, tuvo la idea de montar con su hermano un local de ‘maquinitas’. Llevaron el papeleo tan lejos como pudieron sin necesidad de adultos, pero el proyecto se vino abajo cuando sus padres les negaron su permiso para montar el negocio por ser muy niños.

Sus dotes excepcionales le ameritaron hacer una prueba en IBM, donde demostró ser un programador fuera de serie. Entró a clases de computación, pero le resultaron inútiles pues le llevaba una abrumadora ventaja a su profesor. Y una vez llegó a Norteamérica (primero a Canadá y luego a Estados Unidos), el sudafricano estudió hasta donde le resultó provechoso. Se graduó de economista y físico, y luego se inscribió en la prestigiosa Universidad de Stanford, en California, para optar por maestría o doctorado en Física. Pocos días después la abandonó para perseguir su meta de cambiar las reglas del juego. Estaba en Silicon Valley, y bien valía jugársela por impactar en una incipiente internet.

Hasta el infinito

Stanford podía esperar porque Musk quería hacer una diferencia. En una etapa en la que aún dormía en un sofá y se duchaba cuando podía, creó la compañía Zip2 con su hermano. La empresa gestionaba información y sitios web, y resultó de gran ayuda para grandes empresas de medios de comunicación como The New York Times y grupos como Hearst Corporation y Times Mirror. En 1999 la vendió a Compaq por 300 millones de dólares. Pero a pesar de ser millonario a sus 28 años, no se sintió satisfecho. Solo había revolucionado la gestión de datos para los medios, pero la humanidad no se había visto beneficiada.

Apuntó a darle vida a las transacciones en línea. Hasta ese momento los pagos en la web producían desconfianza, pero por su compañía PayPal y la seguridad que ofrecía, el e-commerce despegó. Tal fue su éxito que eBay desembolsilló 1.500 millones de dólares para adquirirla. La aventura apenas empezaba, y ahora tenía millones para continuar. En 2002, robustecido en alma y billetera, fundó SpaceX, que según su misma definición “diseña, construye y lanza los cohetes y naves espaciales más avanzados del mundo”. No contento, un año después fundó Tesla Motors, cuya misión, como lo expresó al lanzar el auto de lujo Tesla Model X, en septiembre de 2015, es “acelerar la transición del mundo a un transporte sostenible”. Para cerrar su paleta empresarial, lanzó a sus primos la idea de ofrecer paneles solares y con ellos fundó la exitosa compañía SolarCity.

La historia no se reduce a un ascenso meteórico lineal. En varias ocasiones y por distintos motivos (apuestas arriesgadas y coyunturas como la crisis económica global de 2008), sus empresas han vivido fuertes crisis. Tesla estuvo al borde de desaparecer en 2008. Y cuando la evidencia indicaba que lo prudente era abandonar, siguió su instinto y su visión y sacó de su bolsillo lo necesario para mantenerla a flote pues aseguró que “era muy importante”. Esa persistencia lo llevó a una validación significativa. Compañías como Daimler Mercedes y Toyota le hicieron importantes encargos que la ayudaron a sobreponerse a la crisis. SpaceX, por su parte, consiguió un contrato gigante con Nasa, que ahora es su aliada. La Agencia Espacial Estadounidense le encargó a fines de 2015 su primera misión tripulada a la Estación Espacial Internacional, que trasladará al espacio a un grupo de astronautas en 2017 en su cápsula Dragon.

Críticos no le faltan. Alguien que promulga el cambio de paradigma en negocios tan cuantiosos como los automóviles y la energía enfrentará una normal resistencia al cambio y tormentas de escepticismo. Muchos aseguran que su intención de hacer autos eléctricos asequibles al ciudadano común está lejos de ser realidad, y tienen razón, pues en particular sus Tesla siguen siendo ítems de lujo. Pero los frutos del trabajo del visionario casi nunca responden a la impaciencia.